sábado, 12 de junio de 2021

Fernando VII de Borbón, el rey deseado que acabó siendo el rey felón. Su macrofalosomía motivó disfunciones conyugales con sus cuatro esposas

            

Fernando VII el Deseado
               Fernando VII fue el sexto rey de España por la casa de Borbón que reinó de forma continuada desde mayo de 1814 hasta su muerte en Madrid en septiembre de 1833 cuando tenía la edad de 48 años. Nació en el Palacio de El Escorial el 14 de octubre de 1784 siendo el noveno de los catorce hijos que tuvieron el rey Carlos IV y María Luisa de Parma. Se convirtió en príncipe de Asturias al cumplir el primer mes, pues en esa fecha murió su hermano mayor Carlos. Fue declarado heredero a la Corona por las Cortes en un acto celebrado en el Monasterio de San Jerónimo de Madrid el 23 de septiembre de 1789.

             En su figura se da la extraña paradoja de ser recibido con gran entusiasmo y aprobación por parte del pueblo español, por lo que se llamó El Deseado, para acabar siendo considerado un rey desleal, malvado y traicionero denominándose después El Felón. Su falta de escrúpulos hizo que no tuviera reparos para conspirar contra su propio padre -el rey Carlos IV- para usurparle la corona a su favor, ni tampoco disimuló una posición servil frente al emperador francés Napoleón al que jaleaba sus éxitos militares y al que incluso llegó a solicitarle ser su hijo adoptivo.

             Fue un rey poco interesado en los asuntos de estado y además con escasa capacidad para abordar los graves problemas de la España de su tiempo. Su reinado estuvo caracterizado por la implantación del absolutismo lo que significó para España un periodo de inmovilismo y persecución de los ideales liberales que tuvieron como resultado un retroceso en todos los órdenes: social, político, económico, cultural y científico. La mayoría de los historiadores lo consideran como uno de los peores reyes de la historia de España. En palabras del filólogo e historiador Marcelino Menéndez Pelayo ”el reinado de Fernando VII … es uno de los más tristes y abominables períodos de nuestra historia”. Para el escritor e historiador Salvador de Madariaga fue el rey más despreciable de toda la historia de España y se refería a él como “el bellaco que sucedió al imbécil”. El ilustre médico Gregorio Marañón no fue menos indulgente cuando escribió que “pocas vidas humanas producen mayor repulsión que la de aquel traidor integral, sin asomos de responsabilidad y de conciencia”. En palabras de sus biógrafos más actuales como Rafael Sánchez Mantero “si en algo se caracteriza la imagen que Fernando VII ha dejado a la posteridad es en el unánime juicio negativo que ha merecido a los historiadores de ayer y de hoy”, y para Emilio La Parra López “Fernando VII gobernó a su manera, como un déspota, escuchando los consejos que en cada ocasión le convenían, sin ajustarse a ningún precedente específico y como nadie lo haría después que él”.

             Tuvo una salud quebradiza, estando afectado por la gota y la obesidad. Por otra parte, padecía de macrofalosomía, también llamada macrogenitosomía o macrosomía genital, una afección caracterizada por un aumento desmesurado del tamaño del pene, que fue motivo de algún que otro problema en las relaciones conyugales con sus cuatro esposas.


Conspiraciones contra su padre el rey Carlos IV

                El entonces príncipe Fernando se enfrentó abiertamente contra Manuel Godoy, primer ministro y favorito de los reyes que mantenía además una secreta relación sentimental con la reina María Luisa, pues lo consideraba un obstáculo para sus aspiraciones de ascenso rápido a la corona. Desde muy joven comenzó a maquinar contra el favorito alentado por la impopularidad que tenía entre la nobleza y el clero, por su programa reformista ilustrado, e incluso también rechazado por el propio pueblo llano que le responsabilizaba de la creciente carestía de la vida.


Fernando VII el Deseado
La familia de Carlos IV (1800). En el centro del cuadro aparecen los reyes Carlos IV y María Luisa. A la izquierda, vestido en azul, se sitúa el joven príncipe Fernando. Pintura de Francisco de Goya, Museo del Prado de Madrid


             Cumplidos los dieciocho años de edad, el príncipe inició sus intrigas conspiratorias contra su padre El Rey contando con la colaboración de su joven esposa María Antonia de Nápoles. Por entonces surgió en la corte de Madrid el llamado partido napolitano en favor de los intereses de los príncipes de Asturias, en donde tenía un destacado protagonismo el conde de San Teodoro, embajador del Reino de Nápoles, que a su vez contaba con el apoyo incondicional de la reina de Nápoles, que perseguía favorecer a su hija prodigando todo tipo de insidias en las cortes europeas contra Godoy y la propia reina María Luisa. La animadversión de la reina con María Antonia era mutua al punto que llegó a escribirle a Godoy “¿qué haremos con esa diabólica sierpe de mi nuera y marrajo cobarde de mi hijo?”.

             Descubierto el entramado conspiratorio, Godoy reaccionó de manera fulminante ordenando la expulsión del embajador de Nápoles y de varios nobles de la corte del entorno de los príncipes de Asturias. No obstante, Fernando continuó con sus actividades conspiratorias, apoyándose esta vez en su antiguo preceptor el canónigo Juan de Escóiquiz y en el duque de San Carlos, transformándose el otrora partido napolitano en el partido fernandino. Aunque buena parte de los nobles que apoyaban al príncipe pretendían únicamente la caída de Godoy, las ambiciones de Fernando se dirigían a conseguir el trono. Debido a una delación, el complot fue descubierto y Fernando fue juzgado y condenado en lo que se conoce como el proceso de El Escorial. Para conseguir el perdón de su padre, el príncipe acabó por delatar a todos sus cómplices.


Fernando VII el Deseado
Manuel Godoy, Príncipe de la Paz (ca. 1796-1801). Valido de Carlos IV y amante de la reina María Luisa. El que había sido guardia de Corps llegó a tener gran poder en la Corte pero acabó siendo repudiado por la nobleza, el clero y el pueblo llano que le acusaron de mala praxis política y de ser el responsable de la invasión de las tropas napoleónicas. El príncipe Fernando lo consideraba el mayor obstáculo para conseguir coronarse rey lo más rápidamente posible Tras el motín de Aranjuez de 1808 tuvo que exiliarse a Francia junto con la familia real falleciendo en Roma. Pintura de Antonio Carnicero, Museo Nacional del Romanticismo de Madrid


             En marzo de 1808, con las tropas francesas asentadas en España dudosamente respaldadas por el Tratado de Fontainebleau, Godoy planeó trasladar a la familia real al palacio de Aranjuez por razones de seguridad, con la posibilidad de un posterior traslado a América si la intervención francesa así lo requiriese. El pueblo, harto de la política errática del valido, aprovechó la ocasión para asaltar el palacio instigado por los partidarios de Fernando. Aunque Carlos IV pudo salvar la vida de su favorito, se vio obligado a abdicar en favor de su hijo en lo que fue conocido como el motín de Aranjuez. Por primera vez en la historia de España, un rey era desplazado del trono por las maquinaciones de su propio hijo con la colaboración de una revuelta popular. Fernando entró triunfante en la corte de Madrid donde fue aclamado por el pueblo que también celebraba la caída de Godoy, pero las tropas francesas ocupaban ya completamente la capital y se consideraban dueñas de la situación.


 Las abdicaciones de Bayona

              El nuevo rey fue depuesto por Napoleón quien dispuso que se llevase a Francia a toda la familia real y también a Godoy. Fernando VII accedió sin oposición con la esperanza de que Napoleón lo reconociese como legítimo rey de España. Se decidió fijar un encuentro inicial entre ambos en Bayona, a la que también solicitaron acudir los reyes padres. Mientras sucedían todos estos hechos, el 2 de mayo de ese año de 1808, el pueblo se levantaría en armas en Madrid de forma espontánea contra los franceses, dando lugar al comienzo de la denominada Guerra de la Independencia.


Fernando VII el Deseado
El emperador Napoleón en su estudio en Las Tullerías (1812). Fernando VII mantuvo una postura servil con el emperador francés al que adulaba en todo momento pero éste le mostraba el mayor desprecio por su mezquina actitud Pintura de Jacques Louis David, National Gallery of Art de Washington


             Napoleón consideró nula la renuncia al trono del padre de Fernando porque se había hecho bajo coacción. Su propia madre le había pedido al emperador que lo fusilase por lo que le había hecho a Godoy, a ella y a su esposo. A su vez, Napoleón obligó a Carlos IV a cederle sus derechos al trono a cambio de asilo en Francia para él, su esposa y su favorito Godoy. Finalmente, Napoleón otorgó los derechos a la corona de España a su hermano mayor, quien reinaría con el nombre de José I Bonaparte.

             Fernando, mientras tanto, quedaría recluido en el castillo francés de Valençay, junto a su hermano Carlos María Isidro y su tío Antonio Pascual, permaneciendo en este lugar durante unos seis años coincidiendo con el final de la guerra. En realidad, se trataba más bien de una prisión disimulada donde el futuro rey contaba con todo tipo de comodidades y libertad de acción. Durante su confinamiento en el castillo recibía clases de baile y música, salía a montar a caballo o a pescar y organizaba bailes y cenas, disponiendo de una buena biblioteca y de servidumbre para atender sus necesidades. Fernando no solo hizo intento alguno de huir durante el tiempo de cautiverio, sino que llegó a denunciar a un barón irlandés enviado por el gobierno británico para facilitarle la fuga.


Fernando VII el Deseado
Castillo de Valençay (Francia). Fernando quedaría recluido en este castillo por orden de Napoleón durante un período aproximado de seis años coincidiendo con el final de la guerra de la Independencia. Realmente era una prisión disimulada pues el futuro rey contaba con todo tipo de comodidades y libertad de acción


             
Admitiendo el poderío de Napoleón, Fernando sostuvo una posición servil con el emperador en defensa de sus intereses, al que incluso solicitó ser su hijo adoptivo, manifestándole por carta que “mi mayor deseo es ser hijo adoptivo de S. M. el emperador nuestro soberano. Yo me creo merecedor de esta adopción que verdaderamente haría la felicidad de mi vida, tanto por mi amor y afecto a la sagrada persona de S. M., como por mi sumisión y entera obediencia a sus intenciones y deseos”. Napoleón, por contra, despreciaba la actuación del monarca español escribiendo desde su destierro de Santa Elena que “no cesaba Fernando de pedirme una esposa de mi elección: me escribía espontáneamente para cumplimentarme siempre que yo conseguía alguna victoria; expidió proclamas a los españoles para que se sometiesen, y reconoció a José, lo que quizás se habrá considerado hijo de la fuerza, sin serlo; pero además me pidió su gran banda, me ofreció a su hermano don Carlos para mandar los regimientos españoles que iban a Rusia, cosas todas que de ningún modo tenía precisión de hacer”. Napoleón acaba lamentándose de haberlo retenido en Francia ya que “tenía que haberlo dejado en libertad para que sus partidarios supiesen cómo era y se desengañaran”.

 

 Regreso a España y abolición de la Constitución de 1812

              Paradójicamente se empezaba a crear dentro del pueblo español el mito de Fernando VII como El Deseado, aquel rey prisionero y víctima del odiado enemigo francés contra el que se luchaba encarnizadamente para conseguir la ansiada liberación. Para las diversas instituciones españolas como las Juntas de Gobierno, el Consejo de Regencia y las Cortes de Cádiz, Fernando era reconocido como el legítimo rey de España. Mientras tanto, ante lo prolongado del conflicto bélico, las Juntas de Gobierno de la América española aprovecharon la ocasión para actuar de forma más autónoma desembocando en un proceso que llevaría a la independencia de todos los territorios hispanoamericanos, a excepción de Cuba y Puerto Rico.


Fernando VII el Deseado
Entrada triunfal de Fernando VII en Valencia el 14 de mayo de 1814 (1815). Tras su regreso de Francia, Fernando es acogido con entusiasmo por el pueblo reconociéndole como el rey Deseado. Esta falsa imagen de rey valiente, agraviado y liberador perduró durante buena parte de su reinado pero su popularidad fue decayendo por su actitud cobarde, desleal y vengativa siendo ahora apodado como el rey Felón. Pintura de Fernando Brambila, Palacio de Cervelló de Valencia


             El éxito de las campañas de guerra concluye con la derrota de los franceses y la expulsión de José Bonaparte a comienzos de 1813. Por el Tratado de Valençay del 11 de diciembre de 1813 Napoleón reconoció a Fernando VII como rey, quedando liberado y regresando a España el 13 de marzo del año siguiente. Desde el primer momento se opuso a acatar la Constitución de 1812, que tenía una marcada inclinación liberal y reformista. El rey se adhirió al llamado Manifiesto de los Persas, una proclama emitida por diputados de tendencia absolutista que propugnaba la supresión de la cámara gaditana. El 17 de abril, el general Elío puso sus tropas a disposición del rey para recobrar sus derechos y restaurar el Antiguo Régimen, en lo que constituyó el primer pronunciamiento militar de la historia de España. El 4 de mayo, Fernando VII promulgó un decreto que restablecía la monarquía absoluta y declaraba nula y sin efecto toda la obra de las Cortes de Cádiz manifestando que “mi real ánimo es no solamente no jurar ni acceder a dicha Constitución, ni a decreto alguno de las Cortes [...] sino el de declarar sin efecto, ahora ni en tiempo alguno, como si no hubiesen pasado jamás tales actos y se quitasen de en medio del tiempo, y sin obligación en mis pueblos y súbditos de cualquier clase y condición a cumplirlos ni guardarlos”. Con la disolución de las Cortes y la detención de los miembros de la Regencia, los ministros y los partidarios de la soberanía nacional se dio por terminado un proceso reformador que pretendía modernizar a España.

 

Etapas de su reinado

              Durante la primera etapa del reinado (1814-1820), el rey restableció el régimen absolutista anterior al periodo constitucional de las Cortes de Cádiz manteniéndose la estructura social proveniente del Antiguo Régimen. Ni el monarca ni sus ministros tuvieron la capacidad suficiente para resolver los graves problemas que tenía planteados España después de seis años de guerra devastadora. Se produjeron varios intentos de sublevación sin éxito por organizaciones liberales, que estaban sometidas a una estrecha persecución, acabando muchos de sus miembros en prisión u obligados al exilio. Durante este período desaparecieron la prensa libre, las diputaciones y los ayuntamientos constitucionales y se cerraron las universidades. Se restableció la organización gremial y se devolvieron las propiedades confiscadas a la Iglesia.


Fernando VII el Deseado
Fernando VIII (1814). Pintura de Vicente López Portaña, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid


             En enero de 1820 se produjo la sublevación de fuerzas expedicionarias destinadas a combatir la insurrección de las colonias americanas que estaban dirigidas por el teniente coronel Rafael de Riego. Continuaron nuevas sublevaciones en distintos puntos del reino que acabaron por obligar a Fernando VII a jurar la Constitución de Cádiz el 10 de marzo en donde pronunció la célebre frase “marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional”. Con ello da comienzo el Trienio Liberal (1820-1823) que fue producto más bien de la debilidad de un régimen en decadencia que la fuerza de los liberales. Durante el Trienio se propusieron medidas en contra del absolutismo y se suprimieron la Inquisición y los señoríos. No obstante, el monarca no aceptaba realmente la nueva situación y conspiraba en la sombra para restablecer el absolutismo. Buscando el apoyo de las potencias europeas para que interviniesen en España contra los liberales, finalmente consiguió que en Francia se constituyera un ejército, bajo los auspicios de la Santa Alianza, llamado los Cien Mil Hijos de San Luis que consiguió restablecer la monarquía absoluta siendo suprimidas las medidas liberales adoptadas durante el Trienio.

             El período que sigue, llamado Década Ominosa (1823-1833), se caracteriza por una durísima represión contra los liberales, acompañada del cierre de periódicos y universidades. Las intentonas liberales para recuperar el poder fracasan una y otra vez. Tampoco tienen éxito las conspiraciones de los sectores más conservadores del régimen, partidarios del infante Carlos María Isidro, que se oponían férreamente a las tibias reformas que se iban produciendo. Durante este periodo también se consumó la pérdida de la mayor parte de los territorios americanos con lo que se dio por liquidado el otrora poderoso Imperio español.


Fernando VII el Deseado

Firma autógrafa del rey Fernando VII


             Aunque el reinado de Fernando VII fue inoperante para resolver las necesidades reales que tenía España, hay que reconocerle algunas aportaciones positivas como fue la abolición de una Inquisición ya anacrónica, la creación de la Bolsa de Madrid, la instauración del Consejo de Ministros y la confección del primer presupuesto estatal. Fomentó actividades artísticas y científicas y la mejora de la enseñanza primaria y secundaria, al contrario que la universitaria considerada como hervidero de liberalismo. Se creó el Museo de Ciencias Naturales y el Jardín Botánico de Madrid, y fue restaurado el Observatorio Astronómico. También se fundó el Conservatorio de Artes y fue inaugurado el Museo del Prado en 1819 aportando el rey un buen número de pinturas pertenecientes a la monarquía española.

  

Promulgación de la Pragmática Sanción

              Fernando VII seguía sin tener descendencia después de tres matrimonios. Por fin, tras su enlace en 1829 con su sobrina María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, nacieron las infantas Isabel y Luisa Fernanda. Para hacer heredera de la corona a su hija Isabel, Fernando promulgó la Pragmática Sanción que establecía declarar como heredera a la hija mayor si el rey no tenía hijo varón. Esta normativa ya había sido aprobada en 1789 por Carlos IV, aunque no se había hecho efectiva. Con este cambio legislativo quedaba excluido de la sucesión su hermano Carlos María Isidro, lo que provocó la indignación de sus partidarios que pudieron conseguir que el rey derogara la Pragmática en 1832, mientras se encontraba gravemente enfermo, pero que más tarde, coincidiendo con una mejoría de su estado de salud, Fernando volvería a ponerla en vigor ese mismo año.


Fernando VII el Deseado
Carlos María Isidro de Borbón, hermano de Fernando VII (ca. 1823). Con la promulgación por Fernando VII de la Pragmática Sanción en favor de su hija Isabel, el príncipe Carlos quedaba excluido de la sucesión al trono. La indignación de sus partidarios daría lugar a varios enfrentamientos bélicos conocidos como las guerras carlistas que no consiguieron derrocar a la reina Isabel II. Pintura de Vicente López Portaña, Museo del Prado de Madrid


             Desde este momento, el principal objetivo del rey era asegurar la sucesión para su hija Isabel. A consecuencia del agravamiento de su enfermedad, decidió delegar la regencia en su esposa María Cristina debido a la corta edad de su hija. Isabel sería jurada como heredera de la corona 20 de junio de 1833, como futura reina Isabel II, y el monarca fallecería el 29 de septiembre de ese mismo año. La regente María Cristina, para combatir la oposición de los partidarios del infante don Carlos, inicia un acercamiento hacia los liberales concediendo una amplia amnistía para aquellos que estaban exiliados y decantándose claramente a favor del cambio a políticas liberales. Los favorables a la sucesión de Carlos María Isidro, que le consideraban como el legítimo heredero, intentaron sin éxito hacerse con el poder a la muerte de Fernando. Estos hechos dieron lugar a la aparición del carlismo, un movimiento reaccionario que se sublevó contra el poder establecido y que daría lugar a varios enfrentamientos bélicos conocidos como las guerras carlistas.

  

Rasgos biológicos y psicológicos de Fernando VII

             El aspecto físico del monarca no era especialmente agradable, ni siquiera los esfuerzos de los pintores al retratarlo -Francisco de Goya, Vicente López Portaña o José Madrazo- consiguen disimular su fealdad. Su primera esposa, María Antonia de Nápoles, pudo comprobar como el príncipe era aún más feo de lo que ya se reflejaba en los retratos. Su madre, la reina María Carolina de Nápoles, llegó a escribir que "mi hija lloró de desesperación al verlo por primera vez. Su aspecto era horrible. De toscas facciones, pesaba más de cien kilos, su voz era aflautada, y su carácter, de una insoportable apatía". La estatura del rey rondaba los 165 centímetros y en las pinturas aparece representado con una creciente obesidad debido a su conocida glotonería, pudiendo observarse un labio superior deprimido, maxilar inferior prognatado, frente prominente, nariz desproporcionadamente grande y ojos pequeños y estrábicos que en opinión de La Parra “lo asemejan al síndrome descrito por Crouzon”.


Fernando VII el Deseado
Fernando VII con uniforme de capitán general (1832). En sucesivos retratos del rey se puede observar una creciente obesidad y un prematuro deterioro de su aspecto que difícilmente pueden disimular los pintores de cámara. Pintura de Vicente López Portaña, Banco de España de Madrid


             
Respecto a su carácter, poseía una normal inteligencia, con buena dosis de astucia, pero con tendencia a manifestarse cobarde y en extremo egoísta. El marqués de Villa Urrutia afirma que “desde pequeño, el rey mostró ser insensible al cariño de sus padres o cualquier otra persona, cruel y taimado; (…) y fue cobarde, vengativo, despiadado, ingrato, desleal, mentiroso, mujeriego y cazurro... y en fin, desprovisto de cualquier aptitud para ser rey”. Un periodista extranjero dijo haberse sentido muy impresionado del rey por “la mezcla de inteligencia, altanería y debilidad de su mirada”. Un oficial francés que también le trató en persona intuyó “su carácter duro e incluso brutal detrás de esa fisonomía nada simpática”.

             Contrariamente a esta imagen negativa del rey, sus súbditos lo consideraban como un hombre valiente que se enfrentaba al tirano Napoleón negándose a renunciar a su corona durante los seis años de su cautiverio. Esta falsa actitud heroica parecía corresponderse con la del pueblo español que se batía en armas contra los invasores franceses. Pero lo que el pueblo realmente ignoraba era que Fernando estaba entregado totalmente a la voluntad de Napoleón al que felicitaba por cada una de sus victorias, incluso las que conseguía en España. Esta imagen perduró durante buena parte de su reinado, aunque su popularidad fue perdiendo fuerza con el paso del tiempo.


Fernando VII el Deseado
Fernando VII con manto real (1814-15). El rey se hizo retratar por Goya portando falsas condecoraciones y atributos reales debido a que los franceses habían expoliado los originales de la corona. Pintura de Francisco de Goya, Museo del Prado de Madrid


             
Entre sus virtudes cabe destacar la sencillez y campechanía, aunque a menudo rozando lo meramente soez y chabacano. Era más predispuesto al contacto popular y las costumbres sencillas que a la rigidez del protocolo cortesano. No tenía especiales inquietudes intelectuales ni gran formación cultural mostrando inclinación por las manualidades, la música, la pintura y la tauromaquia. Llegó a convertirse en un buen jugador de billar, pero su principal afición fue la lectura y adquirir libros hasta formar una importante biblioteca. También tenía la costumbre de escribir en su diario, con una caligrafía muy cuidada, para describir con detalle los viajes que realizaba.

             Dentro del anecdotario que rodea al monarca cabe destacar que llegó a pronunciar la conocida frase “Vísteme despacio, que tengo prisa”, dirigida a su ayudante de cámara, por la premura que tenía para asistir a una reunión del gabinete. Por otra parte, el rey solía jugar al billar con miembros de su camarilla, y éstos procuraban favorecerle haciendo que las bolas quedasen en inmejorable situación para que el monarca pudiese hacer sucesivas carambolas, dando lugar al proverbio “Así se las ponían a Fernando VII”. Asimismo, el rey parecía no tener una opinión demasiado considerada respecto de la mujer ya que, con motivo de su visita a la Exposición Pública de Industria Española en 1818, cuando los fabricantes de telas le mostraron su género pidiendo medidas proteccionistas, el monarca exclamó “¡Bah! Todas estas son cosas de mujeres”.


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La enfermedad de Fernando VII (1833). El rey gravemente enfermo en 1825 es asistido por el prestigioso médico liberal Pedro Castelló Ginestá que consigue su restablecimiento. Como agradecimiento, el rey ordena su excarcelación y le nombra médico de cámara. Pintura de Federico de Madrazo y Kuntz, Palacio Real de Madrid


             
Fernando VII se hizo retratar por Goya portando falsas condecoraciones y atributos reales, que al parecer fueron prestados por el actor cómico Isidoro Máiquez del baúl de su atrezo, debido a que los franceses habían expoliado los originales de la corona. Su falta de sensibilidad por el patrimonio artístico quedó reflejada cuando José Bonaparte, huyendo de España una vez finalizada la guerra, cargó en su equipaje más de cien obras de grandes maestros de la pintura española que pudieron ser neutralizadas por el general inglés Wellington. Informando éste a Fernando VII de lo acontecido y pidiéndole instrucciones de adonde conducir tan valiosas pinturas, el monarca decidió cederle toda la colección a modo de agradecimiento por su colaboración durante la guerra. Precisamente estas obras conforman el núcleo actual del Museo de Wellington en Aspley House.

             Encontrándose el rey gravemente enfermo, en enero de 1825, mandó llamar al prestigioso médico Pedro Castelló Ginestá, que entonces se encontraba en prisión por su activismo liberal, consiguiendo que se produjera su recuperación. En agradecimiento, Fernando VII le pidió que se quedase en palacio y volviese a ejercer de médico de cámara. Castelló le puso ciertas condiciones para aceptar; en primer lugar debía respetar su ideología liberal y además debía conceder el indulto a los médicos que permanecían encarcelados por su defensa de la Constitución de 1812. A pesar de sus reticencias, el rey accedió a cumplir todas sus peticiones para conseguir su aceptación.

  

La macrofalosomía del rey

              Fernando VII no gozó de buena salud a lo largo de su vida. Ya con tres años de edad sufrió una grave enfermedad “que era vicio de la sangre” y posteriormente volvió a enfermar con 11 años pidiendo su madre un voto a San Fernando, patrón de Sevilla, para preservar su salud. A juicio del historiador La Parra, el rey podría estar afectado por el síndrome de Crouzon, una rara enfermedad de origen genético que se transmite según un patrón de herencia autosómico dominante. Este síndrome se caracteriza por deformidad del cráneo causada por el cierre precoz de las suturas interóseas, y también suelen aparecer deformidades de la cara consistentes en un maxilar superior demasiado pequeño, protrusión y separación de los ojos excesiva, estrabismo, prognatismo y anomalías dentales.

             Su afición por la comida le condujo a una creciente obesidad -en 1821 presaba 103 Kg- como se pone de manifiesto en los sucesivos retratos realizados al monarca donde además se puede observar su progresivo deterioro físico y prematuro envejecimiento. Sufría de gota que estaba favorecida por el alto consumo de carnes que hacía el rey. Sería posible que también padeciese de hipertensión arterial, diabetes mellitus y/o dislipemia, ya que frecuentemente se asocian a la obesidad y a la gota, en lo que constituye el llamado síndrome metabólico. Además, era un gran fumador de cigarros lo que le ocasionaba halitosis. Todos estos hábitos y padecimientos son conocidos factores de riesgo cardiovascular que bien pudieran haberse manifestado en el monarca como enfermedad. Sin embargo, la disfunción orgánica del rey más referida en la historiografía ha sido su macrofalosomía.


Fernando VII el Deseado
Fernando VII (1833). Pintura de Luis de la Cruz y Ríos, Banco de España de Madrid


             La macrofalosomía, llamado también macropene, es aquella condición anatómica consistente en una longitud excesiva del miembro viril que sobrepasa ampliamente el promedio. Su causa puede ser secundaria a una enfermedad endocrina como la hiperplasia suprarrenal congénita o la acromegalia, o también por edema crónico y elefantiasis, donde existe una obstrucción del sistema linfático que provoca un agrandamiento progresivo de los genitales. En todas estas causas, la macrosomía genital se asocia a una variedad de síntomas y además el pene puede seguir creciendo en edad adulta. No parece que el monarca estuviera afectado por ninguna de estas enfermedades y, por tanto, debiera considerarse como una deformidad anatómica primaria y aislada sin significado patológico propiamente.

             Se considera al varón como macrofalosómico cuando el pene mide más de 12 centímetros en estado flácido y más de 22 centímetros en erección, condición que puede ocurrir hasta en el 3% de los varones. Existen algunos pocos casos documentados con longitudes superiores a 25 centímetros en flacidez y 35 centímetros en erección. La macrofalosomía no suele suponer un problema para una vida sexual satisfactoria, ni para el hombre ni para su pareja, aunque en ocasiones puede tener algunas repercusiones negativas. El coito puede resultar insatisfactorio en el hombre por la falta de una completa penetración y en la mujer por la incomodidad y el dolor que la penetración puede producirle. Algunos varones pueden tener erecciones no suficientemente rígidas y, además, pueden ser difíciles de mantener en el tiempo debido al gran volumen sanguíneo requerido para rellenar los cuerpos cavernosos durante la erección. No existe un tratamiento corrector plenamente validado para esta condición, ni quirúrgico ni farmacológico, para conseguir una reducción adecuada de la longitud del pene. Las recomendaciones médicas se limitan a aconsejar posicionamientos mejor tolerados en la pareja para realizar el coito y tratando de evitar penetraciones demasiado profundas y enérgicas, de modo que la relación sexual sea menos molesta y más complaciente. En algunos casos puede ser útil la colocación de aros en la base del pene que sirvan a modo de tope para impedir una penetración completa y así evitar dolorimiento en la mujer.


Fernando VII el Deseado
Prosper Mérimée (1869). El escritor francés, contemporáneo del rey, refiriéndose a su macrofalosomía llegó a escribir que Fernando VII tenía el pene “tan largo como un taco de billar”. Dibujo de Mathilde Bonaparte, Musée Carnavalet de Paris


             La macrofalosomía que afectaba a Fernando VII, a tenor de las crónicas que nos han dejado sus contemporáneos y los problemas que surgieron en las relaciones sexuales con sus distintas esposas, parece ser que era de grado manifiesto. A una longitud excesiva del pene se añadía además  un tamaño del glande desproporcionadamente grande, lo que en su conjunto daría un aspecto poco agradable de su anatomía genital. El escritor e historiador francés Prosper Mérimeé, contemporáneo del rey y autor de la novela corta Carmen que inspiró a Georges Bizet para componer la música para la conocida ópera homónima, sentía una gran afición por la cultura española y a viajar a lo largo de España dejando abundante testimonio escrito de sus experiencias. En una carta que Mérimeé dirigió en 1830 al también escritor galo Stendhal describía la deformación genital del rey de la siguiente forma: “Según la dama por quien sé la historia, su miembro viril es fino como una barra de lacre en la base, y tan gordo como el puño en su extremidad; además, tan largo como un taco de billar. Es por añadidura, el rijoso más grosero y desvergonzado de su reino”. Asimismo, un médico de la época dejó escrito en uno de sus diarios que “el rey Fernando VII tenía el miembro viril de dimensiones mayores que de ordinario, a lo que se le atribuye no haber tenido sucesión en sus tres primeras mujeres”. En los retratos del monarca no se hace ostensible la impronta genital que cabría esperar a través de los pantalones ajustados que vestía, pero lógicamente los pintores de cámara omitirían la representación de esta anomalía por considerarlo impropio de ser reflejado.

  

Las esposas de El Rey

             Fernando VII contrajo matrimonio en cuatro ocasiones y con cada una de sus esposas surgieron problemas derivados de las disfunciones sexuales debido a la macrofalosomía del rey.



Fernando VII el Deseado
Recreación de la alcoba de Fernando VII en el Palacio Real de Madrid



              Primera esposa. María Antonia de Nápoles

             En 1802 se casó con su prima María Antonia de Nápoles, cuando el entonces príncipe tenía dieciocho años de edad. La princesa tenía una gran formación cultural, era muy aficionada a la lectura y a la música y dominaba varios idiomas. La boda se concertó por intereses políticos para reforzar la alianza con la corona napolitana. María Antonia, desde el primer momento, se alineó con los intereses conspiratorios de su esposo para conseguir la corona cuanto antes, manteniendo una postura hostil contra su suegra, la reina María Luisa de Parma, que a su vez le tenía una manifiesta antipatía llegando incluso a impedirle moverse libremente por el palacio o a elegir su vestuario. En una carta dirigida a Godoy define a su nuera como “una víbora venenosa, un animalucho sin sangre y lleno de hiel, rana medio muerta, serpiente diabólica, escupitajo de su madre”.


Fernando VII el Deseado
María Antonia de Nápoles, princesa de Asturias (1805-6). La primera esposa de Fernando VII llegó a tener dos abortos y falleció de tuberculosis a la edad de veintiún años, después de poco más de tres años de matrimonio, sin dejar descendencia alguna. Pintura de Vicente López Portaña. Museo Nacional del Romanticismo de Madrid


             Cuando los novios se vieron por primera vez, ninguno de los dos se sintió especialmente atraído. Fernando encontró a María Antonia delicada y demasiado baja de estatura. Por su parte, la joven napolitana sintió rechazo por su fealdad llegando a escribir que “os acordaréis de que el embajador nos decía que era buen mozo, muy despierto y amable, […] quedé espantada al ver que era todo lo contrario”. No tenía una mejor impresión del carácter del príncipe cuando también escribió que “es un infeliz al que no han educado; es bueno pero no tiene instrucción ni talento natural, ni tampoco viveza: es mi antípoda y yo no lo quiero nada”.

             Una vez casados, las primeras experiencias sexuales de la pareja fueron muy decepcionantes. El joven Fernando carecía de formación alguna en materia sexual y ello derivó en una frustrante noche de bodas. La princesa, desilusionada por el comportamiento de su esposo, mantuvo frecuentes contactos epistolares con su madre, la reina María Carolina de Nápoles, expresándole todo tipo de quejas: “Aquí no hay nada que me atraiga, pues el príncipe no hace que nada cambie a mejor. Siempre está sin hacer nada, yendo y viniendo por la casa y sin querer oír nada sensato, siempre frío, sin emprender algo agradable, ni una diversión”. También le contaba que pasaban los meses y Fernando aún no había consumado el matrimonio. Por su parte, la reina de Nápoles comenta en una carta dirigida al embajador de Nápoles que "mi hija es completamente desgraciada. Un marido tonto, ocioso, mentiroso, envilecido, solapado y ni siquiera hombre físicamente". Pocos días después volvía a escribir que el príncipe "es un tonto, que ni caza ni pesca; no se mueve del cuarto de su infeliz mujer, no se ocupa de nada, ni es siquiera animalmente su marido" y en una carta posterior sigue insistiendo en que "el marido no es todavía marido y no parece tener deseo ni capacidad de serlo, lo cual me inquieta mucho".


Fernando VII el Deseado
Carlos IV y su familia homenajeados por la Universidad de Valencia (1802). En el cuadro aparecen el príncipe Fernando y su esposa María Antonia junto a los reyes Carlos IV y María Luisa. Pintura de Vicente López Portaña. Museo del Prado de Madrid


             
Efectivamente, siete meses después de la boda, el matrimonio todavía no se había consumado y ya empezaba a causar mofa en todas las cortes europeas por lo que su padre, el rey Carlos IV, decidió intervenir instruyéndole en todo lo necesario sobre las prácticas sexuales. Fue en este momento cuando comenzó a conocerse que Fernando tenía un pene de tamaño desmesurado. Cuando pasados estos meses se produjo la deseada consumación, la reina madre María Carolina escribió “¡por fin ya es marido!”. Para el historiador La Parra “al parecer, lo que realmente desazonó a María Antonia y, por ende, a su madre, fue la carencia afectiva del príncipe y su impotencia sexual. Fernando era un joven inmaduro, afectado de macrogenitosomía … (con) aparición tardía de los caracteres sexuales secundarios; no se afeitó hasta seis meses después de la boda. Su acusada timidez y su abulia, que tanto molestaron a su esposa, le incapacitaron para hacer frente a una situación para él imprevista”. Paradójicamente, Fernando acabó convirtiéndose en un adicto al sexo y María Antonia, que tanto se había quejado de su inoperancia sexual, llegó a detestarlo por su falta de mesura y, posiblemente, por las molestias que le provocaba el macropene de su esposo. La princesa llegó a tener dos abortos y falleció de tuberculosis a la edad de veintiún años, después de poco más de tres años de matrimonio, sin dejar descendencia real.


             Segunda esposa. María Isabel de Braganza

             El ya rey Fernando VII se casó en 1816 con su sobrina María Isabel de Braganza, princesa de Portugal. Este matrimonio tenía como finalidad diplomática restaurar las deterioradas relaciones con la monarquía lusa. Educada en un ambiente relativamente modesto y distendido en Brasil, en donde la familia real portuguesa se había exiliado debido a la invasión napoleónica, María Isabel no disponía de una dote apropiada y carecía de pertenencias lujosas como cabía esperar en una dama de la realeza. Su carácter afable y sencillo chocó con el intrigante ambiente cortesano de Madrid. La reina no era muy agraciada físicamente y tampoco fue muy bien recibida por el pueblo llano a la que enseguida dedicó el pasquín "Fea, pobre y portuguesa: Chúpate esa!". No obstante, María Isabel mostró afición por la cultura y el arte. Propició que la Academia de San Fernando impartiese clases también a las mujeres, y apoyó decididamente la iniciativa de su esposo de reunir las obras de arte que poseía la corona española para crear un museo, lo que derivó en la fundación del Museo del Prado.


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María Isabel de Braganza, reina de España (1816). La segunda esposa de Fernando VII tuvo una hija que falleció a los cuatro meses de vida. En su segundo embarazo precisó de una cesárea que resultó con el fallecimiento de la reina y de la hija que esperaba, cuando sólo contaba con veintiún años de edad de y después de solo dos años de matrimonio, sin dejar descendencia real. Pintura de Vicente López Portaña, Pinacoteca do Estado de São Paulo


             El rey, durante el periodo de diez años pasados desde de la muerte de su primera esposa, había mantenido una vida sexual promiscua con visitas asiduas a los burdeles de la capital de la corte. El desposorio con María Isabel no pareció cambiar sustancialmente su comportamiento, viéndose sometida a constantes humillaciones y desprecios por su esposo que no mostraba el menor interés por tener encuentros sexuales con ella.


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María Isabel de Braganza como fundadora del Museo del Prado (1829). En el cuadro, la reina señala, a través de la ventana, el edificio del recién creado Museo del Prado del que tanto contribuyó a su fundación. Pintura de Bernardo López Piquer, Museo del Prado de Madrid

 
             
La reina tuvo una hija, María Isabel Luisa, que solo puedo vivir unos cuatro meses. Poco después quedó nuevamente embarazada. Este segundo parto fue extremadamente laborioso al punto de que los médicos que atendían a la reina decidieron practicarle una cesárea in articulo mortis con el funesto resultado del fallecimiento de la reina y de la hija que esperaba. El marqués de Villa Urrutia escribió al respecto de este acontecimiento que “al extraer la niña que llevaba en su seno y que nació sin vida, lanzó la madre tal grito, que manifestaba que no había muerto aún, como creían los médicos, los cuales hicieron de ella una espantosa carnicería”. El historiador Modesto Lafuente también corrobora estos hechos afirmando que la reina “murió de un ataque de alferecía (síncope)” y que "hallándose en avanzado estado de gestación y suponiéndola muerta, los médicos procedieron a extraer el feto, momento en el que la infortunada madre profirió un agudo grito de dolor que demostraba que todavía estaba viva". Así fallecía María Isabel, a la edad de veintiún años y después de solo dos años de matrimonio sin dejar descendencia alguna.

             Tercera esposa. María Josefa Amalia de Sajonia

             El rey se casó por tercera vez en 1819 con María Josefa Amalia de Sajonia, hija de su prima Carolina de Borbón-Parma. La reina había quedado huérfana de madre a los tres meses de edad y entonces su padre decidió enviarla a un convento a orillas del río Elba, del que solo saldría para contraer matrimonio. Recibió una instrucción esmerada en un ambiente marcadamente religioso. Tenía una gran afición por la poesía e incluso se atrevió a escribir unos poemas.


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María Josefa Amalia de Sajonia, reina de España (ca. 1820). La tercera esposa de Fernando VII fallecería de una grave enfermedad febril a la edad de veinticinco años, después de poco más de nueve años de matrimonio, sin que tuviera ninguna descendencia. Pintura de Vicente López Portaña, Colección privada


             
La mística educación que había recibido la reina en el convento y su inexperiencia -contaba solo 15 años de edad en el momento del matrimonio- entraba en contraposición con su esposo casi veinte años mayor que ella, con una dilatada e intensa vida sexual, de comportamiento tosco y zafio, carácter malhumorado e irritable, de aspecto obeso y extrema fealdad y además con un pene deformado y de considerables dimensiones, todo lo cual provocaba el rechazo más decidido de la reina para mantener relaciones íntimas con el monarca. Tampoco ayudaba mucho que la joven hablara solo en alemán, idioma que el monarca desconocía en absoluto.

             La primera noche de bodas resultó en un total fracaso y una experiencia pavorosa para la reina. La situación fue agravada, además, porque no se había cumplido el protocolo habitual de que la princesa de sangre ya casada y más cercana en categoría al rey explicase a la novia lo que habría de suceder en esa noche. Esta función le correspondía en aquel momento a la cuñada del rey, María Teresa de Braganza, pero declinó del cumplimiento de este deber con la excusa de la muerte reciente de su hermana María Isabel, que había sido segunda esposa de Fernando VII. El contemporáneo Prosper Mérimée describe lo sucedido aquella primera noche de la pareja de la siguiente manera: “Resultó que la reina fue puesta en el lecho sin ninguna preparación. Entra Su Majestad. Figúrese a un hombre gordo con aspecto de sátiro, morenísimo, con el labio inferior colgándole … miembro viril (…) gordo y (…) largo. Ante esta horrible vista, la reina creyó desvanecerse, y fue mucho peor cuando Su Majestad Católica comenzó a toquetearla sin miramientos, (…) así que la reina se escapa de la cama y corre por la habitación dando grandes gritos. El rey la persigue; pero, como ella era joven y ágil, y el rey es gordo, pesado y gotoso, el monarca se caía de narices, tropezaba con los suelos. En resumen, el rey encontró ese juego muy tonto y montó en espantosa cólera”.


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Mueble de aseo o retrete de Fernando VII (1830). Realizado por Ángel Maeso González ebanista de los Talleres Reales, Museo del Prado de Madrid


             
Tras esta traumática experiencia inicial, María Josefa se negó de forma reiterada a tener relaciones sexuales con el rey lo que motivó la mismísima intervención del papa Pío VII que le envió una carta personal en la que afirmaba que el débito conyugal no era contrario a la moral católica y, más bien al contrario, era preconizado por la Iglesia para conseguir la procreación. La reina fallecería de una grave enfermedad febril a la edad de veinticinco años, después de poco más de nueve años de matrimonio, sin que tuviera ninguna descendencia a pesar de sus esfuerzos por quedar engendrada implorando a la divina providencia y recurriendo a remedios y creencias populares.

 

             Cuarta esposa. María Cristina de Borbón Dos Sicilias

             Finalmente, en 1829, Fernando VII se casó por cuarta y última vez con otra de sus sobrinas, María Cristina de Borbón Dos Sicilias. El rey, ya con 45 años y sin descendencia después de tres matrimonios previos, comenzaba a convertirse en un problema de estado por la falta de un heredero a la corona. No era momento de perder más tiempo para que, por fin, el monarca consiguiera el ansiado heredero.


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María Cristina de Borbón Dos Sicilias, reina de España (1830). La cuarta y última esposa de Fernando VII tuvo dos hijas, Isabel, la futura reina de España, y Luisa Fernanda. Quedó viuda después de casi cuatro años de matrimonio falleciendo a la edad de 72 años. Pintura de Vicente López Portaña, Museo del Prado de Madrid


             
María Cristina, conocedora del problema que representaba la deformidad genital de Fernando y consciente de la necesidad de quedar embarazada cuanto antes, pidió consejo a los médicos de cámara para buscar soluciones. Los galenos acabaron presentándole un ingenioso artilugio que creían podría ayudar a resolver el problema. Consistía en una almohadilla de forma circular de tres o cuatro centímetros de espesor, perforada en su parte central por donde el rey debía introducir su miembro antes de copular; con ello se conseguía acortar la longitud del pene de manera que la relación resultase menos dificultosa. No sabremos hasta qué punto está solución fue efectiva, pero lo cierto es que la reina quedó encinta prontamente dando a luz a su hija Isabel en 1830, la futura reina de España, y a su hija Luisa Fernanda en 1832.


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Reproducción figurada de almohadilla para Fernando VII. Conocedora María Cristina del problema que representaba la deformidad genital del rey, y consciente de la necesidad de quedar embarazada cuanto antes, pidió consejo a los médicos de cámara que le propusieron el uso de una almohadilla de forma circular perforada en su parte central por donde el rey debía introducir su miembro antes de copular; con ello se conseguía acortar la longitud del pene de manera que la relación resultase menos dificultosa



             Mientras tanto, el monarca, después de una larga y penosa enfermedad muere en 1833 pasados casi cuatro años de matrimonio con María Cristina. Su hija y heredera al trono, Isabel, tenía entonces solo tres años, por lo que actuó como regente del Reino, según el testamento otorgado por el rey, durante los siguientes siete años. María Cristina se vio obligada a ceder la regencia al general Baldomero Espartero y se vio obligada a exiliarse. Desde su exilio parisino intrigó contra el nuevo gobierno hasta su derrocamiento con el posterior nombramiento de su hija como la reina Isabel II mientras contaba con 13 años de edad. La sucesión de la hija de Fernando VII motivó una frontal reacción en contra de los partidarios de su hermano Carlos María Isidro de Borbón, que le consideran como el auténtico sucesor y se oponían a la promulgación de la Pragmática Sanción de 1830. Con ello se dio origen a las guerras carlistas que finalizaron con el Abrazo de Vergara en 1839 manteniéndose Isabel II como reina.


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Fernando VII y María Cristina paseando por los jardines del Palacio de Aranjuez (1830). Pintura de Luis de la Cruz y Ríos, Museo de Bellas Artes de Asturias de Oviedo


             María Cristina tras quedar viuda contrajo matrimonio secreto morganático en el Palacio Real de Madrid con Agustín Fernando Muñoz y Sánchez, un sargento de su Guardia de Corps, del que estaba profundamente enamorada. Este matrimonio, a solo tres meses después de la muerte de Fernando VII, no fue nunca bien visto en la Corte ni por la sociedad de la época. Durante su regencia se produjo una amplia apertura a las ideas liberales permitiendo el retorno de los políticos exiliados. También hizo necesarias contribuciones sociales, como el auxilio que procuró a la costa onubense en 1834 después de una epidemia de cólera. Sin embargo, existen muchas más sombras que luces en la vida de la exregente. En 1844, a su regreso a Madrid desde París, inicia variados negocios junto a su marido de dudosa transparencia como el comercio de sal, el ferrocarril e incluso la trata de esclavos con lo que amasó una considerable fortuna. Estas prácticas corruptas le valieron la antipatía del pueblo y acabaron con una nueva expulsión de España tomando dirección nuevamente a Francia donde fallecería en 1878 a la edad de 72 años.

 

Bibliografía recomendada

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- Artola, Miguel. La España de Fernando VII. Madrid: Espasa Calpe; 1999.

- Arzadun J.. Fernando VII y su tiempo. Madrid: Summa; 1942.

 - Avilés Fernández M. La España de Fernando VII. Madrid: Edaf; 1973.

 - Díaz Plaja F. Fernando VII: el más querido y el más odiado de los reyes españoles. Barcelona: Planeta Agostini; 1996.

 - Eslava Galán J. La Familia Del Prado. Un paseo desenfadado y sorprendente por el museo de los Austrias y los Borbones. Barcelona: Editorial Planeta SA; 2018.

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 - Sánchez Almeida A. Fernando VII el deseado. Madrid: Alderaban; 1999.

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 - Voltes Bou P. Fernando VII. Vida y reinado. Barcelona: Editorial Juventud; 1984.


Cómo citar este artículo:

Lancina Martín JA. Fernando VII de Borbón, el rey deseado que acabó siendo el rey felón. Su macrofalosomía motivó disfunciones conyugales con sus cuatro esposas [Internet]. Doctor Alberto Lancina Martín. Urología e Historia de la Medicina. 2021 [citado el]. Disponible en: https://drlancina.blogspot.com/2021/06/fernando-vii-de-borbon-el-rey-deseado.html



 

 

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