En
el siglo XIX, el estudio y conocimiento de las enfermedades dejó de estar bajo
el criterio de la autoridad de un autor o una escuela para empezar a basarse en
unos supuestos conceptuales y metodológicos objetivos admitidos por la mayoría
de la comunidad médica. A lo largo del siglo se pueden distinguir dos
etapas perfectamente diferenciadas. En una primera etapa, llamada medicina
hospitalaria, la anatomía patología se convirtió en el centro de atención
donde se relacionaba de forma sistemática la observación clínica recogida en
los enfermos y las lesiones anatómicas o estructurales presentes en las
necropsias. En una segunda etapa, llamada medicina de laboratorio, se intentó
dar explicación científica a las enfermedades como trastornos dinámicos del
cuerpo humano basándose en las ciencias básicas como la biología, la química y
la física en contraposición al criterio anatomopatológico de la etapa anterior.
Durante
el siglo XIX, la cirugía va a experimentar un gran desarrollo debido
fundamentalmente a la aparición, a mediados del siglo, de la anestesia y después
de la antisepsia. El control del dolor durante el procedimiento quirúrgico y la
reducción de las complicaciones infecciosas permitirá aumentar el número de
indicaciones quirúrgicas, reducir la morbimortalidad y afrontar intervenciones
de mayor grado de complejidad que no habían sido posible de realizar con
anterioridad.