En
el siglo XIX, el estudio y conocimiento de las enfermedades dejó de estar bajo
el criterio de la autoridad de un autor o una escuela para empezar a basarse en
unos supuestos conceptuales y metodológicos objetivos admitidos por la mayoría
de la comunidad médica. A lo largo del siglo se pueden distinguir dos
etapas perfectamente diferenciadas. En una primera etapa, llamada medicina
hospitalaria, la anatomía patología se convirtió en el centro de atención
donde se relacionaba de forma sistemática la observación clínica recogida en
los enfermos y las lesiones anatómicas o estructurales presentes en las
necropsias. En una segunda etapa, llamada medicina de laboratorio, se intentó
dar explicación científica a las enfermedades como trastornos dinámicos del
cuerpo humano basándose en las ciencias básicas como la biología, la química y
la física en contraposición al criterio anatomopatológico de la etapa anterior.
Durante
el siglo XIX, la cirugía va a experimentar un gran desarrollo debido
fundamentalmente a la aparición, a mediados del siglo, de la anestesia y después
de la antisepsia. El control del dolor durante el procedimiento quirúrgico y la
reducción de las complicaciones infecciosas permitirá aumentar el número de
indicaciones quirúrgicas, reducir la morbimortalidad y afrontar intervenciones
de mayor grado de complejidad que no habían sido posible de realizar con
anterioridad.
Este
aumento de la actividad quirúrgica condicionará un aumento de la necesidad de
cirujanos como de instalaciones apropiadas para este tipo de asistencia. Las
facultades de medicina se dotarán de nuevas cátedras de cirugía con la
adscripción a un hospital para la enseñanza práctica a los estudiantes. El
ejercicio de la cirugía va a requerir de la correspondiente titulación otorgada
por las facultades de medicina o por colegios de cirugía creados al efecto. Con
ello llegará la deseada dignificación de la cirugía como especialidad
desapareciendo paulatinamente los cirujanos romancistas y sangradores.
Los
antiguos hospitales, que en su mayoría habían sido inicialmente fundados para la
acogida de indigentes, ancianos o peregrinos, y atendidos mayoritariamente por miembros
de órdenes religiosas siguiendo los principios de la caridad cristiana, a lo
largo del siglo XIX se irán transformando primeramente en hospitales de caridad
y después de beneficencia para la atención y el cuidado de enfermos con escasos
recursos económicos y cuya administración estará a cargo de entidades locales
públicas municipales y provinciales. Los pacientes de clases acomodadas
seguirán demandando la atención médica en su propio domicilio, incluso para la
realización de intervenciones quirúrgicas, pero el desarrollo de la medicina y
en particular de la cirugía harán imposible la asistencia domiciliaria en muchos
casos por lo que en la última parte del siglo van a aparecer los primeros
sanatorios privados para atender esta demanda.
Hospital Militar de Madrid fundado en 1841 (arriba). Hospital del Niño Jesús de Madrid inaugurado en 1877 (abajo) |
La cirugía en España durante el siglo XIX
El
siglo XIX para España significó un período de decadencia en todos los órdenes
lleno de conflictos bélicos, pérdida de los territorios de ultramar,
inestabilidad política, absolutismo y conservadurismo, enfrentamientos armados
civiles, represión, persecución y exilio de personalidades del mundo de la
cultura, la política y la ciencia, rechazo a las reformas y a la incorporación
de nuevas corrientes ideológicas, abandono de la investigación científica,
declive económico y bajos índices de formación cultural y alfabetización de la
población que provocaron un estancamiento y un notable retroceso social,
científico y económico respecto a la media de países en Europa occidental que
precisamente en este siglo iniciaban un período de avances, progreso,
prosperidad y mayor influencia política.
Los
vaivenes políticos y legislativos en materia de sanidad producidos en España a
lo largo de esta centuria van a suponer un obstáculo para el establecimiento de
correctas políticas de organización sanitaria. La sanidad en España a lo largo
del XIX no es una organización técnica o administrativa capaz de adoptar
medidas centralizadas de carácter estable, sino que se restringe a una
actividad gubernativa confiada a jefes políticos y alcaldes, que actúan para
atender necesidades sanitarias puntuales de la población de su propia circunscripción.
Las creadas Juntas Sanitarias van a abordar los problemas de manera autónoma y
no coordinada en todo el Estado lo que hará más ineficientes las políticas
generales de salud. Mientras tanto, en Europa occidental se van adoptando
políticas sanitarias estatalizadas lo que va a provocar un mayor desfase de
España con estos países.
Quirófano del Hospital San Carlos de Madrid (arriba)
y sala de hospitalización del Hospital de la Princesa de Madrid (abajo)
a finales del siglo XIX
Se
pueden distinguir claramente tres periodos de la cirugía en la España del siglo
XIX:
1)
La cirugía en el primer tercio del siglo.
El
siglo XIX comienza con la Guerra de la Independencia contra el ejército
napoleónico. A su finalización retorna el monarca Fernando VII que restaura el
absolutismo, lo que supone un duro revés a los diversos intentos aperturistas
que se habían iniciado con la promulgación de la Constitución de las Cortes de
Cádiz de 1812. Durante su regencia se produce la independencia de las colonias
españolas en América.
En
este período, el pensamiento ilustrado se fragmenta y surgen dos actitudes
totalmente contrapuestas. Por un lado, están los conservadores que rechazan la
renovación y la apertura al extranjero y, por otro, los liberales partidarios
de las reformas y la proyección hacia Europa dentro del marco de la política
francesa postrevolucionaria. Una mayoría de los médicos españoles eran
favorables a esta última opción, lo que supuso en muchos casos la purga o el
exilio. Las medidas desamortizadoras provocaron una crisis en los hospitales y
centros de beneficencia, ya que generaron una disminución de sus recursos
económicos, empeorando aún más la situación con la invasión napoleónica. La
profunda crisis económica del país condujo a la ruina de las facultades y
academias de medicina, laboratorios y anfiteatros anatómicos. Además, la férrea
censura existente en estos años supuso que la publicación de libros y revistas
médicas viera reducida su existencia a una presencia casi testimonial. Pedro
Castelló, catedrático del Colegio de Cirugía de Madrid y médico de confianza de
Fernando VII, consiguió mitigar la represión absolutista al final de su reinado
con la reposición de varios catedráticos destituidos e inició las reformas
necesarias para el ejercicio de la medicina que el momento precisaba.
Hospital de Las Cinco Llagas de Sevilla (arriba) y claustro de profesores de la Escuela Libre de Medicina y Cirugía de Sevilla (abajo) fundada por Federico Rubio y Gali en 1868 |
En
esta época, fueron muy escasas las aportaciones españolas a la cirugía siendo
importadas desde Europa la mayoría de las novedades. La cirugía tuvo un claro
retroceso respecto a otros países europeos y bajó notablemente en relación al
período de brillantez que había alcanzado en la época del Renacimiento y la
Ilustración. Este paso atrás habría que atribuirlo a factores externos
motivados por la situación política general de España marcada por el
absolutismo más radical y la oposición frontal a cualquier manifestación
aperturista. El único aspecto positivo fue la existencia de los Reales Colegios
de Cirugía, creados en el siglo anterior para la adecuada formación académica
de cirujanos que la milicia precisaba por los múltiples conflictos bélicos que
mantenía España. Estos Colegios siguieron funcionando, no sin ciertas
dificultades y a pesar de la decadencia general del período, consiguiendo
formar cirujanos muy cualificados que ocupaban plazas tanto en hospitales
militares como civiles. Otro aspecto positivo de la primera mitad del siglo XIX
fue el desarrollo que alcanzó el estudio de la Anatomía, incluso mayor que en el
siglo anterior, debido también a los planes de enseñanza práctica desarrollados
en los Colegios de Cirugía.
En
esta etapa existían dos clases de cirujanos, latinos y romancistas. Los
cirujanos latinos debían cursar estudios en la Facultad de Medicina o en el
Colegio de Cirugía durante cinco años para conseguir su titulación. Los
cirujanos romancistas y sangradores debían hacer prácticas al menos durante
tres años con un cirujano, que emitiría un certificado para que el aspirante
pudiera realizar un examen teórico-práctico en el Colegio para su homologación.
Los cirujanos romancistas podían realizar todas las operaciones, incluidas las
sangrías y la extracción de piezas dentarias, aunque no podían recetar
medicaciones en las enfermedades internas o mixtas.
Tratados de Juan Naval “Tratado
médico-quirúrgico de las enfermedades de las vías de la orina” (1799) (izquierda) y de Antonio San Germán “Tratado elemental de afectos externos y operaciones
de cirugía” (1822) (derecha) que constituyen lo más destacable de la
escasa producción publicista de textos quirúrgicos en el primer tercio del siglo XIX en España
2)
La cirugía en el segundo tercio del siglo.
Esta
etapa coincide con el reinado de Isabel II, periodo en el que se introdujeron
las principales novedades de la ciencia europea de la época. La desaparición de
la rígida censura y de las trabas que había impuesto el absolutismo, posibilitó
un extraordinario crecimiento de la publicación de revistas y libros médicos a
pesar de las guerras carlistas, la adversa economía y la inestable situación
política. También empezaron a retornar los médicos liberales exiliados.
En
este período es cuando nace en España la verdadera salud pública como función
plena del Estado, que adquiere conciencia de que es suya la responsabilidad de
la salud de los ciudadanos. Quedan determinadas legislativamente las normativas
sobre beneficencia pública donde los médicos titulares deberán asistir a todos
los enfermos sin recursos de la localidad en sus enfermedades agudas y
crónicas, así como los partos que reclamen auxilio manual o quirúrgico y, por
supuesto, las operaciones que sea posible realizar en los domicilios, aunque a
criterio médico el paciente pasaría al hospital de caridad en circunstancias
especiales que impedirían la asistencia médica domiciliaria. No obstante,
fueron muchas las deficiencias denunciadas por el mal funcionamiento de los
hospitales de Beneficencia durante el siglo XIX desde los cuidados de
enfermería y asistencia médica, alimentación; administración de medicamentos
hasta la propia arquitectura hospitalaria y la localización de los hospitales.
Se
producen los primeros intentos de parcelación de la cirugía en ramas
especializadas y ya se empiezan a vislumbrar como especialidades la
obstetricia, la oftalmología, la otorrinolaringología y la urología. Se
determina una nueva ordenación de los cirujanos, quedando divididos en
cirujanos de 1ª (los cirujanos-médicos), cirujanos de 2ª (los conocidos como
cirujanos de Colegio), los cirujanos de 3ª (los cirujanos-sangradores) y los
cirujanos de 4ª (los de categoría inferior no incluidos en los anteriores).
Poco después el ejercicio de la cirugía queda reducido a dos categorías, los
cirujanos médicos, formados en las Facultades o Colegios de Cirugía, y los
cirujanos ministrantes o practicantes, que deben realizar estudios en cuatro
semestres con enseñanzas prácticas en hospitales que tengan como mínimo 60
camas. Estos últimos podrán realizar distintos procedimientos como sangrías,
curas de heridas, extracciones dentarias, pedicura y otros. Ahora bien, la
práctica de estos procedimientos precisará de la prescripción previa por parte
de un cirujano o un médico.
Joaquín Hysern Molleras (1804-1883), cirujano y
catedrático de Fisiología del Colegio de San Carlos de Madrid, defendió la
litotricia y el cateterismo forzado para la estenosis de uretra (izquierda). Antonio Mendoza Rueda (1811-1872), catedrático de Anatomía Quirúrgica y
Operaciones de la Facultad de Medicina de Barcelona, es autor de “Estudios clínicos de cirugía” (1850) con interesantes aportaciones a técnicas
quirúrgicas para afecciones urológicas (derecha)
3)
La cirugía en el tercer tercio del siglo.
Un
tercer periodo abarca desde 1868, donde se produjo una etapa revolucionaría
liberal que condujo a la constitución de la I República, de breve duración, y
que fue seguida de la restauración monárquica con Alfonso XII. El siglo
finalizará con las pérdidas de los últimos reductos coloniales de Cuba, Puerto
Rico y Filipinas, lo que provocó la definitiva consumación del imperio español
quedando reducida España a la posición de pequeña potencia, en contraste con el
creciente potencial del Reino Unido, Alemania y Francia.
Empezaron
a manifestarse algunas líneas de investigación originales y se fue consumando
la parcelación de la cirugía en especialidades. La afirmación del principio de
la completa libertad de enseñanza condujo a la formación de numerosas “escuelas
libres” de medicina, aunque debían revalidar sus conocimientos en las
facultades de medicina. Las infraestructuras sanitarias mejoraron, pero sin
alcanzar el nivel de los países europeos más avanzados. Mejoraron también los equipos y
medios instrumentales de las facultades de medicina.
En
esta etapa se va a producir un gran desarrollo de los hospitales. Existen
hospitales de carácter general, incluyendo los hospitales civiles
(provinciales, municipales y privados) y los militares y, por otra parte, están
los hospitales especiales como los sifilocomios, leproserías, oftalmocomios,
casas de maternidad, hospitales de mujeres, hospitales pediátricos, hospitales
de ancianos y las casas de dementes. No es infrecuente ver que en las
reglamentaciones de estos centros hospitalarios figuren dos clases de enfermos
acogidos, los de beneficencia y los particulares, requiriéndose a estos últimos
del pago por los servicios. En los principales hospitales públicos y clínicas
privadas se van a instalar laboratorios que incorporan técnicas de análisis
químico y estudio anatomo-patológico.
Tratados de Diego de Argumosa “Resumen de
cirugía” (1856) (izquierda) y de Jacinto Martra “Enfermedades de
las vías urinarias y de los órganos de la generación” (derecha) (1856) de extraordinario interés por su contenido en el estudio y tratamiento de la
patología urogenital
La
figura del cirujano quedó definitivamente consolidada y muy prestigiada debido
a su mayor protagonismo en relación al gran desarrollo que experimentó la
cirugía a finales del siglo. Los practicantes quedan habilitados para la
realización de intervenciones menores, pero siempre bajo el ordenamiento de un
médico o cirujano, y además actúan como ayudantes en las intervenciones
quirúrgicas mayores. Desde 1875 se regulan los estudios de Odontología que
precisarán de una titulación específica para su ejercicio.
Adquirieron
gran importancia las asociaciones profesionales, la mayor parte de las cuales
fueron de medicina clínica, cirugía y sus especialidades. Las modernas
especialidades médico-quirúrgicas se constituyeron casi al mismo que en los
demás países. Hay que destacar la creación de hospitales especializados como el
Instituto de Terapéutica Operatoria, fundado por Federico Rubio y Gali en el
Hospital de la Princesa de Madrid en 1880, que realizó una gran labor en la
formación de graduados y en donde se crearon formalmente las primeras
especialidades quirúrgicas en España, entre ellas la de Urología. Debe subrayarse
también la creación en 1872 del Instituto Oftálmico en Madrid, dirigida por
José Delgado Jugo, que tuvo un papel muy destacado en el cultivo y la enseñanza
de la especialidad oftalmológica en España. También merece reseñarse el
madrileño Hospital del Niño Jesús que fue inaugurado en 1877 para la atención
pediátrica exclusivamente.
Diego de Argumosa Obregón (1792-1865) (1), catedrático
de Clínica Quirúrgica del Colegio de San Carlos de Madrid, con sus discípulos entre
los que destacan por sus aportaciones a la cirugía urológica Melchor Sánchez de
Toca (1806-1880) (2), Juan Creus y Manso (1828-1897) (3) y Juan Fourquet Muñoz
(1807-1865) (4) (pintura “Lección de Anatomía” de Antonio Bravo, 1885)
La urología en España durante el siglo XIX
Hasta
finales de la centuria no comenzarán a aparecer las primeras especialidades de
la Cirugía y precisamente la Urología será unas de las primeras en
constituirse. Por tanto, la práctica quirúrgica de la patología génito-urinaria
va ser ejercida por los cirujanos generales en buena parte del siglo XIX,
aunque va atisbándose una cierta especialización en las distintas ramas de la
cirugía a partir de la mitad del siglo. Una dificultad que impedía el
desarrollo de la cirugía urológica era la desafección que tenía su aprendizaje
entre los cirujanos académicos porque hasta bien avanzado el siglo XVIII venía
siendo realizada habitualmente por empíricos y cirujanos sin titulación
universitaria. La creación de los Colegios de Cirugía y los avances que se
producen en la técnica quirúrgica a lo largo del siglo conseguirá que los
cirujanos presten más atención a esta parcela de la cirugía hasta llegar a
convertirse en una especialidad bien definida.
La
cirugía urológica en la primera parte del siglo XIX sufre un retroceso en
comparación con Europa, particularmente con Francia, después del alto nivel que
había alcanzado en el Renacimiento e incluso en el Barroco y la Ilustración. El
siglo comienza con la publicación en 1799 del libro “Tratado
médico-quirúrgico de las enfermedades de las vías de la orina” escrito por
Juan Naval, en la que se resume todo el conocimiento que se tenía en Europa
hasta entonces sobre las afecciones de las vías urinarias, pero a esta notable
contribución seguirán después unos largos años de penuria publicista. Por otra
parte, la incorporación de las novedades que se van produciendo llegan a España
con lentitud. El innovador tratamiento de los cálculos vesicales con litotricia
propuesto por los cirujanos franceses Jean Civiale y Leroy d’Etiolles llegan a
adoptarse en nuestro país muchos años más tarde. Al finalizar el reinado de
Fernando VII, surgirá un progresivo florecimiento de la Urología con un aumento
significativo de publicaciones y la traducción al castellano de importantes
libros franceses de temática urológica como los de Malgaigne, Dupuytren, Vidal
de Cassis, Nélaton, Velpeau o Boyer. Esta influencia francesa será predominante
y continuará hasta finales de esta centuria. La mayoría de los cirujanos
españoles interesados en la Urología serán formados en París, principalmente el
Hospital Necker bajo la dirección de Civiale, Guyon y Albarrán sucesivamente.
Tratados de Juan Creus y Manso “Tratado
elemental de anatomía médico-quirúrgica” (1872) (izquierda) de
Rafael Mollá Rodrigo “Resumen práctico de diagnóstico y terapéutica médico-quirúrgica
de las afecciones de las vías urinarias” (1896) (derecha), éste
último de notable interés como documento referencial para la constitución de la
especialidad de Urología en España
En
el primer tercio del siglo, los temas de Urología más debatidos en los escritos
presentados a la Juntas Literarias de los Colegios de Cirujanos son casos
clínicos de litiasis vesical y la operación de la talla, las heridas y fístulas
vesicales, cistitis, disuria y retención de orina, abscesos urinosos,
sarcoceles y tumores testiculares. Queda reflejada en la literatura del momento
la polémica que mantuvieron Civiale y Velpeau en la Academia de Medicina de
Paris sobre las ventajas de la litotricia sobre la litotomía. Los cirujanos
españoles que practican más frecuentemente intervenciones urológicas en este
período son Antonio San Germán Tort y Joaquín Hysern Molleras, que ya empezaron
a realizar la litotricia. Precisamente San Germán, catedrático del Colegio de
Cirugía de Barcelona, publica en 1822 el tratado quirúrgico más importante de
este período que titula “Tratado elemental de Afectos Externos y Operaciones
de Cirugía”. En este texto se hace alusión a muchos problemas de la
patología uro-genital como la litiasis vesical, sarcocele, hidrocele, retención
de orina, fimosis y tumores de pene, describiendo las técnicas para su
resolución como la talla, castración, cateterismo uretral y punción vesical,
circuncisión y amputación de pene.
Federico Rubio y Galí (1827-1902) fue el fundador en 1880 del Instituto de Terapéutica Operatoria en el Hospital de la Princesa de Madrid (arriba), trasladado en 1896 al recién creado Instituto Rubio (abajo), que fue el germen de la constitución de las especialidades quirúrgicas en España, entre ellas la Urología |
En
el segundo tercio, la introducción de la anestesia etérea e inmediatamente
después la clorofórmica va a suponer un gran avance para la cirugía urológica
resultando en un aumento considerable de las indicaciones y del grado de
complejidad de las intervenciones que se van a realizar. Aumenta notablemente
la aparición de revistas y la traducción de textos extranjeros. En las revistas
siguen publicándose casos clínicos preferentemente sobre cálculos vesicales,
pero también sobre patología de vejiga no litiásica, uretra, testículo y pene.
Se discuten las novedades surgidas en sondas y procedimientos de dilatación
uretral. En 1859 aparece en Madrid la revista “El Especialista. Revista
quincenal de Sifilografía, Oftalmología, Afecciones de la Piel y del Aparato
Génito-Urinario” que, por primera vez, tendrá un contenido más selectivo
acerca de la patología urológica. No obstante, las revistas que concentran el
mayor número de publicaciones sobre temas urológicos son “Boletín de
Medicina, Cirugía y Farmacia”, “Gaceta Médica” y “Anales de
Cirugía”.
Enrique Suender Rodríguez
(1829-1897) fue el primer urólogo titulado y director del primer Servicio de
Urología en España creado en 1885 en el Instituto de Terapéutica Operatoria del Hospital de la Princesa de Madrid (izquierda). Autor de varias
publicaciones de contenido urológico como “De la litotricia en general”
(1887) (derecha)
Alfredo Rodríguez Viforcos
(1855-1904) (izquierda) fue director del segundo Servicio de Urología en
España fundado en 1889 en el Hospital Provincial de Madrid (derecha)
Además,
se publican importantes libros que abordan temas de cirugía urológica como “Atlas
de Medicina Operatoria” (1843) de Francisco Álvarez, “Estudios Clínicos
de Cirugía” (1850) de Antonio Mendoza Rueda, “Resumen de Cirugía”
(1856) de Diego de Argumosa Obregón, y “Enfermedades de las Vías Urinarias y
de los Órganos de la Generación” (1856) de Jacinto Martra. En estos
tratados se describen diversas técnicas como la punción y la inyección de
sustancias esclerosantes para el hidrocele, ligadura de la vena espermática
para el varicocele, circuncisión para la fimosis, técnicas de reducción de la
parafimosis, los diferentes procedimientos de litotomía para la litiasis
vesical tanto para hombre (lateralizada, media, bilateral, rectovesical o hipogástrica)
como la mujer (uretral o vestibular). Se hace referencia también a los
cateterismos y uretrotomía para estenosis de uretra, uretroplastia para
estenosis o fístulas uretrales, punción de vejiga en retención de orina
(hipogástrica, rectal y perineal), la corrección de fistulas vesicales, la
extirpación de tumores de testículo y de pene, el drenaje de abscesos
escrotales y la reparación plástica de malformaciones como el hipospadias y el
epispadias. Empiezan a ser introducidas otras patologías urológicas como la
disfunción vesical, incontinencia urinaria, impotencia eréctil y la
esterilidad. Los cirujanos más destacados de esta etapa que practican
intervenciones urológicas son Diego de Argumosa, Antonio Mendoza, José González
Olivares, Melchor Sánchez de Toca, Manuel-Santos Guerra García, Juan Fourquet
Muñoz, Jacinto Martra y Antonio Romero Linares, aunque son pocas las técnicas
personales que aportan.
-
Inauguración de la Clínica de Rafael
Mollá Rodrigo (1862-1930) (1) en Madrid acompañado por el ministro de Marina Dr
Amalio Gimeno Cabañas (2) y el urólogo Luis González-Bravo (3) que sería el
primer presidente de la Asociación Española de Urología creada en 1911
En
el último tercio se va a producir una progresión espectacular de la cirugía
como consecuencia de la consolidación de la técnica anestésica y la
introducción del método antiséptico propuesto por Lister que permitió realizar
intervenciones de mayor magnitud y dificultad con menor riesgo de
complicaciones y menor mortalidad. Existe un crecimiento constante de cirujanos
que se dedican más específicamente a la patología del aparato urinario hasta la
definitiva aparición de la Urología, como una especialidad propia y reconocida,
a finales del siglo. En 1877, a petición de Enrique Suender Rodríguez, se va a crear
en el Hospital Militar de Madrid la primera Clínica Especial de Enfermedades de
las Vías Urinarias. Posteriormente, Federico Rubio y Galí funda en 1880 el
Instituto de Terapéutica Operatoria en el Hospital de la Princesa de Madrid,
verdadero germen del nacimiento de las especialidades quirúrgicas en España.
Será en el año 1885 cuando en este centro se cree el primer Servicio de
Afecciones de las Vías Génito-Urinarias que será dirigido por Enrique Suender,
teniendo como asistente a Luis González-Bravo Serrano. Más tarde, en 1889, se
constituye el Servicio de Vías Urinarias en el Hospital Provincial de Madrid
que será dirigido por Alfredo Rodríguez Viforcos. No obstante, la Urología no
quedará auténticamente constituida como especialidad en España hasta la
creación en 1911 de la Asociación Española de Urología.
Víctor Azcárreta Colán (1857-1937) (izquierda)
dirigió la primera clínica privada de Urología en Barcelona (derecha). Autor de varias publicaciones de temática urológica fue el que tuvo una mayor
casuística de nefrectomías realizadas en España a finales del siglo XIX
En
las Academias Médicas cada vez son más frecuentes la exposición de temas
relacionados con el aparato urinario. También aumenta considerablemente el
número de publicaciones sobre Urología en revistas, siendo las que concentran
un mayor número “El Siglo Médico” y “Gaceta de Sanidad Militar”.
En 1877, Alfredo Rodríguez Viforcos edita “Revista Especial de Oftalmología,
Sifilografía, Dermatología y Afecciones Urinarias”, pero será Alejandro
Settier Aguilar el que funde en 1887 “Gaceta de Enfermedades de los Órganos
Génito-Urinarios”, que acabaría siendo la primera revista en España
dedicada exclusivamente a la patología urogenital, aunque de efímera
existencia. Dos años más tarde, Víctor Azcárreta Colán funda ”Revista
Quirúrgica de Enfermedades de las Vías Urinarias”, que también tuvo una
breve existencia. En lo referente a textos escritos sobre temas urológicos son
más bien escasos, todos ellos muy influidos por los autores franceses y sin
aportaciones personales relevantes respecto a novedades técnicas o de
instrumental. Destacan las obras “Tratado Elemental de Anatomía
Médico-Quirúrgica” (1872) de Juan Creus y Manso, “Tratado de Operatoria
Quirúrgica” (1881) de Antonio Morales Pérez y “Curso de Patología
Quirúrgica” (1883) de Alejando San Martin Satrústegui. En estas obras se
expone toda la anatomía y la técnica quirúrgica de la patología urogenital, se
comienza a priorizar la litotomía hipogástrica sobre la perineal y se difunden
abiertamente las técnicas de litotricia.
Alejandro Settier Aguilar
(1858-1915) (izquierda) fundó en 1887 la primera revista española monográfica en patología urogenital “Gaceta de los órganos génito-urinarios” (derecha). Fue un decidido defensor de la litolopaxia
De
carácter más monográfico, Rafael Mollá Rodrigo publica en 1896 “Resumen
Práctico de Diagnóstico y Terapéutica Médico-Quirúrgica de las Afecciones de
las Vías Urinarias”, que sirvió como referente documental para la
constitución de la especialidad de Urología en España. En esta obra se aborda
el diagnóstico, clínica, instrumental, endoscopia, laboratorio, antisepsia,
anestesia y hemostasia con las distintas técnicas para el tratamiento de la
patología uretral, prostática, vesical, vías urinarias y riñón, de forma
amplia, actualizada y con gran influencia francesa. Por otra parte, también
fueron publicados varios folletos o monografías de aspectos concretos de la
patología urológica en la que podemos destacar “Tratado completo de las enfermedades
secretas y de todas las que tienen su asiento en los órganos de la generación”
(1869) de Anastasio Perillán García, “De las tallas perineales y del
cateterismo perineal forzado” (1869) de Juan Ceballos Gómez, “De la
talla perineal” (1870) de Federico Benjumeda Fernández, “Sobre la circuncisión. Estudio médico social”
(1876) de Federico Rubio, “Génesis y complicaciones terapéuticas de los
hidroceles” (1883) de José Ribera y Sans, “Estudios clínicos sobre las
enfermedades de los órganos genitourinarios” (1885) de Máximo Sánchez
Hernández, “La Litolopaxia u operación de la litotricia en una sesión”
(1886) de Alejandro Settier, “Estrecheces de la uretra” (1887) también
de Settier, “De la litotricia en general” (1887) de Enrique Suender, “Tallas
y Litotricias (juicio crítico)” (1889) de Rafael Mollá, “De la Técnica
Urológica Moderna. Su importancia y aplicaciones” (1890) de Luis del Río y
Lara, “Anatomía y Patología de los apéndices del testículo” (1895) de
Víctor Escribano García, “Tumores de vejiga” (1896) de Víctor Azcárreta,
“Juicio crítico sobre a la terapéutica quirúrgica de la hipertrofia
prostática” (1898) de Rafael Mollá, y también “La terapéutica quirúrgica
a fines del siglo XIX” (1900) de Alberto Suárez de Mendoza.
José Ribera y Sans (1852-1912) (1), catedrático
de Patología Quirúrgica de la Universidad Central de Madrid, durante una clase
práctica. Entre sus alumnos aparece Pedro Cifuentes Diaz (2) que llegó a ser reconocido
urólogo y jefe del Servicio de Urología del Hospital de la Princesa de Madrid
Alejandro San Martín Satrústegui
(1847-1908) (izquierda), catedrático de Cirugía del Colegio de San
Carlos de Madrid, fue uno de los más fervientes defensores de la talla hipogástrica que practicó en mayor número en España en el siglo XIX. A la (derecha) el Dr. San Martín en quirófano durante una intervención
En
todos estos folletos se pondrán de manifiesto los rápidos avances que venían
produciéndose en el tratamiento quirúrgico de las afecciones urológicas. La
litiasis vesical sigue siendo la patología más frecuentemente abordada. La
talla hipogástrica para el tratamiento de cálculos vesicales va ganando
adeptos, especialmente los voluminosos y adheridos, y tiene sus principales
defensores a Alejandro San Martín y José Ribera y Sans, aunque la talla
perineal mantiene aún adeptos como Juan Caballos, Federico Benjumeda, Rafael
Martínez Molina y Juan Creus y Manso. Las ventajas de la litotricia sobre la
litotomía, como antes había ocurrido en Francia, es motivo de fuertes
controversias entre distintos cirujanos, pero paulatinamente va imponiéndose el
abordaje menos invasivo transuretral. Enrique Suender es el más ferviente
defensor de la litotricia, que también es practicada por Alejandro Settier y
Alfredo Rodríguez Viforcos. Se comienza a contemplar el tratamiento quirúrgico
de la hipertrofia prostática, defendido por Rafael Mollá, y de los tumores de
vejiga mediante abordaje hipogástrico como propone y practica Víctor Azcárreta.
El aparato urinario superior comienza a ser estudiado por cateterismos
ureterales para el diagnóstico como defiende Alberto Suárez de Mendoza. Federico
Rubio realiza en 1874 la primera nefrectomía en España por vía lumbar, a la que
seguirán las realizadas por Víctor Azcárreta a finales de la década de los 80.
Se debe a José Ribera y Sans la primera nefrectomía programada por laparatomía.
Se contemplaba la nefrectomía para tumores, litiasis, pionefrosis o
tuberculosis. En la última década del siglo comenzaron a utilizarse
cistoscopios e instrumental endoscópico, para tratamiento de ciertas
afecciones, por Víctor Azcárreta, Enrique Lluria y Despau y Alberto Suárez de
Mendoza pero no se muestran muy partidarios de su uso debido posiblemente a la
mala calidad de visualización de estos primeros prototipos. El gran desarrollo
que va a experimentar la endoscopia en Urología deberá esperar al próximo
siglo.
Bibliografía recomendada
- Albarracín Teulón, A. La titulación médica en
España durante el siglo XIX. Cuadernos de Historia de la Medicina española.
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Cómo citar este artículo:
Lancina Martín JA. La cirugía urológica en España durante el siglo XIX. El desarrollo de la técnica quirúrgica y el nacimiento de las especialidades [Internet]. Doctor Alberto Lancina Martín. Urología e Historia de la Medicina. 2020 [citado el]. Disponible en: http://drlancina.blogspot.com/2020/03/enel-siglo-xix-el-estudio-y.html
Lo leí todo! Buenas imágenes!
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