El
siglo XVIII comienza para España en una situación de declive y degradación en
todos los órdenes. El imperio español que solamente un siglo antes imponía sus
deseos a no pocos pueblos europeos, ahora era una simple sombra de lo que había
sido. También el optimismo de los españoles había entrado en bancarrota en los
últimos días de la Casa de Austria. Con el fallecimiento del rey Carlos II en
el año 1700 se produce el cambio de dinastía monárquica que, después de una
enconada lucha entre distintas facciones del poder, va a recaer sobre la Casa
de Borbón francesa en la persona de Felipe de Anjou, nieto del rey de Francia
Luis XIV.
En
un principio, el nuevo monarca, denominado Felipe V, va a suponer un soplo de
esperanza en el entonces abatido pueblo español. El hecho de pertenecer a la
dinastía reinante en Francia, el estado más poderoso del continente por
entonces, parecía garantizar la estabilidad, el progreso y la integridad de
todos los territorios que seguían siendo muy numerosos contando las posesiones
en Europa y los territorios americanos de ultramar. Sin embargo, los sucesos
posteriores iban a demostrar que esta garantía no era suficiente. La
estabilidad pretendida se vio comprometida por el estallido de la guerra de
Sucesión que, además de su carácter internacional, pasó a ser una contienda
civil. El pacto de Utrecht en 1713 puso fin a esta guerra con importantes
pérdidas territoriales para España, aunque se consiguió mantener la cohesión de
los territorios de la península ibérica.
En
estas coordenadas se inicia el siglo de las luces en España. Las ideas
ilustradas penetran con demasiada lentitud, a pesar de que la monarquía
borbónica pretendió, desde el primer momento, facilitar su introducción para
modernizar al Estado, al modo de lo que estaba aconteciendo en su país de
origen. Sin embargo, la presencia de la Iglesia y las tradiciones seculares que
dominan las aulas de las universidades, dificultan el camino que es necesario
recorrer. También se hace muy alargada la sombra de la pragmática que en 1556
promulgó el rey Felipe II, en donde se prohibía cursar estudios en
universidades extranjeras, la entrada de libros y todo contacto con los países
de nuestro entorno, lo que motivó un alejamiento y un desconocimiento de las
nuevas corrientes de pensamiento que se producían en Europa. Además sigue aún
activo el Tribunal de la Inquisición, aunque sin la fortaleza de años
anteriores, pero que aún ejerce un férreo control sobre los textos circulantes
y una dura persecución del ideario luterano. Todos estos factores van a ser
determinantes para frenar la penetración de las ideas ilustradas, mientras que
en el resto de Europa se produce el abandono de las teorías clásicas y una
continua progresión del pensamiento nuevo.
Como
queda dicho, la universidad española, que debía ser la institución
investigadora por excelencia, se encontraba decaída. Las cátedras de medicina
estaban mucho más preocupadas por la fidelidad a los textos de la antigüedad
que por una investigación experimental sobre el cuerpo humano. Las novedades
científicas descubiertas por nuestros vecinos europeos o bien se rechazaban, o
bien, aunque eran aceptadas parcial o incluso totalmente, quedaban fuera del
marco educativo institucional. Se comenzaron a crear cátedras de cirugía, pero
el hecho de que estas cátedras tuvieran menor rango y salario que las teóricas,
así como el que las primeras fueran en realidad utilizadas como puente para
alcanzar las segundas, ya da una idea de su rango académico.
Esta situación recibe duras
críticas de personalidades tan prestigiosas como Martín Martínez o el Padre
Feijoo que, acaso ya cansados del exceso filosófico en los estudios médicos,
defienden la renovación de la medicina para lo cual debe desligarse de la
metafísica a la que estaba asociada. Y es que la ciencia que se enseñaba en la
oficialidad universitaria resultaba, en toda su extensión y con las excepciones
debidas, desfasada, inmovilista e ineficaz. La universidad, parece claro, no
sólo no favoreció el desarrollo de la ciencia en nuestro país, sino que lo
impidió. De todas formas, no puede achacársele solamente a la universidad la
culpabilidad de la deficiente situación de las ciencias en los comienzos del
siglo XVIII. En realidad no fue sino parte de un todo en el que nada de lo
oficial y burocrático brilló por su impulso renovador.
En la España de la época existían
dos clases de médicos, los universitarios y los revalidados. Los primeros
habían obtenido su titulación en el seno de la universidad oficial, más
teóricos que prácticos, se denominaban también galenistas y escolásticos. Los
médicos revalidados, por el contrario, no habían pasado por las aulas
universitarias, pero habían practicado con otro médico obteniendo el título
para ejercer la medicina mediante reválida. Estos últimos, menos preocupados
por la erudición, con frecuencia se volcaban en las novedades médicas
procedentes de Europa. Esta división contribuía a crear entre los enfermos una
gran confusión. Lo oficial, lleno de formalismos agotados, frente a lo
oficioso, pleno de inciertas promesas.
Juan de Cabriada - Carta filosófica, médico, chymica (1686) |
Por otra parte, los médicos
habían progresado muy poco en su práctica clínica. Para el diagnóstico seguían
utilizando la medida del pulso, la inspección de las orinas y unas pocas más
pruebas de escaso valor práctico. Las conductas de tratamiento también
permanecían estancadas. Se seguían prescribiendo sangrías y purgas, aunque con
menos asiduidad que tiempos anteriores, y se recurría sin fin a toda clase de
pócimas y brebajes de nula o casi nula efectividad y, por cierto, no exentos de
efectos secundarios. Toda esta situación va a ser denunciada por una serie de
médicos relevantes de la época como Juan de Cabriada, Diego Mateo Zapata, o el
ya referido Martín Martínez, precisamente no vinculados a ninguna cátedra
universitaria. Cabriada publica su célebre Carta
filosófico, médico, química, a la que López Piñero califica como “documento fundacional de la renovación
científica española”, donde hace una crítica frontal y agresiva contra el
modo escolástico de hacer ciencia. Zapata fue una de las cabezas visibles de la
tertulia médica de Sevilla, considerada foco renovador por excelencia de la
modernidad española. Martín Martínez fue muy crítico con la situación de la
escolástica oficial proponiendo la reforma de la enseñanza de la medicina, lo
que le granjeó gran número de enemigos. Otras figuras relevantes fueron Miguel
Boix y Moliner, Francisco Solano de Luque, Gaspar Casal y Andrés Piquer,
fervoroso ecléctico, acérrimo defensor de la observación clínica como fuente
del conocimiento. Pero además van a surgir voces contestatarias en ámbitos
distintos a la medicina que paradójicamente van a tener, si acaso, una mayor
repercusión tanto en la propia sociedad española como en los gobernantes
borbónicos. Fray Benito Feijoo es, con mucho, la figura más representativa de
este movimiento escéptico, del que se puede destacar también al Padre Isla, al
Padre Rodríguez y al Padre Martín Sarmiento.
Diego Mateo Zapata preso en una celda de la Inquisición en Cuenca (grabado de F. de Goya) |
En los comienzos del siglo,
existían en España tres clases de cirujanos. Los cirujanos romancistas,
legalizados por real orden de Felipe III en 1603, no tenían estudios de artes
ni medicina, y para obtener tal calificación bastaba con justificar tres años
de prácticas en hospitales y dos más con algún cirujano o médico, para
finalmente pasar el examen final del Protomedicato, lo que le daba licencia
para poder ejercer la cirugía. Además, junto a ellos, ejercían otros cirujanos
empíricos, también sin ningún tipo de formación académica, que realizaban
determinadas funciones de cirugía menor, aunque para el ejercicio legal precisaban
de la correspondiente validación administrativa. Entre estos se encontraban los
algebristas, los barberos, las parteras, los batidores de la catarata, los
hernistas y otros. Por encima de todos ellos estaban los cirujanos latinos, con
formación en la universidad. No eran muy numerosos y gozaban generalmente de
mucho prestigio.
La falta de cirujanos bien
formados y el hecho de que el aprendizaje de la cirugía quede prácticamente
fuera de los ámbitos académicos va a ser una gran barrera para conseguir su desarrollo.
La inoperancia de la universidad para buscar soluciones a esta problemática va
a provocar que se creen otras instituciones académicas, los llamados colegios
de cirugía, lo que motivó muchos conflictos con las autoridades universitarias.
Las aportaciones más importantes
a la patología urogenital en España durante el siglo XVIII vendrán de aquellos
cirujanos que practican la litotomía con destreza e introducen mejoras técnicas
y nuevo instrumental, tomando como referencia las recomendaciones propuestas
por Cheselden, Frère Jacques, Le Cat y Heister fundamentalmente. Destacan
también cirujanos que muestran gran habilidad en el uso de sondas y catéteres
para el sondaje uretral. Otros harán importantes contribuciones para la cura
del hidrocele y el tratamiento de las enfermedades venéreas. Son notables
también las aportaciones de estudios anatómicos y anatomo-patológicos que
posibilitan el desarrollo de la cirugía y un mejor conocimiento etiológico de
la enfermedad. Durante este siglo se publicarán una serie de obras o manuales,
de carácter tanto docente como informativo, que abordarán contenidos de
patología urinaria, y que servirán para la formación de nuevos cirujanos y de
guía para cirujanos que atienden este tipo de patologías en su ejercicio
profesional.
Pedro Martín Martínez (1684-1734) |
Fueron muchas las contribuciones
a las enfermedades urológicas de médicos y cirujanos relacionados con las
Academias y los Colegios de Cirugía fundados a lo largo del setecientos; pero
conviene también destacar las de otros que, aunque más alejados de estas
instituciones, también contribuyeron notablemente al desarrollo de la patología
urológica en la España del siglo XVIII como Martín Martínez, Richart, Casal,
Quer, Baguer, Sanz de Dios, Segarra y Naval.
Pedro Martín Martínez, profesor
encargado desde 1706 en demostraciones anatómicas públicas, por disección de
cadáveres, en el Hospital General de Madrid, escribió la gran obra Medicina Scéptica y Cirugía Moderna con un
tratado de operaciones quirúrgicas, publicado en Madrid en 1722, donde
pretende ofrecer información básica para los cirujanos, destacando el valor que
tiene el conocimiento de la anatomía para su instrucción, y además muestra su
ideario escéptico basándose en la defensa de la propia experiencia anatómica y
clínica en contraposición a la medicina clásica tradicional, anteponiendo la
libertad de opinión del médico y considerando el escepticismo como el
fundamento del saber médico.
Anatomía Completa del Hombre de Pedro Martín Martínez publicada en 1764 |
Descripción del aparato urogenital en la obra Anatomía Completa del Hombre |
En su obra Anatomía completa del Hombre, editada en Madrid en 1764, escrita de
un modo muy actual, en la que incluye comentarios de fisiología, clínica y
anatomía patológica, hace una minuciosa descripción del aparato urinario y
genital masculino acompañando el texto con referencias a distintas patologías.
Así describe algunas malformaciones como la duplicidad ureteral, en un cadáver
diseccionado con su maestro Florencio Kelli, y otro de un riñón en herradura
diseccionado por Blas Beaumont. Se refiere a la retención de orina (iscuria)
considerando sus causas “la dilatación
vesical por no evacuarla a tiempo; por cuerpos extraños o por convulsión, o
inflamación del esphincter; o por relaxación de las fibras musculosas de la
vexiga”. Sobre el veru montanum advierte que “algunos cirujanos quando meten la candelilla, hallando el estorvo de
esta carúncula, que llamamos verumontano, juzgan que es carnosidad superflua, y
con grave daño de los pacientes, introducen cáusticos para consumirla”.
Explica que la gonorrea afecta a la próstata, a la uretra y otras glándulas, lo
que produce un gran ardor y dolor al orinar, como así mismo dolor en la
erección y curvatura por la inflamación de la uretra, que además produce
cicatrices que “estorvan la fácil salida
de la orina las cuales tienen algunos por carnosidades superfluas, e
imprudentemente con grave daño de los sugetos introducen cáusticos para
carúnculas” lo que suele producir “una
total supresión de orina, y a veces abcessos, fistulas, y úlceras incurables”.
Para aliviar la sintomatología que ocasiona la gonorrea aconseja “dieta refrigerante, sangrías, lavativas,
baños, emulsiones, e inyecciones atemperantes (las que moderan y ablandan),
después de quales remedios, con sólo una tienta de plomo graduada, se suele
hacer salir fácilmente la orina”. Sobre la uretra afirma que su “cavidad es casi igual en toda su longitud”
y en relación a su trayecto curvilíneo “deben
notar los cirujanos, para introducir diestramente, y sin detrimento la
candelilla en la cavidad de la vexiga”. Respecto a la uretra femenina dice
que “por ser mas corta, y ancha, orinan
las mugeres mas presto, y no padecen tan frecuentemente del calculo”. Sobre
el glande comenta que a veces no hay agujero de meato y los que así nacen “corren riesgo, sino se da providencia de
abrirl.”. Refiriéndose al prepucio dice que en “la enfermedad por phimosis y la paraphimosis…el prepucio se corta
circularmente”. Describe tres clases de hidroceles según “las aguas se derraman entre las túnicas”.
Sobre los testículos dice que “demás de
otros tumores comunes a otras partes, están sujetos a las hernias venéreas, que
suelen venir después de una gonorrea virulenta,... causando un tumor duro, y de
naturaleza scirrosa, y a veces sarcocele o una gangrena, que no puede curarse
sin la obra de la castración”. También refiriéndose a los pacientes con
criptorquidia dice que “se llaman
testicondos…y no es causa de infecundidad”. También describe el caso de un
hombre de cuarenta años con disfunción eréctil por “demasiada continencia, y falta de uso”. En sus textos respalda la
intervención de la litiasis vesical por medio del gran aparato en el varón y
del pequeño aparato en la mujer y en los niños.
Riñón en herradura descrito por Blas Beaumont en la Anatomía Completa del Hombre de Martín Martínez |
Martín
Martínez está considerado como uno de los principales médicos de la España de
la Ilustración, autor prolijo de publicaciones médicas, y gran defensor de la
renovación de la medicina española. Por la profusión de sus ideas se vio
envuelto en violentas polémicas con otros colegas que no compartían sus
posicionamientos como López de Araujo, Martín de Lesaca y Torres Villarroel. El
Padre Feijoo, a pesar de su pluma crítica con los médicos de su tiempo, salva
casi exclusivamente a Martín Martínez de sus descalificaciones, reconociendo su
talento, conocimientos y conducta ética como médico.
Carlos Richart de Beauregard,
cirujano de origen francés que fue revalidado por el Real Protomedicato de
España, se estableció en Madrid, con reputación de buen profesional. Escribió
la obra Disertación quirúrgica sobre las
enfermedades que se oponen a la expulsión de la orina, impresa en Madrid en
1776, en la que describe diferentes enfermedades urinarias, principalmente las
estrecheces, callosidades y fístulas de la uretra, de las cuales parecía tener
especial habilidad para tratarlas. En esta obra promete publicar un tratado más
completo, adornado con láminas, de las enfermedades de los riñones, uréteres,
vejiga y uretra, pero lamentablemente esto no llegó a producirse.
Historia natural y médica del Principado de Asturias de Gaspar Casal (1762) |
Gaspar Casal escribió la obra Historia natural y médica del Principado de
Asturias, obra póstuma editada en Madrid en 1762, donde describe las enfermedades
endémicas y epidémicas propias de aquella región. Especial mención merece la
descripción de la lepra, sarna y mal de la rosa (pelagra). En el capítulo que
hace mención a la litiasis renal, la relaciona con las dolencias articulares y
la gota, con la abundancia de comida y la vida sedentaria. Las enfermedades
acompañadas de poliuria y edemas, son compatibles con el diagnóstico de
nefritis infecciosa o degenerativa. Incluye dentro del término iscuria a
enfermos con anuria y a otros con retención de orina. Los pacientes con
síntomas de disuria, estranguria y hematuria, los trata sólo con terapia
empírica, y parece intuirse que es poco partidario del sondaje uretral. Atiende
una epidemia de paperas, con orquitis en los varones, que trata mediante sangrías.
Sólo ocasionalmente remite a pacientes con ciertas enfermedades testiculares
para tratamiento quirúrgico por cirujanos de su entorno. Casal fue médico
ilustre que gozó del respeto y admiración del mismísimo Padre Feijoo que era,
además de convecinos en Oviedo, su médico personal, al que atendía por las
afecciones reumáticas que continuamente padecía.
José Quer y Martínez, cirujano
consultor de los Reales Ejércitos, escribió un opúsculo titulado Disertacion fisico-botánica sobre la pasión
nefrítica, y su verdadero especifico, la uva ursi ó gayuba, impreso en
Madrid en 1763, donde expone las teorías de Traliano, Fernelio, Vanhelmont,
Lommio y Hoffman acerca de la formación de los cálculos. Se refiere al método
curativo y preservativo de este último médico, y recomienda para alivio de los
pacientes litiásicos la planta uva ursi ó gayuba, haciendo mención de su
sinonimia en las diferentes provincias españolas. Hace cuenta de repetidas
observaciones que ratifican la eficacia del método. Subraya el hecho de que la
planta era fácil de conseguir, con buen sabor a la ingestión y exento de
complicaciones. Quer fue uno de los que mas contribuyeron al progreso de la
Botánica en España durante el siglo XVIII. Combatió duramente a los autores
extranjeros, como Linneo, que injustamente suponían a nuestro país con gran
atraso en los conocimientos de esta ciencia.
José Juan Antonio Baguer y
Oliver, catedrático de medicina en Valencia, escribió la obra Floresta de disertaciones
histórico-prácticas, chimico-galénicas, methódico-prácticas, editado en
Valencia en 1741, donde expone una serie de variadas disertaciones médicas. En
una de ellas se refiere al dolor nefrítico y en otro a la lue sifilítica. En
ambas describe sus causas, síntomas, signos, pronóstico y métodos terapéuticos.
En el que se refiere a la litiasis en el Tomo I Dissertación V que lleva por
título Del dolor nefrítico, define el
cálculo como “un cuerpo duro, terrestre y
lapídeo hecho de un humor feculento, terrestre y con una porción linfática o
glutinosa”. Comenta que “los cálculos
se forman por la unión de un ácido exaltado con partículas alchalinas, algunas
sales térreas y otros athomos, debiendo añadirse a lo anterior procesos de
putrefacción junto con el calor natural de los riñones”.
Francisco Sanz de Dios, médico de
la Real Casa y Hospitales de Santa María de Guadalupe, en su obra Medicina práctica de Guadalupe, editada
en Madrid en 1730, se ocupa de las enfermedades de los riñones en el libro
quinto, de los seis en que está compuesta la obra, describiendo las causas, los
síntomas, el pronóstico y el tratamiento de las enfermedades urinarias que va
enumerando. Respecto a las causas de la formación de los cálculos se refiriere
a la “disposición putrefactiva de los
riñones que produce una exaltación de partículas sulfúreas y salino térreas
sobre las que actúa un fermento llamado accido austero que da origen a la
formación de la piedra”.
Antonio Segarra, cirujano titular
del deán y cabildo de la Santa Iglesia Catedral de Sigüenza, tradujo el libro Memoria sobre las enfermedades de la
uretra, y remedio específico para su curación, y de otras muchas escrita
por el francés Thomas Goulard, cirujano del hospital de Montpellier, que lo
escribió en 1770. Segarra recomienda el uso de unas candelillas que vendía
directamente a los pacientes para el tratamiento de la estenosis de uretra.
Juan Naval, médico de familia del
rey Carlos IV, publica en Madrid en 1799 la obra Tratado médico-quirúrgico de las enfermedades de las vías de la orina,
obra de gran trascendencia por ser el único texto monográfico sobre patología
urogenital editado en España en todo el siglo XVIII, y que además vendría a ser
el segundo después de que Francisco Díaz publicase en el lejano 1588 el libro Tratado nuevamente impresso de todas las
enfermedades de los riñones, vexiga y carnosidades de la verga y urina.
Naval reúne en el libro todo cuanto se ha escrito en Europa sobre la patología
de las vías urinarias, y enriquece su contenido al exponerlo ordenadamente, con
lo que cumple un importante papel unificador de las enfermedades urológicas,
dispersas y sin sistematizar hasta entonces, por lo que ejerció una gran
influencia en los cirujanos de la siguiente centuria. Para su redacción extrajo
las partes referentes a la especialidad de los principales textos de todos los
autores europeos más importantes de aquel siglo, como los de Boerhaave,
Chopart, Desault, Heister, Petit, Litre, Winslow y Haller; y, aunque da más
importancia a la patología clínica, aporta todo el saber quirúrgico que se
tenía. La obra se compone de dos tomos conteniendo entre ambos cinco partes. En
la primera parte se ocupa de la anatomía y fisiología renal y de las vías
urinarias, en la segunda de la patología renal, en la tercera de la patología
de las vías urinarias, en la tercera y en la cuarta de la patología vesical y,
finalmente, en la quinta de la patología uretral. Se conocen pocos datos de la
biografía de Naval; por el contenido de sus obras se deja entrever que tenía
conocimientos quirúrgicos y, en particular, de cirugía ocular, rino-faríngea y
urológica.
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