sábado, 2 de octubre de 2021

Carlos II de Habsburgo (1661-1700), llamado El Hechizado. La infertilidad de un rey que supuso un cambio de dinastía de la Casa de Austria a la Casa de Borbón

Carlos II el Hechizado
           Carlos II fue el último rey de la Casa de Austria al morir sin tener descendencia. Nació en el Real Alcázar de Madrid el 6 de noviembre de 1661. Es el quinto y último hijo habido por los reyes Felipe IV y Mariana de Austria, pero es nombrado heredero a la Corona por el fallecimiento de su hermano mayor Felipe Próspero cinco días antes de su nacimiento. El futuro rey suponía la culminación de una marcada endogamia familiar practicada entre los Habsburgo durante varias generaciones que se reflejó en la naturaleza enfermiza del recién nacido. Carlos estaba a punto de cumplir cuatro años cuando falleció su padre por lo que dispuso en su testamento que el rey niño permaneciera bajo la regencia de su madre hasta que en 1675 alcanzara la mayoría de edad establecida.

                 Fue conocido con el sobrenombre de El Hechizado debido a su debilitado estado físico, limitadas capacidades intelectivas e incapacidad para la procreación, lo que el vulgo achacaba a hechizos de brujería e influencias diabólicas según las creencias de la época. Sus graves problemas de salud, desde el mismo momento del nacimiento, y la manifiesta infertilidad han sido considerados la consecuencia de trastornos genéticos debidos a los sucesivos matrimonios consanguíneos entre la familia real de los Habsburgo. Sin embargo, de forma paradójica, el rey fue uno de los monarcas más longevos de la historia de España, accediendo al trono con tres años y consiguiendo vivir hasta los treinta y ocho años, que era considerada entonces una edad avanzada, más aun teniendo en cuenta su precaria salud.

             Tras su fallecimiento sin dejar herederos se ocasionó un grave conflicto sucesorio que derivó en el fin de la regencia de la Casa de Austria tras una cruenta guerra, conocida como de Sucesión Española, que implicó a varios Estados europeos, unos partidarios de Felipe de Borbón, nieto del rey francés Luis XIV, y otros del Archiduque Carlos de Austria, hijo del emperador alemán Leopoldo I, defensores de la continuidad de la dinastía Habsburgo.

             Las fuentes históricas tradicionales han venido considerando, de forma reiterada, el reinado de Carlos II como uno de los períodos más oscuros y decadentes de la monarquía española, coincidiendo con el final de la Casa de Austria y la pérdida de poder e influencia de la Corona española en el escenario internacional. Esta mala imagen de Carlos II fue manipulada por las potencias europeas, interesadas en desprestigiar la imagen de España y deseosas de repartirse el botín que suponía la gran herencia del imperio español ante la falta de un heredero, y que tuvo un acento más marcado con la llegada al trono de la Casa de Borbón, que llegó a demonizar al extremo la figura de Carlos II, tanto en lo personal como en su actuación regia, para así exaltar la labor de la nueva dinastía. La degradación histórica también incluyó al estado de salud mental y físico del monarca. Aunque su historial clínico es indudablemente complejo y amplio, su patología con frecuencia se ha exagerado o distorsionado de forma equivocada o malintencionada.

            No obstante, la historiografía actual está en un proceso de revisión contra este relato tradicional ya que parece que la gravedad de la salud del monarca no era tan alarmante para que le incapacitara en el ejercicio de sus funciones como rey. Durante su reinado cabe destacar la acertada elección de los validos y responsables en la gobernanza de los asuntos de Estado que logró mantener intacto el imperio heredado desde Carlos I gracias a una buena gestión diplomática frente al incontestable poderío francés que representaba entonces el rey Luis XIV. En materia económica se consiguió una de las mayores deflaciones de la historia con un aumento del poder adquisitivo de la población, bajada de impuestos y reducción del gasto de la administración central lo que condujo a una recuperación de las arcas públicas y la mejoría de las condiciones de vida de los ciudadanos, y todo ello después de recibir una pobre herencia de los monarcas precedentes que dejaron la hacienda española en situación de bancarrota. Es así como los actuales biógrafos de Carlos II, como Luis Ribot, consideran que el monarca no era ni tan hechizado ni tan decadente.

 

Regencia de Mariana de Austria (1665-1675)

              De acuerdo con el testamento de Felipe IV, su esposa Mariana de Austria queda como reina regente hasta la mayoría de edad de su hijo Carlos. La reina sería asistida por una Junta de Regencia formada por seis miembros representantes de las mayores instituciones del reino. Como miembro de la Junta e inquisidor general, la regente propone al padre jesuita austriaco Johan Everard Nithard, su confesor y máximo confidente, que la había acompañado en 1649 a Madrid desde la Corte de Viena cuando contrajo matrimonio con Felipe IV.


Carlos II el Hechizado

Carlos II. (ca. 1680). Fue declarado sucesor a la corona en 1665, tras el fallecimiento de Felipe IV y cuando estaba a punto de cumplir cuatro años de edad, pero ejerció realmente como rey desde 1675 hasta su fallecimiento en 1700. Pintura de Juan Carreño de Miranda. Museo del Prado de Madrid


              Mariana de Austria, con falta de experiencia política pero de carácter decidido, recelaba de los miembros de la Junta y de la mayoría de la alta nobleza por lo que depositó su plena confianza en el padre Nithard, que acabaría alcanzando una notoria relevancia actuando como un verdadero valido. Muy pronto, Nithard se encontró con la oposición de los círculos políticos y religiosos de la Corte por su mediocre función de valimiento. La nobleza también rechazó desde un principio el encumbramiento de Nithard, al que consideraban un extranjero advenedizo carente de los merecimientos necesarios para el ejercicio de sus funciones mostrando una total falta de conocimiento y experiencia en los asuntos de Estado.


Carlos II el Hechizado

Mariana de Austria (ca. 1670). Madre de Carlos II. Aparece ataviada con vestimenta de viuda de las reinas de España. Fue reina regente de 1665 a 1675 como establecía el testamento de Felipe IV, pasando la regencia a su hijo Carlos II una vez cumplida la mayoría de edad. Pintura de Juan Carreño de Miranda. Museo del Prado, Madrid


              Felipe IV en su testamento también dejó dispuesto que su único hijo natural reconocido, Juan José de Austria, fuese protegido y favorecido de forma especial por su sucesor y la reina. El bastardo mantenía buenas relaciones con la alta nobleza, que le consideraba un príncipe de sangre real, y que además despertaba esperanza y simpatías entre el pueblo llano. Juan José demostró dotes de liderazgo militar, además de notable capacidad intelectual y para la acción política. No obstante, Mariana no le tenía ningún aprecio, considerándole su mayor enemigo político, por lo que le dejó excluido de todo puesto de relevancia. Esto motivó el malestar de Juan José, a lo que se unió su rechazo al fulgurante ascenso de Nithard que acusaba de corrupto, incapaz y traidor por lo que, apoyándose en el descontento popular generalizado y por medio de un pronunciamiento militar bajo el lema “¡Viva el rey! ¡Muera el mal gobierno!, logró que el jesuita fuera desterrado de España en 1669.


Carlos II el Hechizado

Fernando de Valenzuela (ca. 1675). Valido durante la regencia de Mariana de Austria. Apodado El Duende de Palacio por sus intrigas palaciegas. Fue destituido por un pronunciamiento militar dirigido por Juan José de Austria, hermanastro de Carlos II, siendo desterrado a Filipinas y posteriormente instalándose en Nueva España (México) en donde falleció a consecuencia de un accidente ecuestre. Pintura de Juan Carreño de Miranda. Museo Lázaro Galdiano de Madrid


        Tras la caída de Nithard, las funciones de valimiento quedan en manos de Fernando de Valenzuela, un personaje controvertido de origen modesto, pícaro, habilidoso, instigador y confidente de la reina madre que con sus artimañas consiguió un rápido ascenso en la Corte. Valenzuela procuró urdir una red de intereses en torno a él de la que participaron cortesanos y nobles, mientras administraba estratégicamente el reparto de cargos para atraerse voluntades. A diferencia de su antecesor, Valenzuela tenía un programa de actuación política. Su acción de gobierno era claramente intervencionista mediante la mejora del abastecimiento, la vigilancia de las tasas en los productos de primera necesidad y el impulso a las obras públicas. No obstante, con su plan de reformas administrativas se granjeó la hostilidad general tanto de los consejos como de gran parte de la nobleza. El ascenso de Valenzuela había sido demasiado rápido como para ser considerado un igual entre los demás grandes y éstos decidieron expresar su malestar abiertamente.


 Reinado de Carlos II (1675-1700)

            En 1675 la regencia de la reina madre llegó a su fin debido a la mayoría de edad de Carlos II, pero Mariana y su valido consideraban que el rey, con solo catorce años de edad, no estaba aun en condiciones de asumir la responsabilidad del poder por lo que Mariana siguió influyendo bastante en su hijo. Sin embargo, una buena parte de la nobleza pensaba que ahora era el momento para reconducir la situación política. Un manifiesto público firmado por veinticuatro nobles destacados exigía la separación permanente de Carlos II de su madre, el encarcelamiento de Valenzuela y la designación inmediata de Juan José de Austria como máximo colaborador en el gobierno del rey. Juan José se rebela en Zaragoza en 1677 dirigiéndose a Madrid, con las tropas de que disponía, consiguiendo tomar el poder y procediendo a la detención de Valenzuela. Después de juicio sumario, el valido es desterrado a Filipinas. La reina madre fue apartada de la Corte siendo confinada en el Alcázar de Toledo. Mientras el rey no asumía el poder total, Juan José ejerció el gobierno algo más de dos años hasta su repentina muerte en 1679. Aunque hubo grandes esperanzas sobre sus reformas en materia hacendística y administrativa, su gestión resultó decepcionante quedando ensombrecida por la lucha política contra sus adversarios, la evolución política internacional desfavorable y la delicada situación económica.

             Los primeros ministros que sucedieron a Juan José no habían sido expresamente elegidos por el rey, plenamente consciente de su incapacidad para asumir esa responsabilidad, siendo los proponentes las distintas facciones aristocráticas triunfantes de las luchas palaciegas, que demostraron buen criterio en la elección de personas bien preparadas para emprender las reformas necesarias para la supervivencia de la monarquía. Las primeras medidas fueron tomadas por Valenzuela en un intento de reducir la galopante inflación y el déficit permanente, pero se debe al siguiente valido, el duque de Medinaceli, su puesta en marcha, consiguiendo una de las mayores deflaciones de la historia de España, lo que significó el primer paso para una recuperación económica. Ya en 1679, Medinaceli formaba parte del Consejo de Indias y desde esta institución impulsó la creación de la Junta de Comercio que, sobre todo, se encargó de promover la actividad industrial autóctona. Una importante medida que tomó fue la reforma monetaria cauterizadora en 1680, destinada a frenar la imparable inflación del vellón, que supuso el inicio de la recuperación económica.


Carlos II el Hechizado

Juan José de Austria (ca. 1678). Hermanastro de Carlos II. El único hijo natural reconocido por Felipe IV. Fue valido del rey y, aunque fueron depositadas grandes expectativas en su gestión de gobierno, acabó fracasando en sus iniciativas. Pintura de Juan Carreño de Miranda. Museo de Bellas Artes de Budapest


            Medinaceli se ve obligado a presentar su dimisión como primer ministro en 1685 por razones de salud, por los continuos enfrentamientos con la reina María Luisa de Orleáns y por la pérdida de apoyos políticos en la Corte. Le sucede en el cargo el conde de Oropesa, quien continúa con la política de colocar en los puestos claves a personas conocedoras de la materia y no a nobles por su simple condición. Su tarea se orientó sobre todo a la reforma hacendística. Bajo sus directrices se creó la Superintendencia General de la Real Hacienda. Fueron sus objetivos principales la creación de una única contribución que sustituyera a las varias existentes, la reducción de la deuda pública y la modernización administrativa en la gestión fiscal. Consiguió establecer un techo de gasto elaborando un presupuesto desde cero, condonar las deudas a los municipios para permitirles recuperarse, reducir los impuestos y terminar con los gastos suntuosos. También durante su mandato se revalorizó la figura del secretario de Despacho Universal, que poco a poco se convertiría en eje de toda la administración del Estado. En el terreno político encontró oposición a sus reformas por parte de la nobleza y la iglesia. Su falta de sintonía con la segunda esposa del rey, Mariana de Neoburgo, junto a los desastres de la guerra contra Francia que significaron importantes pérdidas territoriales, precipitaron la salida de Oropesa en 1691.

        Con la caída de Oropesa se inició el período de influencia política de la reina Mariana de Neoburgo, bajo el consejo del cardenal Portocarrero, arzobispo de Toledo, dado el deterioro de la salud del rey. El embajador francés señala que durante los últimos años Carlos II se encontraba en estado muy precario precisando que “su mal, más que una enfermedad concreta, es un agotamiento general. Esta nueva etapa coincidió con un relevo generacional en las filas de las personalidades que habían protagonizado la gobernación desde la regencia. La reina elevó al poder a su propia camarilla austríaca arrinconando temporalmente a muchos nobles españoles, relanzó los gastos de mercedes y sobresueldos y aceleró los gastos de guerra, pues la continuidad del enfrentamiento con Francia favorecía al emperador austríaco. Oropesa es elegido nuevamente valido en 1698 pero su apuesta por la sucesión monárquica del Archiduque de Austria, a lo que se sumaron los disturbios populares en Madrid por la carestía de los alimentos en abril de 1699, provocaron su definitiva destitución.


Carlos II el Hechizado

Destitución del conde de Oropesa por Carlos II. Oropesa ejerció una destacable labor en sus funciones de valimiento, sobre todo en materia económica. Fue destituido por el rey precipitado por los acontecimientos del Motín de los Gatos, una serie de disturbios populares ocurridos en Madrid el 28 de abril de 1699 debidos a la falta y el encarecimiento del pan. Grabado del siglo XIX


        Aunque el reinado de Carlos II estuvo eclipsado por sus problemas de salud y peculiaridades físicas, sin embargo, supuso el inicio del proceso reformista que dio los primeros pasos hacia el nuevo Estado en el que se basa la reforma borbónica. Según el historiador Eduardo Juárez "Carlos II buscó el fortalecimiento de la imagen del valido como ministro real, así como la presencia del secretario del despacho universal, tratando de volver al gobierno de los funcionarios frente a la nobleza". El reinado de Carlos II, respecto a la economía, ha sido calificado por Ribot como "un remanso de paz", gracias a las medidas de sus validos Medinaceli y Oropesa, que consiguieron aliviar la presión sobre sus súbditos, permitiendo el superávit y acabando con las sucesivas bancarrotas en las que incurrieron sus antecesores. Además, a partir de 1685, se registra un aumento de la natalidad. También se produjo una recuperación cultural y científica por el impulso de los novatores que, a pesar de la vigilancia de la Inquisición, consiguieron ir introduciendo en España los nuevos descubrimientos científicos que se estaban dando en Europa.

             Las intervenciones exitosas realizadas durante el reinado de Carlos II vienen a demostrar que el reformismo borbónico de comienzos del siglo XVIII no partía de cero, y facilitaron mucho las reformas posteriores impulsadas por Felipe V de Borbón. Para el historiador José Calvo Poyato la falsa imagen de un rey frágil encajaba a la perfección en el marco de un país sumido en una crisis. La propaganda borbónica pretendió difundir el fracaso de Estado liderado por los Habsburgo y se encargó, en su beneficio, de desprestigiar al monarca español desde su nacimiento. Para Juárez, Carlos II quedará reducido a una caricatura que no fue muy justa con la realidad. En ese contexto histórico, el hispanista británico Christopher Storrs ha ensalzado la capacidad de resiliencia del reinado de Carlos II, tanto en Europa como en América.

 

El problema sucesorio. La Guerra de Sucesión Española (1701-1713)

          La falta de descendencia directa del rey provoca el trasiego de intrigas palaciegas en torno al problema sucesorio. Este asunto, convertido en cuestión de Estado, también tuvo una notable repercusión en la diplomacia europea donde los distintos reinos se posicionaban a favor o en contra de los candidatos según favoreciese sus propios intereses ya que era evidente que España suponía un atractivo reparto. La opción austríaca, defendida por la reina Mariana de Neoburgo e instigada por el emperador Leopoldo I, contaba con un grupo reducido de seguidores en la Corte. Finalmente, Carlos II elige como heredero a José Fernando de Baviera, el preferido de la solución bávara, que representaba al sector más nutrido de cortesanos pero, tras su repentina muerte en 1699, hace que los defensores de la candidatura borbónica queden fortalecidos. Al frente de este grupo se situó el cardenal Portocarrero, nombrado primer ministro por Carlos II en su último año de vida, que tuvo una decidida influencia sobre la voluntad del monarca hacia esta opción, contraponiéndose así a las presiones de su esposa en favor de su sobrino el archiduque Carlos.


Carlos II el Hechizado

Testamento de Carlos II (1700). El rey declara sucesor a Felipe de Anjou, perteneciente a la Casa de Borbón y nieto del rey francés Luis XIV, con la condición expresa de su renuncia a cualquier derecho a la Corona francesa. Esta opción fue defendida por el cardenal Portocarrero, nombrado primer ministro por Carlos II su último año de vida, y sin doblegarse a las presiones de su esposa en favor de su sobrino el archiduque Carlos de Habsburgo


          Carlos II en su nuevo testamento declara sucesor a Felipe de Anjou, perteneciente a la Casa de Borbón y nieto del rey francés Luis XIV, con la condición expresa de que éste, de aceptar su herencia, renunciaría a cualquier derecho a la Corona francesa. El rey señala textualmente en el testamento que declaro ser mi sucesor, en caso de que Dios me lleve sin dejar hijos, al Duque de Anjou, hijo segundo del Delfín, y como tal le llamo a la sucesión de todos mis Reinos y dominios, sin excepción de ninguna parte de ellos”. El elegido goza de todos los apoyos del rey francés. La elección de Felipe de Anjou suponía una mayor garantía para la conservación de la unidad de los territorios del imperio español, ya que Luis XIV era en ese momento el monarca con mayor poder de Europa. Quedaban, por tanto, anuladas las pretensiones de sucesión al trono del archiduque Carlos, que eran respaldadas por Inglaterra y Países Bajos, las tradicionales enemigas de España durante el siglo XVII, y que además rivalizaban con la Francia hegemónica de Luis XIV. Aunque Carlos II fuera manipulado por su entorno para proponer la candidatura del Borbón, éste ya se anteponía a su rival austríaco por derecho dinástico ya que contaba con más ascendientes españoles.

          Después de la aceptación del testamento por Luis XIV, el ya rey Felipe V partió hacia Madrid, a donde llegó el 22 de enero de 1701. La tensión entre Francia y España y el resto de potencias europeas, recelosas del poder que iban a acumular los Borbones, fue en aumento debido a una serie de errores políticos cometidos en las Cortes de Versalles y Madrid. Luis XIV cometió la imprudencia de reconocer a su nieto el derecho a ocupar el trono de Francia, vulnerando el testamento de Carlos II, lo que podría suponer la unión de ambas Coronas. En estas circunstancias, Austria, que no reconocía a Felipe V como rey, envió un ejército hacia los territorios españoles en Italia, sin previa declaración de guerra. El 7 de septiembre de 1701 se firmó el Tratado de La Haya que dio nacimiento a la Gran Alianza, constituida por Austria, Inglaterra, las Provincias Unidas de los Países Bajos, Portugal, Ducado de Saboya, Prusia y la mayoría de los Estados alemanes, que proponía al archiduque Carlos de Austria como pretendiente alternativo a Felipe V. La Gran Alianza acabó declarando la guerra a Luis XIV y a Felipe V en mayo de 1702. Este enfrentamiento bélico, conocido como la Guerra de Sucesión Española, no fue solamente un conflicto internacional sino que también supuso una auténtica guerra civil en España entre borbónicos, cuyo principal apoyo lo encontraron en la Corona de Castilla, y austracistas, mayoritarios en la Corona de Aragón.


Carlos II el Hechizado

Primer Tratado de Utrecht (1713). Los países de la Gran Alianza -entre ellos Austria, Inglaterra y Países Bajos- no reconocieron el testamento de Carlos II y desencadenaron la Guerra de Sucesión Española en 1702 contra España y Francia proponiendo al archiduque Carlos como candidato alternativo. El conflicto finalizó con los Tratados de Utrecht que consolidaron la dinastía borbónica, pero a cambio de pérdidas territoriales para España y del control del comercio marítimo de Indias en favor de Inglaterra


             Después de múltiples encuentros bélicos, los Estados europeos implicados en el conflicto, sobre todo Inglaterra, deciden acelerar las negociaciones para declarar la paz, ahora que la situación les era más conveniente y que comenzaban a ver las ventajas de reconocer a Felipe V como rey español. Se da por finalizado el conflicto con la firma de los Tratados de Utrecht en 1713 en donde resulta como gran vencedora la Corona inglesa que consigue hacerse con estratégicas posesiones coloniales y puertos marítimos que fueron la base de su supremacía futura. Para la monarquía española supuso la consolidación de la nueva dinastía borbónica, pero a costa de la pérdida de sus posesiones en Italia y los Países Bajos, más Gibraltar y Menorca, y también del control del comercio con el imperio de las Indias en favor de los británicos.


 Las dos esposas de Carlos II

          Carlos II contrajo matrimonio en dos ocasiones y en ninguno consiguió tener descendencia. Como se adoptaba a creer entonces, se responsabilizaba principalmente a la mujer como causante de la infertilidad.


             Primera esposa. María Luisa de Orleans

             Carlos II se casó en 1679, a la edad de dieciocho años, con María Luisa de Orleans, sobrina de Luis XIV, para reforzar los lazos políticos con la poderosa monarquía francesa. La novia, que contaba con diecisiete años, acogió la noticia con gran desazón ya que el embajador francés, marqués de Villars, informaba a su Corte que “el Rey Católico es feo para causar espanto y de mal semblante. María Luisa era agraciada, de proporcionada estatura y elegancia natural de porte. Mujer vital, pero poco interesada en los asuntos políticos, tenía afición por la equitación, el baile, la caza y la gastronomía, aunque nunca tuvo aprecio por la cocina española. La joven sentía un total rechazo por el aspecto físico del rey desde que le mostraron el retrato enviado a París. Nunca llegó a estar verdaderamente enamorada de su marido pero, con el paso de los años, llegó a sentir un cariño fraternal y un genuino afecto hacia él. Carlos II, por su parte, se enamoró súbitamente de la joven cuando la vio por primera vez en un retrato y estuvo encariñado con ella durante todo el tiempo que permanecieron juntos. Poco después de la boda, el embajador francés, marqués de D´Harcourt, relata que temí que la Reina fuese muy desgraciada. Veo con satisfacción que las cosas cambian de aspecto. El Rey está enamoradísimo y la complace en todo lo que pide. Al principio María Luisa tuvo dificultades para adaptarse a la rígida etiqueta de la Corte española. No le permitían comer en privado, asomarse por las ventanas, vestir a la moda ni hacer fiestas, bailes y reuniones como era costumbre en la Corte francesa.


Carlos II el Hechizado

María Luisa de Orleans (1679). Primera esposa de Carlos II. Sobrina del rey francés Luis XIV. Falleció tras casi diez años de matrimonio sin tener descendencia. Pintura de Pierre Mignard. Localización desconocida


          Pasado el tiempo, la reina no conseguía el ansiado embarazo. En realidad, María Luisa seguía virgen al año de matrimonio confesando a su camarera que el rey padecía de eyaculación precoz que impedía consumar el matrimonio. El pueblo y la Corte española se desesperaban por la tardanza en la llegada de un heredero, razón por la cual se sometió a la reina a algunos métodos terapéuticos en su intento de curar su supuesta infertilidad, e incluso se recurrió a oraciones, peregrinaciones y la veneración de reliquias sagradas. Tan insistentes eran las súplicas que la soberana preguntó a una de sus damas, no sin escepticismo, si “¿de veras creéis que esto es cuestión de rogativas?. Una coplilla popular que corría por el Madrid de la época decía: Parid, bella flor de lis, en aflicción tan extraña, si parís, parís a España, si no parís, a París.


Carlos II el Hechizado

Detalle de Auto de Fe en la Plaza Mayor de Madrid (1683). Este Auto se celebró el 30 de junio de 1680. En el centro del palco real aparecen Carlos II, María Luisa de Orleans y Mariana de Austria presidiendo el acto. En el balcón de la derecha el duque de Medinaceli y en la parte inferior las altas dignidades eclesiásticas, entre ellas el arzobispo de Toledo, Luis Fernández Portocarrero, y el Inquisidor General Diego Sarmiento de Valladares. Pintura de Francisco Rizi. Museo del Prado de Madrid


           María Luisa murió en 1689, después de casi diez años de matrimonio, como consecuencia de una peritonitis, posiblemente debida a una apendicitis aguda, cuando contaba veintiséis años de edad, dejando al rey destrozado y en un estado depresivo que mermó aun más su estado de salud. Según el testimonio de un testigo, en su lecho de muerte María Luisa se despidió de su marido diciéndole que muchas mujeres podrá tener Vuestra Majestad, pero ninguna que le quiera más que yo.


             Segunda esposa. Mariana de Neoburgo

            Aunque el rey lamentó sinceramente la muerte de María Luisa, no puso impedimentos para que se empezara inmediatamente a preparar un nuevo enlace. Sería elegida como segunda esposa Mariana de Neoburgo, prima segunda de Carlos II e hija del Elector del Palatinado y candidata del emperador Leopoldo I de Habsburgo. La fertilidad de su familia fue la mejor carta de presentación, ya que sus padres habían tenido veintitrés hijos, pues en Madrid se deseaba con ardor un heredero. La boda por poderes se celebró en el mismo año de 1689, solamente seis meses después de la muerte de María Luisa. La nueva reina, que contaba con veintiún años de edad, era físicamente bien constituida e inteligente, pero caprichosa, vanidosa, ambiciosa y dominante. Mariana consiguió someter al rey completamente a su voluntad, y gustaba de inmiscuirse en los asuntos políticos de la Corte. No obstante, el sentido de Estado del rey no permitió que su esposa expoliase patrimonio pictórico de la Corona para ofrecérselo a su hermano, el Elector del Palatinado Juan Guillermo, que era un coleccionista compulsivo. Carlos II defendió de forma decidida la permanencia de las pinturas en España sin importarle tener que enfrentarse a su esposa.


Carlos II el Hechizado

Mariana de Neoburgo (ca. 1690). Segunda esposa de Carlos II. Hija del Elector del Palatinado. Tampoco tuvo descendencia. Firme defensora de la causa austracista para la sucesión de la Corona. Fue desterrada a Bayona (Francia) por Felipe V de Borbón. Pintura de Claudio Coello. Fundación Casa Ducal Medina Sidonia


          Pasado el tiempo, el embajador francés en Madrid describió en pocas palabras la nueva posición de Mariana en la Corte española: La princesa de Neoburgo ha adquirido tal ascendiente sobre el espíritu del rey, su esposo, que bien puede decirse que es ella la que reina y gobierna en España [...] los cargos y dignidades se otorgan a los que le muestran rendimiento; los méritos, el rango o los servicios prestados no ponen a cubierto a quienes se oponen a su voluntad, ni les salvan de la desgracia y el destierro. Por lo demás, la autoridad de la Reina se funda más bien en el temor que tienen a su resentimiento que a su amor al pueblo.

         El deseado heredero no acababa de llegar y entonces se hizo popular una coplilla que decía: Tres vírgenes hay en Madrid: la Almudena, la de Atocha y la Reina nuestra señora. Durante su matrimonio, Mariana llegó a fingir hasta once embarazos y, al no lograr tener descendencia, conspiró, ayudada por su camarera mayor, para influir sobre la decisión del sucesor al trono en favor de su sobrino, el archiduque Carlos de Austria. La reina nunca logró hacerse popular entre sus súbditos, quienes la tachaban de alemana, pelirroja y antipática.


Carlos II el Hechizado

Detalle de La Gloria de la Monarquía Hispánica (ca. 1697). Este fresco se localiza en la bóveda de la escalera principal del monasterio de El Escorial. Aparece Carlos II mostrando a su esposa, Mariana de Neoburgo, y a su madre, Mariana de Austria, la ejemplaridad de la monarquía española como garante universal de la religión católica. Pintura de Luca Giordano. Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial


       En el testamento de Carlos II quedó estipulado que, durante su viudez, se le asignaría a la reina una pensión de cien mil doblones al año, así como el señorío de por vida de la ciudad española donde ella quisiese fijar su residencia, y que fuera tratada por sus sucesores con el respeto de reina viuda de España. Sin embargo, una vez muerto el rey, el nuevo soberano Felipe V indicó su deseo de que Mariana abandonase Madrid antes de que él entrase en la ciudad. La reina no tuvo más remedio que retirarse al Alcázar de Toledo y posteriormente ser desterrada a Bayona (Francia). En 1739 regresó a España, ya anciana y enferma, instalándose en el Palacio del Infantado en Guadalajara, donde falleció en 1740 con setenta y dos años.


 Aspecto físico y personalidad del rey

        En los retratos de los pintores Juan Carreño de Miranda, Claudio Coello y Luca Giordano, se aprecia un aspecto desgarbado de Carlos II con cabeza grande, frente amplia, cara larga y estrecha, mentón agudo prognático, cejas pobladas y de surco amplio, ojos pequeños y azules, mirada desvaída, nariz larga y aguileña, labio inferior belfo, tronco encorvado, pecho raquítico y piernas cortas con los pies grandes. El embajador francés, marqués de Villars, describió que el rey era "de aspecto enfermizo, frente estrecha, mirada incierta, labio caído, cuerpo desmedido y torpe de gestos". Los rasgos físicos deformados del rey pueden tener explicación en anomalías cromosómicas por la consanguineidad incesante de la casa de Austria y también por el raquitismo que le afectó en la infancia. Efectivamente, el rey contenía en sí mismo el compendio de todas las deformaciones faciales de los Austrias: una gran nariz con punta sobresaliente que cae sobre el labio inferior, también prominente, y una mandíbula inferior con un acusado prognatismo. Además, el monarca se caracterizó por su falta de atención a la higiene personal, y gustaba de lucir el pelo largo, sucio y enmarañado, lo que desfavorecía aun más su aspecto.


Carlos II el Hechizado

Carlos II rey de España (ca. 1685). Pintura de Juan Carreño de Miranda. Kunsthistorisches Museum de Viena


         Cuando el rey tenía veinte años, Nicolini, secretario del nuncio papal en España, describe la figura de Carlos II afirmando que “el rey es más bien bajo que alto, no mal formado, feo de rostro; tiene el cuello largo, la cara larga y como encorvada hacia arriba; el labio inferior típico de los Austria; ojos no muy grandes, de color azul turquesa y cutis fino y delicado. El cabello es rubio y largo, y lo lleva peinado para atrás, de modo que las orejas quedan al descubierto. No puede enderezar su cuerpo sino cuando camina, a menos de arrimarse a una pared, una mesa u otra cosa. Su cuerpo es tan débil como su mente. De vez en cuando da señales de inteligencia, de memoria y de cierta vivacidad, pero no ahora; por lo común tiene un aspecto lento e indiferente, torpe e indolente, pareciendo estupefacto. Se puede hacer con él lo que se desee, pues carece de voluntad propia. Nada teme más que la posibilidad de hacer la guerra y si se habla de ello llora como un niño.

        El rey tuvo siempre un carácter débil, irresoluto y voluble, en parte debido a su escasa confianza en sí mismo y en su propio criterio. Por ello, queda sometido a la influencia que ejercen sobre él las mujeres de su propia familia y los personajes más influyentes que le rodean en la Corte. Carlos II suele mostrarse bondadoso y bienintencionado, siendo sus principales virtudes la piedad, la integridad moral, la religiosidad, la rectitud de conciencia y, sobre todo, un enorme sentido de su dignidad real desde su niñez. Mostró una falta de interés en gobernar como si fuera consciente de su escasa capacidad y poca salud para regir aquel todavía vastísimo imperio. Confió estrechamente en los consejos que le daba su madre y fue más receloso en aceptar los que le suministraban sus cortesanos. Con todo, la inteligencia del rey no parecía ser tan limitada y tuvo una mejor salud y voluntad de servicio como lo que habitualmente se ha sostenido en la historiografía tradicional, aunque ello no fuera nunca suficiente para afrontar el enorme peso que llevaba sobre sus hombros.


Carlos II el Hechizado

Carlos II con armadura (1681). Pintura de Juan Carreño de Miranda. Museo del Prado de Madrid


          El enviado de Saboya en la Corte madrileña, conde de Vernon, sobre el talante indeciso de Carlos II señala en 1686 que el rey por naturaleza está inclinado a la justicia y a la piedad, no le falta entendimiento, lo cual he notado muchas veces [...] cuando llegando a él y habiendo preparado muchas razones que le convencieran del negocio que allí me llevaba, observaba que atendía estudiando los motivos auténticos y más importantes [...] Pero es especialmente desconfiado. Fía de todos y de nadie; y de ahí nace su irresolución. La propia esposa de Carlos II, Mariana de Neoburgo, en su correspondencia privada con el Elector Palatino daba testimonio de las dificultades del rey para tomar decisiones. El embajador inglés Alexander Stanhope, en 1698, describía el decaído estado de ánimo de Carlos II destacando que está tan melancólico que ni sus bufones ni sus enanos logran distraerlo de sus fantasías respecto a las tentaciones del diablo. Nunca se cree seguro si no están a su lado su confesor y dos frailes, a quienes hace acostar en su dormitorio todas las noches". Según Ribot, el rey, que subestimaba sus capacidades, poseía dos importantes cualidades regias: la capacidad de disimulo y la de guardar silencio, dotes con las cuales conseguía despistar si no engañar repetidamente a su entorno, incluso a su madre.

  

La infancia y educación del rey

          El futuro rey creció en el ambiente palaciego del Alcázar de Madrid entre ayas, bufones y servidores, sin tener la compañía de otros niños de su edad. La lactancia fue prolongada hasta casi los cuatro años, no continuando por considerarse indecoroso cuando fue coronado como rey, ya que se tenía pavor a que cualquier cambio alimenticio pudiese ser perjudicial, y para lo cual fue amamantado por más de catorce nodrizas -junto a otras tantas suplentes- con la esperanza de poder mejorar la salud del infante.


Carlos II el Hechizado

Carlos II niño como cazador (c. 1665). Pintura de anónimo madrileño. Museo del Prado de Madrid


              No le divertía jugar y tenía falta de interés por el estudio. Su madre, temerosa de que su salud se viese quebrantada, evitaba que estuviese expuesto al espacio exterior y de que mantuviera el menor contacto posible con las personas. Asimismo, tenía prohibidas la práctica de actividades físicas como la equitación, la esgrima y otras que pudieran ocasionarle un accidente. El joven rey en ocasiones tenía reacciones de ira imprevistas que pronto finalizaban con el arrepentimiento. Cabe destaca sur gran afición por el consumo compulsivo de chocolate y el gusto de asistir a las cocinas de palacio para contemplar la preparación de los menús, en particular de repostería. Cuando alcanzó la edad adulta disfrutaba con la caza, pero siempre lo hacía en carruaje debido a sus problemas de movilidad.

          Las limitaciones físicas e intelectuales y la mala salud de Carlos II fueron el motivo de que se descuidase su educación en las tareas de gobierno, optando su madre por sobreprotegerle sin imponerle grandes obligaciones y, por tanto, su formación y cultura fueron más bien escasas. Durante su primera infancia quedó bajo el cuidado de su aya María Engracia de Toledo. A punto de cumplir seis años se nombró como preceptor y maestro a Francisco Ramos del Manzano, jurisconsulto y ex catedrático de Salamanca, que entonces tenía sesenta y tres años. Entre los encargos que le hizo la reina regente figuraba que el futuro rey alcanzara el conocimiento de la doctrina cristiana y de las primeras letras, que consiguiera leer y escribir sucesivamente en latín, italiano y francés, y que aprendiera Historia, Astronomía y Geografía. En 1671, cerca de cumplir el rey diez años, su maestro dulcificaba el fracaso de sus desvelos con un alumno poco aventajado afirmando que entendía rudimentos de latín, conocía las partes del mundo, señalaba en los mapas y podía leer y escribir con dificultad señalando quehe dispuesto que el rey, después de algunos libros, aya leído las historias reducidas a epítomes de los Señores Reyes Católicos, Emperador Carlos V, Reyes Don Felipe II y Don Felipe III […] y juntamente se le ha instruido en las noticias de los Reynos y Estados de que se compone su monarquía. Debido al deseo explícito de su madre, solamente el padre Álvarez de Montenegro, su director espiritual desde los siete años, consiguió hacer de él un hombre profundamente religioso.


Carlos II el Hechizado

Carlos II adolescente (1671). Pintura de Juan Carreño de Miranda (copia). Museo Lázaro Galdiano de Madrid


           Durante el gobierno de su hermanastro Juan José se decidió reforzar el programa de preparación de Carlos II cuando había cumplido los dieciséis años. El nuevo programa se basaba en el manual El cetro con ojos de Andrés Ferrer de Valdecebro, que tenía como lema la insistencia en el trabajo como la clave del éxito para su oficio de rey. El plan educativo abarcaba la mejora de la lectura y la escritura, el conocimiento de los asuntos de gobierno, la Historia, la Geografía y ponía especial énfasis en los pasatiempos físicos, particularmente en la caza y en la esgrima. Los ejercicios memorísticos y la caligrafía deberían ser reforzados, sugiriendo despachar por escrito con su hermanastro mediante preguntas y respuestas sencillas. También, dentro de este programa formativo, se organizó el viaje de Carlos II a Aragón para jurar sus fueros.

  

Las enfermedades del rey

           Cuentan las crónicas de la época que la habitación de la reina Mariana de Austria en el momento del parto parecía una sacristía. Había reliquias por toda la estancia llegadas de las iglesias de toda España. Se repetían constantemente las oraciones y el rezo del rosario. Tal era el deseo de que naciese sano y salvo el varón heredero de la Corona de España, sobre todo después de la experiencia de ver malogrados los infantes anteriores.

          La Gazeta de Madrid, precursor del Boletín Oficial del Estado, hace el anuncio del nacimiento de Carlos II del modo más adulatorio posible escribiendo que había nacido "un robusto varón, de hermosísimas facciones, cabeza proporcionada, pelo negro y algo abultado de carnes". No obstante, la identidad sexual del neonato suscitaba dudas entre los embajadores europeos. Al respecto, en una carta enviada desde Viena al embajador imperial en Madrid, conde de Pötting, se escribe que dicen claramente, entre otras cosas, que no creen tenga España un príncipe, porque no es varón sino hembra. La descripción del recién nacido que hace Jacques Sanguin, enviado por Luis XIV de Francia, es bastante diferente a la oficial pues "el príncipe parece extremadamente débil. Tiene en las dos mejillas una erupción de carácter herpético, la cabeza está completamente llena de costras. Desde hace dos o tres semanas se le ha formado debajo del oído derecho una especie de canal o desagüe que supura. No pudimos ver esto pero nos hemos enterado por otro conducto. El gorrito, hábilmente dispuesto a tal fin, no dejaba ver esta parte del rostro".


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Carlos II (ca. 1675). Pintura de Juan Carreño de Miranda. Museo del Prado de Madrid


          Parece que la descripción del enviado francés sea más veraz que la ofrecida desde la Corte. Con ello se justificaría que el rey Felipe IV, avergonzado de su vástago, ordenara que el niño no sea mostrado ante el público y cuando ello fuera absolutamente necesario, por razones del protocolo cortesano, fuera bien arropado con telas de alta calidad que le taparan enteramente sin dejar al descubierto más que la cara y eso lo menos posible. Tal vez también por esta razón, el futuro rey fue llevado a la pila bautismal totalmente cubierto. El embajador inglés, presente en la ceremonia, al respecto refiere que iba tan tapado de blondas y encajes que solo se le veía un ojo y parte de una ceja. Para algunos investigadores, la descripción que nos ha llegado de las lesiones presentes en el neonato pudieran corresponder simplemente a una tiña fávica, una infección supurada producida por hongos que afecta sobre todo al cuero cabelludo, y que era muy frecuente en los recién nacidos en aquellas épocas.

       Aquel niño frágil creció entre la sobreprotección de su madre y la constante vigilancia de los médicos de cámara. Desde su nacimiento, Carlos II fue un niño débil, enfermizo y maltrecho, poco dotado física e intelectualmente y del que se esperaba no superase la infancia pero, contra todo pronóstico, logró sobrevivir hasta los treinta y ocho años. La fragilidad de la salud del rey pronto llamó la atención del pueblo de Madrid, que le dedicó con ironía la siguiente coplilla: El Príncipe, al parecer, por lo endeble y patiblando, es hijo de contrabando pues no se puede tener. A pesar de los numerosos tratamientos a los que fue sometido por médicos, alquimistas, astrólogos y todo tipo de charlatanes para recuperar su delicada salud, el monarca mostraba cada vez signos de mayor debilidad. Padeció raquitismo infantil, seguramente por carencia de vitamina D debido a la falta de exposición a luz solar por el confinamiento al que fue sometido desde el nacimiento para evitar que contrajera enfermedades por su débil constitución. El raquitismo puede ser la causa, al menos en parte, de sus deformidades esqueléticas, en la cara y la debilidad muscular.


Carlos II el Hechizado
Carlos II ataviado como gran maestre de la Orden del Toisón de Oro (1676). Pintura de Juan Carreño de Miranda. Schlossmuseum de Rohrau (Austria)

           Cuando tenía seis años enfermó de sarampión y varicela. A los ocho años tuvo un proceso febril que siguió de hematurias, volviéndose a repetir en varias ocasiones a lo largo de su vida. A los diez años contrajo la rubeola y a los once la viruela, que estuvo a punto de causarle la muerte. Algunos investigadores dudan de que realmente padeciera esta infección teniendo en cuenta la ausencia de cicatrices en la cara en los retratos del monarca. Tuvo frecuentes catarros bronquiales y también padeció a lo largo de su vida frecuentes diarreas, vómitos y dispepsias, atribuidas a su dieta inadecuada, con excesivo consumo de dulces y carne, y a una mala masticación por su prognatismo, que con la edad se hacía más relevante, y que los médicos trataban con las consabidas purgas, sangrías y dietas. Al respecto, el embajador inglés Stanhope informaba que el rey tiene un estómago voraz y traga entero todo lo que se come, pues su quijada inferior sobresale tanto que sus dos filas de dientes no pueden coincidir. Tuvo ataques epilépticos hasta los quince años que reaparecieron al final de su vida. Alrededor de los treinta y siete años, sus desmayos llegaron a ser tan largos que duraban a veces más de dos horas y se acompañaban de unas sacudidas bruscas de las extremidades y de movimientos de los ojos y de la boca hacia un mismo lado. A veintiocho años se mostraba muy debilitado, con empeoramiento progresivo, apareciendo en los últimos años de vida unos edemas generalizados y signos de extenuación. A los treinta y dos años perdió la casi totalidad del cabello, que fue disimulado por una peluca, mostrando un aspecto muy envejecido y deteriorado.

       Cabe destacar el retraso psicomotor del rey. A los tres años aún no se le habían cerrado las fontanelas. No se pudo mantener en pie hasta los cuatro años y no pudo caminar con normalidad hasta los seis. A los ocho años, su lectura era silábica y su grafía era insegura y vacilante. Aprendió a hablar con normalidad a los diez años y, solo un año después, acometió la lectura y la escritura cuyo aprendizaje no eran de su agrado. A los quince años apenas podía estampar su firma en un papel y parece que nunca llegó a escribir correctamente. Para algunos autores, las dificultades de lenguaje podrían estar relacionadas con el prognatismo y el megabelfo, y las de escritura con la tardía y mala educación recibidas.


Carlos II el Hechizado

Firma autógrafa del rey Carlos II. El rey aprendió a hablar con normalidad a los diez años y, solo un año después, acometió la lectura y la escritura cuyo aprendizaje no eran de su agrado. Se sostiene que las dificultades de lenguaje podrían estar relacionadas con el prognatismo y el megabelfo que padecía, y las de escritura con la tardía y mala educación recibidas


       La mayoría de los historiadores consideran que la falta de voluntad del rey, su carácter influenciable y falta de interés para la instrucción era debido a un defecto personal; y culpan a su madre de haber agravado esta disposición con una pésima educación, todo ello en el contexto de la tremenda carga de consanguinidad. A los veinte años su capacidad intelectiva y sus conocimientos eran limitados. Cuando tenía treinta años se impuso la lectura de algún libro durante al menos una hora al día y aún eso lo soportaba mal. Incapaz de aprenderse sus propios reinos, a duras penas memorizó alguna de las oraciones impuestas por su devota madre. No obstante, el retraso intelectual sugerido no se corresponde con sus hechos; ya que el monarca mostró mesura, saberse comportar a la situación y una razonable capacidad política. En opinión de uno de sus mejores biógrafos, el duque de Maura, la discapacidad intelectual de Carlos II es mas que por deficiencia congénita, por lentitud forzosa e impericia pedagógica en su formación y por perdurable falta de estudio.

  

Hipótesis médicas sobre el diagnóstico de las enfermedades del rey

       Casi todos los investigadores coinciden en señalar que la obsesiva endogamia familiar fue determinante para condicionar alteraciones genéticas, en lo que Gregorio Marañón calificó como la bárbara consanguinidad, pero no hay total acuerdo respecto a las enfermedades concretas que pudo sufrir el monarca. Son necesarias más investigaciones para englobar su semiología bajo una entidad común.

          La familia de los Habsburgo llevó a un grado superlativo la costumbre monárquica de contraer matrimonio entre parientes por cuestiones de Estado. Durante varias generaciones de monarcas españoles fue practicada esta política endogámica, lo que debilitó progresivamente la vitalidad generacional y condujo a que los descendientes, que transportan enfermedades autosómicas recesivas, se volviesen homocigotos y las expresasen clínicamente En un minucioso estudio, realizado por genetistas de la Universidad de Santiago de Compostela, calcularon el coeficiente de endogamia del rey. Este coeficiente determina la probabilidad de que dos genes, que cada individuo tiene en un locus cromosómico, sean idénticos para la descendencia. Como resultado del estudio, Gonzalo Álvarez destaca que "el rey Carlos II tenía un coeficiente del 25,4%, que equivale al que tendría un individuo fruto de un incesto entre hermanos o entre padres e hijos [...] ese 25,4% significa que una cuarta parte de su genoma era homocigoto; es decir, que las secuencias en un cromosoma (el heredado del padre) y el otro (por vía materna) eran idénticos". Sabiendo que esa homocigosis le hacía muy susceptible a ciertas enfermedades hereditarias, los investigadores repasaron todas las manifestaciones clínicas del monarca para tratar de dar con las patologías que podrían estar detrás de sus padecimientos afirmando que "el déficit combinado de hormonas pituitarias y la acidosis tubular renal distal, dos enfermedades causadas por genes recesivos, nos permiten explicar más del 90% del perfil clínico del rey, desde un posible raquitismo hasta su infertilidad […] pero no deja de ser algo especulativo, una hipótesis". Además, los investigadores pudieron comprobar que a mayor grado de consanguinidad entre matrimonios de la dinastía Habsburgo, mayor posibilidad de mortalidad infantil antes de cumplir los diez años de edad.

           Efectivamente, algunas de las enfermedades sufridas por Carlos II podrían estar causadas por los genes heredados. Para comprobarlo, sin duda tiene mucho valor el estudio de la expresión fenotípica, que puede ser recogida en la multitud de retratos que fueron realizados a los monarcas de la casa de Austria, a pesar de que, en no pocas ocasiones, los pintores de cámara se esforzaban en mejorar su aspecto. En todos los retratos de Carlos II se advierten los defectos físicos del monarca consistentes en macrocefalia, caput cuadratum con ángulos frontales y occipitales marcados, frente olímpica, ojos caídos y faltos de expresión, prominente nariz, prognatismo maxilar inferior y megabelfo; éstos dos últimos bastante habituales en la dinastía Habsburgo, pero más exagerados, si cabe, en Carlos II. En un estudio reciente de Ramón Vilas y otros cirujanos maxilofaciales fue calculado el nivel de prognatismo mandibular y de deficiencia maxilar de los reyes de la Casa de Austria confirmándose la existencia de una asociación entre la deformidad facial y la endogamia. A mayor parentesco entre los padres, mayor desfiguración. Los resultados sugieren que el prognatismo mandibular es un rasgo recesivo que afloró en los monarcas porque los matrimonios endogámicos aumentaron las probabilidades de heredar las dos copias igualmente defectuosas.


Carlos II el Hechizado

Árbol genealógico de Casa de Habsburgo. Debido a la política matrimonial endogámica de la Casa de Austria por razones de Estado, el rey Carlos II tenía un coeficiente de consanguineidad del 25,4%, que equivale al que tendría un individuo fruto de un incesto entre hermanos o entre padres e hijos. La endogamia debilitó progresivamente la vitalidad generacional y favoreció la homocigosis que hacía más susceptibles a los descendientes de padecer ciertas enfermedades hereditarias de carácter autosómico recesivo


          Admitiendo la mayoría de los autores la base genética que podía estar por detrás de buena parte de la compleja patología que afectó a Carlos II, se han propuesto diversas hipótesis diagnósticas para explicar la sintomatología presente en el monarca. Los diagnósticos que más se han barajado son el síndrome de Klinefelter, el síndrome X frágil, el hermafroditismo verdadero XX, el raquitismo, la acidosis tubular renal distal o una deficiencia global de hormonas pituitarias.

     Gregorio Marañón apostó por el diagnóstico de un panhipopituitarismo con progeria, una enfermedad genética de la infancia extremadamente rara caracterizada por un déficit de hormonas pituitarias y un envejecimiento brusco y prematuro, a lo que también añadía un raquitismo infantil por déficit de vitamina D. Pedro Gargantilla también apoya el diagnóstico de raquitismo en relación a "su abultada cabeza y en que no pudo caminar con normalidad hasta los diez años […] a pesar de que el heredero de Felipe IV tuvo una lactancia que duró casi cuatro años y contó con veintiocho nodrizas". Al raquitismo, según Gargantilla, se sumaría un síndrome de Klinefelter. Alonso Fernández, además de aceptar los diagnósticos de raquitismo y Klinefelter, añade el paludismo, enfermedad que contrajo a los treinta y cinco años, y que fue tratado con quina por los médicos de cámara.

        Ninguno de estos diagnósticos se corresponde exactamente con las manifestaciones clínicas del monarca. Sin embargo, para algunos autores, la práctica totalidad de la sintomatología y su evolución encuadran con una acidosis tubular renal distal. Esta entidad es una enfermedad hereditaria autosómica recesiva, asociada a retraso mental y anomalías oculares, que está causada por mutaciones homocigotas en el gen SLC4A4 que codifica el transportador NBC‐1, en la que existe un defecto del túbulo renal para la reabsorción de bicarbonato. Los ácidos producidos por el metabolismo no pueden eliminarse ni neutralizarse adecuadamente y se produce una acidosis, lo que puede ocasionar desequilibrios electrolíticos en algunas células, interfiriendo su normal funcionamiento. La sintomatología de la forma primaria está presente desde las primeras semanas de vida en forma de vómitos, poliuria, deshidratación y falta de ganancia ponderal. Más adelante, se hace más evidente el retraso de crecimiento, la poliuria y el estreñimiento. Como consecuencia de la hipopotasemia pueden aparecer debilidad muscular o, incluso, episodios de parálisis flácida. La confirmación definitiva de este trastorno podría alcanzarse estudiando fragmentos de ADN del cadáver de Carlos II por técnicas de biología molecular.


Carlos II el Hechizado

Carlos II (1693). Se considera que el rey pudiera haber padecido una acidosis tubular renal distal, una enfermedad causada por genes recesivos, que explicaría la mayoría de los síntomas y signos presentes en el monarca. Pintura de Luca Giordano. Museo del Prado de Madrid


         Emilio Navalón y María Teresa Ferrando aventuraron que el rey podía haber padecido el síndrome X frágil que, producido por mutaciones en el gen FMR1 del cromosoma X, es la causa más frecuente de retraso mental hereditario. El fenotipo físico se caracteriza por cara alargada, mentón y orejas prominentes y macrocefalia, lo que coincide con el rostro de Carlos II según se puede ver en los retratos del monarca. También se observa frente prominente, fisuras palpebrales estrechas, epicanto, estrabismo, paladar ojival, mala oclusión dental y pliegue palmar único, así como piel fina y suave. Son características las otitis medias y los catarros de repetición, así como la miopía y astigmatismo. En este síndrome existe laxitud e hiperextensibilidad articular, pies planos e hipotonía muscular, lo cual es la causa de alteraciones de la deambulación, que también estaban presentes en el monarca. Entre los trastornos cardíacos, destaca la dilatación aórtica y el prolapso de la válvula mitral. Aparecen frecuentes alteraciones endocrinológicas por disfunción del hipotálamo y la hipófisis. Aparte de otros cambios neuroanatómicos, existe un agrandamiento de los ventrículos cerebrales laterales, lo que puede explicar el hallazgo de "la cabeza llena de agua" como se hizo constar en la autopsia realizada a la muerte del rey. El retraso mental es, con el autismo, la manifestación más dramática del síndrome X frágil. Los rasgos cognitivo-conductuales consisten en una baja autoestima, con timidez extrema, reacciones emocionales desmesuradas ante problemas, dificultad de relación con el entorno y conducta de evitación, presentes todos ellos en las descripciones que se hacen del rey.

      En un estudio recientemente publicado, Mihaela Turliuc y cols. ofrecen una teoría novedosa respecto a la enfermedad que afectó al rey afirmando que pudo ser una hidrocefalia ya que "sugerimos que los síntomas y signos de Carlos, tales como la macrocefalia, crecimiento tardío y desarrollo mental, así como los frecuentes episodios de vómitos y crisis epilépticas que sufrió en su infancia estaban relacionados con la hidrocefalia". Esta teoría se sustenta, en primer lugar, sobre la lesión herpética documentada por el enviado francés Sanguin en el momento del nacimiento de Carlos II pues según los investigadores "creemos que esa infección herpética no debería ser ignorada, mucho más dado que estas pueden causar hidrocefalia". La segunda prueba deriva del resultado de la necropsia donde se señala que el cadáver del rey "tenía la cabeza llena de agua", dato incuestionable sobre la existencia de esta patología. La hidrocefalia es la acumulación de una cantidad excesiva de líquido cefalorraquídeo en los ventrículos del cerebro. En condiciones normales, este fluido protege y amortigua el cerebro. Sin embargo, el exceso de líquido ejerce una presión dañina sobre los tejidos cerebrales y provocar una variedad de deterioros de la función cerebral. La hidrocefalia puede ser congénita, y sería compatible con las alteraciones que se observaron en Carlos II desde su nacimiento. La hidrocefalia congénita puede estar causada por alteraciones genéticas y por problemas de desarrollo fetal durante el embarazo. El principal signo de la hidrocefalia es una cabeza desproporcionadamente grande, como puede ser confirmado en los retratos del rey. Los principales síntomas que pueden ocasionar son cefaleas, vómitos y náuseas, visión borrosa, trastornos del equilibrio, dificultad para caminar, incontinencia urinaria y alteraciones intelectivas y de la memoria, algunas de las cuales estaban presentes en el monarca.


Carlos II el Hechizado
Detalle de La Adoración de la Sagrada Forma por Carlos II y su corte (ca. 1685-90). Junto al monarca aparecen el duque de Medinaceli, el duque de Pastrana, el conde de Baños y el marqués de Puebla. Pintura de Claudio Coello. Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial

          En resumen, el estudio patobiográfico de Carlos II demuestra que probablemente sufrió diversas patologías, probablemente derivadas o favorecidas por factores genéticos a consecuencia de consanguinidad. Aunque es difícil demostrar las diferentes hipótesis planteadas, lo que está fuera de duda es que fue un rey con deformidades físicas, capacidades intelectivas limitadas e infértil.

  

La infertilidad del rey

           El rumor sobre la posible infertilidad de Carlos II, después de su segundo matrimonio, se difundió en la Corte y se propagó por toda Europa. Para buscar remedio a la situación se recurrió incluso a un afamado astrólogo, quien le aseguró que la falta de descendencia estaba ligada a no haberse despedido adecuadamente de su padre en el lecho de muerte. En consecuencia, Carlos II se dirigió al panteón real del monasterio de El Escorial ordenando a los frailes abrir el féretro de su padre para hacerle los honores. Más adelante, ordenaría también la apertura de la tumba de su madre, el de su hermanastro Juan José de Austria y el de su primera esposa María Luisa, de la que quedó especialmente impresionado.

          El rey, sin embargo, nunca admitió su infertilidad. El enviado alemán, Enrique Wises, en carta dirigida al Duque de Baviera, el 16 de octubre de 1694, señala que el Rey juzga una ofensa que se dude de su capacidad para tener sucesión y si alguno intenta decirle la verdad, le ataja afirmando que reputará de traidor al vasallo que le suponga incapaz de tener descendencia.


Carlos II el Hechizado

Carlos II y Mariana de Neoburgo en una partida de caza (1698). La reina Mariana llegó a simular hasta once embarazos para reforzar su influencia en la Corte. Pintura de John Closterman. Palais Dorotheum de Viena


        La falta de heredero suponía un grave problema para la sucesión monárquica. Finalmente se acabó aceptando la posible infertilidad de Carlos II. El embajador de Francia en Madrid, conde de Blèourt, sobornó a unos criados y se hizo con unos calzones del rey, que mostraban trazas de poluciones, y los hizo examinar por dos médicos. Uno de ellos afirmó que el rey tenía capacidad fértil, el otro que no. Entretanto, los médicos de cámara le sometieron a múltiples tratamientos para favorecer su fertilidad, que lejos de lograr su objetivo minaban la salud del rey. Eduardo Juárez señala que el rey "cuando salía de la Corte mejoraba notablemente. Hoy sabemos que es porque las torturas se llevaban a cabo en palacio, de ahí que cuando estaba fuera, alejado de los brutales experimentos, recuperara fuerzas. Sin embargo, no es lo que entendían en esa época, pues le llamaban El Hechizado porque creían que el monarca se encontraba bajo un embrujo que le enflaquecía y solo cuando salía de la ciudad y se alejaba de él lograba mejorar".

      Con los datos que se disponen actualmente, parece del todo verosímil la existencia de una esterilidad y una más que probable disfunción eréctil. Se han propuesto varias posibilidades diagnósticas como causantes de la infertilidad, de acuerdo a la historia clínica de Carlos II, como el síndrome de Klinefelter, el panhipopituitarismo, un hermafrodistismo verdadero, el síndrome masculino XX, la hidrocefalia o una sífilis congénita. La sífilis que padecía su padre, el rey Felipe IV, de conocida promiscuidad y visitante asiduo de burdeles, puede estar en la base de la historia de repetidos abortos y continua mortalidad infantil de los numerosos hijos que tuvo. El único que pudo sobrevivir, a pesar de sus precarias condiciones de salud, fue precisamente Carlos II sobre el que planea una sospecha de padecer una sífilis congénita que, además de sus condicionantes genéticos, pudiera ser la causa de su infertilidad. Para Gregorio Marañón el causante sería un panhipopituitarismo. El genetista Gonzalo Álvarez apoya esta posibilidad señalando que las mutaciones en el gen PROP1 responsable de un factor proteico implicado en la transcripción del ADN son recesivas y conducen a una deficiencia múltiple de hormonas de la pituitaria que da lugar entre otros a un fenómeno de infertilidad/impotencia.


Carlos II el Hechizado
Carlos II, rey de España (ca. 1698). Se atribuye a un síndrome de Klinefelter, enfermedad genética, como la causa más probable de la infertilidad que afectaba al rey. Pintura anónima. Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires

      Ángel García-Escudero y cols. apuntan a la posibilidad de un hermafroditismo verdadero, basándose en la insinuada ambigüedad de sus órganos sexuales a su nacimiento y en el resultado de la necropsia. Esta entidad se acompaña de hipospadias y fusión incompleta de pliegues escrotales y se caracteriza por la expresión de tejido ovárico y testicular, siendo el resultado del masaicismo o quimerismo del cromosoma sexual o una translocación del cromosoma Y. Según este autor, el hallazgo en la autopsia de un solo testículo y atrófico podría deberse a una agenesia testicular unilateral acompañado de una criptorquidia contralateral que hubiera condicionado una atrofia secundaria per se o por haber sufrido una torsión de cordón espermático en la infancia. La referencia que hace su primera esposa respecto a la eyaculación precoz podría indicar la presencia de un hipospadias de forma que el pobre eyaculado del rey no se introducía en su cavidad vaginal. Este mismo autor señala que la infertilidad también podría ser debida a un síndrome masculino XX. Esta entidad consiste en una inversión sexual, con fenotipo varón y cariotipo XX, ocasionada por una translocación anómala de Y a X que involucra al gen SRY durante la meiosis. Los pacientes suelen ser de estatura menor de la normal y se asocia con frecuencia a genitales ambiguos, hipospadias y testículos criptorquídicos. Tienen atrofia testicular y la esterilidad es consecutiva a azoospermia. Si estuviera asociado a un síndrome X frágil, explicaría que el retraso mental del rey no fuera muy acentuado.

        No obstante, el diagnóstico más preconizado ha sido un síndrome de Klinefelter, posibilidad defendida por Alonso Fernández, Antonio Castillo y Pedro Gargantilla. Esta enfermedad genética, de aparición no infrecuente, consiste en una alteración cromosómica expresada por un cariotipo 47/XXY, es decir, que tienen un cromosoma X supernumerario, lo cual determina un hipogonadismo, con genitales externos hipoplásicos y testículos atróficos, disminución de la líbido y azoospermia que determina infertilidad. Los individuos con síndrome de Klinefelter son de tipo eunucoide -talla alta y extremidades largas- y presentan ginecomastia, alteraciones que no estaban presentes en Carlos II. Las lesiones óseas propias de su raquitismo podrían justificar su talla normal, pero también podría existir una variante de Klinefelter con mosaicismo de fórmula 46XY/47XXY. En estos casos la talla puede ser normal y sin observarse ginecomastia pero, en cambio, pueden estar presentes la azoospermia, trastornos del desarrollo puberal y psicomotor con una leve discapacidad mental y dificultad de adaptación social. Otras anomalías asociadas son la criptorquidia, el hipospadias y la escoliosis, así como diabetes y bronquitis crónica. Cuando existen líneas celulares 46-XY puede haber una cierta espermatogénesis, e incluso se ha descrito la posibilidad de algún embarazo. En el caso de Carlos II parecía existir una cierta líbido, así como una moderada erección, pero posiblemente sin presencia de espermatozoides en el eyaculado.

  

Los exorcismos por su pretendido hechizo

              Los diferentes estudios dedicados a la psicopatología de Carlos II han propuesto diagnósticos en los que, o bien han primado aspectos de patología general, o bien el interés ha estado más centrado sobre su limitada capacidad intelectiva. Sin embargo, muchos rasgos que presentaba el rey como su fragilidad, melancolía e incapacidad de procrear podrían ser interpretadas en aquella época como resultado de un hechizo por un rito de brujería o por influencia diabólica.

             Nada más cumplir la mayoría de edad, y ante la extraña actitud que mostraba, su confesor, fray Tomás Carbonell, planeó someterlo a un exorcismo, aunque poco después se desechó la idea. Sin embargo, ya casado por segunda vez, y ante la evidente incapacidad del rey para procrear, volvió a surgir el rumor, esta vez con mucha más fuerza, de que había sido víctima de un hechizo. El propio monarca llegó a aceptar esta posibilidad al punto de que llega a manifestar al inquisidor general, cardenal Alonso de Aguilar, que muchos me dicen que estoy hechizado, y yo lo voy creyendo: tales son las cosas que dentro de mí experimento y padezco. Su incapacidad para engendrar un sucesor no sólo lo había hundido en la angustia, sino que había contribuido a convencerlo de que era víctima de una conjura diabólica para que a su muerte quedara vacante el trono español.


Carlos II el Hechizado

Juan Tomás de Rocabertí (1700). El inquisidor general Rocabertí favoreció que Carlos II fuera sometido a un exorcismo, por estar convencido de la influencia diabólica sobre el monarca, y ello a pesar de la oposición del Consejo de la Inquisición. Pintura de Gaspar de la Huerta. Catedral de Valencia


             A comienzos de 1698, el confesor real, fray Froilán Díaz, y el inquisidor general, fray Juan Tomás de Rocabertí, estaban convencidos de la influencia del maligno sobre el monarca por lo que dispusieron realizar un exorcismo a pesar de que el Consejo de la Inquisición estimó que no había pruebas de actuación maléfica, por lo que no cabía someter al monarca a rituales que sólo podían perturbar su paz de espíritu y la tranquilidad de la Corte. No obstante, Díaz y Rocabertí decidieron seguir con su plan. El confesor conocía a un afamado exorcista que actuaba en Asturias, llamado fray Antonio Álvarez de Argüelles, perteneciente a la Orden de los dominicos y vicario de la iglesia de Cangas de Tineo, y que se creía un elegido de Dios para realizar la misión de extraer demonios del cuerpo de los inocentes. El obispo de Oviedo también se manifestó en contra de que el rey estuviera bajo influencia diabólica, ya que afirmaba que el rey no padece hechizos sino flaquezas de cuerpo y espíritu y una excesiva sumisión a la voluntad de la reina, y no valen exorcismos sino saludables consejos y medicinas.

           Fray Argüelles al parecer había realizado con éxito varios exorcismos a un grupo de monjas del convento de Agustinas Recoletas, en la localidad de Cangas, que se creían encontrar bajo posesión diabólica. Fray Froilán escribió al citado fray Antonio una carta en la que le solicitaba que preguntase a las posesas si el rey y la reina habían sido objeto de un maleficio. Con esta actuación se contravenían las disposiciones canónicas, que prohibían expresamente interrogar al demonio, pero se decidió continuar con el proceso. No tardó el exorcista asturiano en realizar el ritual solicitado desde la Corte y en responder afirmativamente a sus sospechas señalando que “el rey se halla, en efecto, doblemente ligado por obra maléfica, para engendrar y para gobernar. Se le hechizó cuando tenía catorce años con un chocolate en el que se disolvieron los sesos de un hombre muerto para quitarle la salud y los riñones, para corromperle el semen e impedirle la generación. Los efectos del bebedizo se renuevan por lunas y son mayores durante las nuevas. La inductora había sido la difunta reina madre, poseída de la ambición de seguir gobernando, y Valenzuela, su valido, permitió que llegase al rey la dosis nefasta, preparada por una mujer llamada Casilda y que vivía en Madrid. En consecuencia, se recomendaron al rey una serie de remedios con los que poder contrarrestar el hechizo, como darle un cuartillo de aceite bendito en ayunas, ungir a su vez el cuerpo y la cabeza con dicho aceite, que realizase paseos frecuentes y se le purgase según lo marcado por los rituales de exorcismo con bendiciones y oraciones. Aquellas recomendaciones, solo realizadas en parte, no hicieron más que menoscabar la escasa salud del soberano en sus últimos años de vida.


Carlos II el Hechizado

Exorcismo de Carlos II. Los exorcismos al rey fueron manipulados por intereses políticos y supusieron un escándalo tanto en España como en las Cortes europeas. Grabado del siglo XIX de E. Lechard, Paris


          Con el fallecimiento de Rocabertí, el nuevo inquisidor general Alonso de Aguilar y fray Froilán Díaz siguieron con el ritual exorcista, pero esta vez solicitaron los servicios del padre capuchino Mauro Tenda, un afamado exorcista italiano, que dictaminó que el rey no estaba endemoniado, sino simplemente hechizado, por lo que sería más fácil su curación. Los acontecimientos, sin embargo, comenzaron a complicarse cuando se implicó en el hechizo a una serie de personas del entorno de la reina Mariana de Neoburgo, lo que produjo su indignación decidiendo a poner fin a tanta superchería. La muerte del inquisidor Aguilar posibilitó que la reina colocara como nuevo inquisidor general a Baltasar de Mendoza, obispo de Segovia, que consiguió frenar todo el proceso de los exorcismos acabando con el arresto de fray Froilán y la expulsión de España de fray Mauro.

          Los exorcismos aplicados al rey acabaron suponiendo un esperpéntico escándalo, tanto en España como en las Cortes europeas. En realidad, todo este proceso no fue más que un recurso, utilizado por las distintas facciones políticas cortesanas contrapuestas, para implicar en la autoría del hechizo a distintos personajes, según conviniera los intereses de unos y otros. De esta forma, se fueron haciendo responsables alternativamente a su madre Mariana de Austria, a su hermanastro Juan José de Austria o a sus esposas María Luisa de Orleáns y Mariana de Neoburgo. No obstante, la principal víctima de todo este proceso fue el rey, pues murió convencido de que los maleficios sufridos a lo largo de su vida habían sido los causantes de todos sus males.

  

Últimos años de Carlos III

           En los últimos años de su vida, Carlos II envejeció de forma rápida y prematura. Por ello, Gregorio Marañón consideró el diagnóstico de progeria. En 1693, el rey enfermó presentando frecuentes accesos febriles, cefaleas y trastornos cardíacos. Muchos médicos temieron por su vida y, aunque se repuso, quedó muy debilitado. En palabras del embajador imperial, conde de Lobkowits, dirigidas a Leopoldo I señala que el Rey ha perdido mucho pelo después de su enfermedad y dice que para tapar la calva se pondrá una peluca, pero sin rizos ni polvos, por no parecerse al Francés, a quien odia por tantas razones.

            Mientras pasaba el tiempo, la salud del rey empeoraba. Desde enero de 1696 padecía trastornos gástricos, temblores convulsivos, pérdidas de conocimiento y otros achaques a los que los médicos no lograban poner remedio. El embajador alemán comenta que me pareció que Su Majestad tenía la cara hinchada, pero no sé si esta gordura es natural o no. Me desagradó el olor de la boca. También le dan ataques con vómitos y debilidad de las piernas, a las que sigue un ligero desmayo; los labios quedan descoloridos como los de un cadáver y empiezan a salirle manchas verdes y azules, luego comienza a sufrir violentas convulsiones, pero no llega a echar espuma por la boca. A consecuencia de las frecuentes caídas, la frente se le puebla de feos chichones.

                   A finales de junio de 1699 se produjo una nueva recaída. Se decidió entonces el tratamiento con quina y recurrir a los remedios tradicionales. El doctor Christian Geelen, médico flamenco mandado acudir a la Corte por la reina Mariana de Neoburgo, se mostraba muy preocupado por la salud del monarca y no creía que el tratamiento de los médicos reales fuese el más adecuado señalando que los médicos no le dejan tomar más de una onza de vino aguado, con lo cual no se tonifica el vientre. He tratado de convencerles de su error proponiendo que se someta el caso a una Universidad, pero no lo he conseguido. En un verdadero crimen purgar y sangrar a cuerpo tan débil e hidrópico y negarle los elementos para robustecerse. Geleen, de notables conocimientos para la época y de no menos sentido común, escribe el 2 de julio de 1699 que es gran pena que un hombre, joven aún, parezca un anciano de setenta años, sin vigor ni alegría ninguna, pálido y caquéctico, sin que ello pueda achacarse a exceso de ninguna clase. La ligera mejoría experimentada en el final del verano permite al monarca viajar a El Escorial, pero la junta de médicos de cámara desaconsejó un segundo viaje al monasterio de Guadalupe, como era deseo del monarca. Desde el regreso a la Corte se observó un retroceso considerable en su salud.


Carlos II el Hechizado

Carlos II rey de España (ca. 1685-1700). En los últimos años de su vida, el rey comenzó a usar peluca para disimular su evidente pérdida de cabello. Pintura de Luca Giordano. Localización desconocida


             Unos meses antes de que Carlos II falleciera, el confesor real, fray Froilán Díaz, relata que el rey está como alelado y parece haber perdido el seso. Asimismo, el marqués d´Harcourt escribía a Luis XIV informándole que es tan grande su debilidad que no puede permanecer más de una o dos horas fuera de la camay unos días después, en otra carta, comenta que ”cuando sube o baja de la carroza siempre hay que ayudarle. También señala que “el rey tiene hinchados pies, piernas, vientre y cara y, a veces, hasta la lengua, de tal forma que no puede hablar. Los edemas en pies le obligaban a cambiar de calzado durante el día. La fatiga era intensa y tenía frecuentes diarreas, no en pocas ocasiones inducidas por sus médicos con los tratamientos administrados.

              Los episodios febriles y los edemas generalizados que sufría el rey son considerados por Rey Bueno como consecuencia de un paludismo, que habría contraído durante la epidemia acontecida en Madrid en 1693. Rico-Avello plantea una hipótesis alternativa sugiriendo que las repetidas diarreas, los cólicos y los pujos dolorosos, los vómitos, la acusada anorexia y el adelgazamiento que caracterizaron su enfermedad final pudieron ser la manifestación de una enterocolitis crónica, consecutiva a la generalización de un proceso tuberculoso. Para García-Escudero y cols., la sintomatología presente en el monarca podía estar relacionada con una insuficiencia renal crónica. Los edemas generalizados, en ausencia de hipertrofia cardiaca en la autopsia, sugieren la existencia de un síndrome nefrótico. Los antecedentes de episodios de hematuria y accesos febriles pueden ser la expresión de una glomerulonefritis postestreptocócica que derivara en una glomerulonefritis crónica, causante del síndrome nefrótico y de la insuficiencia renal. No obstante, no se puede descartar que estos síntomas también fueran debidos a infecciones urinarias recidivantes en relación con una litiasis renal, como se describe en la autopsia, que pudiera ser la causa de una nefropatía túbulointersticial y de la insuficiencia renal, como también defiende Jaime Cerda. Y a todo ello se pudo añadir una glomerulonefritis membranosa a consecuencia del paludismo, que pudo desembocar en un síndrome nefrótico, cooperando con la insuficiencia renal como posible desencadenante de la muerte del monarca.


Carlos II el Hechizado

Carlos II (ca. 1696). Pintura atribuida a Jan van Kessel II. Monasterio de las Descalzas Reales de Madrid


          El proceso irreversible en la enfermedad de Carlos II se inicia en septiembre de 1700, coincidiendo con la llegada del prestigioso médico napolitano Tommaso Donzelli. Éste propuso un nuevo régimen terapéutico a base de sales de abstinio por la tarde y masajes de aceite en el estómago, pero la debilidad del monarca era ya muy alarmante. El embajador alemán Ferdinand von Harrach envía una carta al emperador Leopoldo I informándole de que Su Majestad tuvo ayer fuerte vómito después de comer, pero no arrojó sino flemas, y nada de los que habíha comido, síntoma que preocupa al médico. Salió, no obstante, como de costumbre y ha salido también hoy, con lo cual no se puede decir que esté enfermo. Pero el famoso doctor napolitano Doncelli, que acaba de llegar, cree imposible que se prolongue su vida”. Inicialmente, el tratamiento propuesto por Donzelli parecía eficaz pero a mediados de septiembre se produjo una nueva recaída que los médicos reales no dudaron en atribuirla a los tratamientos prescritos por el médico napolitano afirmando que “la salud del Rey ha empeorado más porque tiene más vómitos que antes, lo cual se atribuye al tratamiento del nuevo doctor. Su majestad está afligidísimo y aprensivo como nunca”. Desde entonces se retiró toda medicación y se impuso un régimen alimenticio estricto a base de alimentos ligeros y agua con un poco de vino por la mañana.

                 La salud del monarca sigue en estado muy precario aquejado de un grave síndrome diarreico. Geleen, muy pesimista por la evolución de la enfermedad, en carta dirigida al Elector Palatino, hermano de la reina Mariana de Neoburgo, escribe que el rey lleva cuarenta días inapetente y, no obstante el flujo de vientre, que en otras ocasiones bastó para curarle, persiste la desgana absoluta. Está muy flaco, de palidez extraordinaria, débil, melancólico en extremo, como no lo estuvo jamás. Todos los alimentos, aún los más inocuos, se le descomponen, determinando evacuaciones frecuentes y pútridas. Se piensa en algún remedio general y heroico […] Sabe Vuestra Alteza que fui siempre optimista, pero no puedo seguirlo siendo, porque únicamente un milagro retardará lo inevitable. A finales de septiembre, Carlos II no toleraba ningún tipo de alimento ni medicamentos. En la primera semana de octubre se observó una ligera mejoría, de la que deja constancia el conde de Benavente, jefe de la Real Cámara, en carta enviada al duque de Medinaceli señalándole quenos hallamos de la conocida mejoría de nuestro Amo, que ha padecido lo que tú habrás sabido. Pero nuestro Señor, usando de su gran misericordia, ha mejorado las horas y al presente estamos fuera del cuidado en que nos había puesto su achaque, pues queda corregido casi enteramente y el Rey con nuevos alientos y con apetito a la comida y será su divina Majestad servido se continué con felicidad su convalecencia. No obstante, Geleen no se muestra tan optimista respecto a esta aparente mejoría describiendo que parecía imposible que resistiese el Rey, después de 250 cursos padecidos en diecinueve días; pero empieza a convalecer, se contiene la diarrea y mejora su materia; renace el apetito, y se atenúa el aspecto cadavérico, aunque no es raro que estas enfermedades adulen así antes de reaparecer con acometida más recia.

              Efectivamente, la supuesta mejoría de Carlos II fue efímera. El 5 de octubre Geleen escribe que Su Majestad recibió los Santos Sacramentos e hizo testamento el día 2 aunque se ignora su contenido pues se guarda absoluta reserva. La enfermedad es grave pues en pocos días ha tenido más de 200 cursos; perdió el apetito y está extenuadísimo, al punto de parecer un esqueleto. El 24 de octubre comenzó una agonía que se prolongaría durante unos pocos días. El rey, desfallecido, respirando fatigosamente, haciendo numerosas deposiciones en la cama y tras dos días en coma, precedido de una fiebre alta, muere el día 1 de noviembre de 1700. La descripción que del suceso hacía Geelen, en carta dirigida al Elector Palatino, era sumamente breve: Lleno de aflicción he de dar a Vuestra Alteza Electoral la noticia de la muerte del rey, acaecida el día de Todos los Santos hacia las tres de la tarde, después de cuarenta y dos días de flujo de vientre, agravados los últimos cuatro por una apoplejía”. Mucho más detallada era la descripción que hacía del acontecimiento el marqués d’Harcourt informando a Luis XIV que una hora después de la salida del correo que envié a Vuestra Majestad, el Rey Católico mejoró algo. Le dieron leche de perlas y descansó un poco, aunque continuó la diarrea. A las seis, tomó un caldo y descansó hasta las dos de la tarde del 29, en que subió la fiebre. A las cuatro, le sobrevino un leve desmayo, respirando difícilmente, perdido el oído y con grandes dolores de vientre […] Pasó la noche del 29 al 30 delirando y en continua inquietud, acentuándose este síntoma hacia las diez de la mañana […] A las diez de la noche de ayer estaba bastante tranquilo; no lo ha pasado mal, consiguiendo dormir y tomando tres caldos hasta las siete de la mañana. Se le creyó agónico hacia las once y se rezaron las oraciones por los agonizantes. A las diez había reaparecido la fiebre.


Carlos II el Hechizado

Muerte de Carlos II (ca. 1700). La causa final de la muerte del monarca pudo ser debida a una insuficiencia renal crónica. Grabado de Pieter van der Berge. Museo de Historia de Madrid


              Sus últimas palabras fueron Me duele todo”, en respuesta a una pregunta de la reina Mariana. Tuvo después un ataque de epilepsia, que duró tres horas, quedando sin señales tangibles de vida. Luego abrió la boca por tres veces, tuvo una convulsión y expiró. Aunque a los monarcas no se les practicaba la necropsia, debido a las sospechas de estar hechizado, se hizo una excepción practicándola al día siguiente de su muerte, previa al embalsamamiento del cadáver, cuyos hallazgos fueron revelados en un escrito por el marqués Ariberti señalando que al cadáver del rey “le han hallado todas las entrañas, hígado y bazo de tan mala calidad que era imposible vivir, sin sangre, con una piedra en la vejiga, y el corazón tan consumido y seco que ha manifestado bastantemente el trabajo que ha padecido Su Majestad […] No tenía el cadáver ni una gota de sangre, apareció el corazón muy pequeño, del tamaño de un grano de pimienta; los pulmones corroídos, los intestinos putrefactos y gangrenados; en el riñón tres grandes cálculos, un solo testículo negro como el carbón y la cabeza llena de agua.


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Cómo citar este artículo:

Lancina Martín JA. Carlos II de Habsburgo (1661-1700), llamado El Hechizado. La infertilidad de un rey que supuso un cambio de dinastía de la Casa de Austria a la Casa de Borbón [Internet]. Doctor Alberto Lancina Martín. Urología e Historia de la Medicina. 2021 [citado el]. Disponible en: http://drlancina.blogspot.com/2021/10/carlos-ii-de-habsburgo-1661-1700.html

 

  

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