En su figura se da la extraña paradoja de ser recibido con gran entusiasmo y aprobación por parte del pueblo español, por lo que se llamó El Deseado, para acabar siendo considerado un rey desleal, malvado y traicionero denominándose después El Felón. Su falta de escrúpulos hizo que no tuviera reparos para conspirar contra su propio padre -el rey Carlos IV- para usurparle la corona a su favor, ni tampoco disimuló una posición servil frente al emperador francés Napoleón al que jaleaba sus éxitos militares y al que incluso llegó a solicitarle ser su hijo adoptivo.
Fue un rey poco interesado en los
asuntos de estado y además con escasa capacidad para abordar los graves problemas
de la España de su tiempo. Su reinado estuvo caracterizado por la implantación
del absolutismo lo que significó para España un periodo de inmovilismo y
persecución de los ideales liberales que tuvieron como resultado un retroceso
en todos los órdenes: social, político, económico, cultural y científico. La
mayoría de los historiadores lo consideran como uno de los peores reyes de la
historia de España. En palabras del filólogo e historiador Marcelino Menéndez
Pelayo ”el reinado de Fernando VII … es uno de los más tristes y abominables
períodos de nuestra historia”. Para el escritor e historiador Salvador de
Madariaga fue el rey más despreciable de toda la historia de España y se
refería a él como “el bellaco que sucedió al imbécil”. El ilustre médico
Gregorio Marañón no fue menos indulgente cuando escribió que “pocas vidas
humanas producen mayor repulsión que la de aquel traidor integral, sin asomos
de responsabilidad y de conciencia”. En palabras de sus biógrafos más
actuales como Rafael Sánchez Mantero “si en algo se caracteriza la imagen
que Fernando VII ha dejado a la posteridad es en el unánime juicio negativo que
ha merecido a los historiadores de ayer y de hoy”, y para Emilio La Parra
López “Fernando VII gobernó a su manera, como un déspota, escuchando los
consejos que en cada ocasión le convenían, sin ajustarse a ningún precedente
específico y como nadie lo haría después que él”.
Tuvo una salud quebradiza, estando
afectado por la gota y la obesidad. Por otra parte, padecía de macrofalosomía,
también llamada macrogenitosomía o macrosomía genital, una afección
caracterizada por un aumento desmesurado del tamaño del pene, que fue motivo de
algún que otro problema en las relaciones conyugales con sus cuatro esposas.
Conspiraciones contra su padre el rey Carlos IV
El entonces príncipe Fernando se enfrentó abiertamente contra Manuel Godoy, primer ministro y favorito de los reyes que mantenía además una secreta relación sentimental con la reina María Luisa, pues lo consideraba un obstáculo para sus aspiraciones de ascenso rápido a la corona. Desde muy joven comenzó a maquinar contra el favorito alentado por la impopularidad que tenía entre la nobleza y el clero, por su programa reformista ilustrado, e incluso también rechazado por el propio pueblo llano que le responsabilizaba de la creciente carestía de la vida.
Cumplidos los dieciocho años de
edad, el príncipe inició sus intrigas conspiratorias contra su padre El Rey
contando con la colaboración de su joven esposa María Antonia de Nápoles. Por
entonces surgió en la corte de Madrid el llamado partido napolitano en
favor de los intereses de los príncipes de Asturias, en donde tenía un
destacado protagonismo el conde de San Teodoro, embajador del Reino de Nápoles,
que a su vez contaba con el apoyo incondicional de la reina de Nápoles, que
perseguía favorecer a su hija prodigando todo tipo de insidias en las cortes
europeas contra Godoy y la propia reina María Luisa. La animadversión de la
reina con María Antonia era mutua al punto que llegó a escribirle a Godoy “¿qué
haremos con esa diabólica sierpe de mi nuera y marrajo cobarde de mi hijo?”.
Descubierto el entramado
conspiratorio, Godoy reaccionó de manera fulminante ordenando la expulsión del
embajador de Nápoles y de varios nobles de la corte del entorno de los
príncipes de Asturias. No obstante, Fernando continuó con sus actividades
conspiratorias, apoyándose esta vez en su antiguo preceptor el canónigo Juan de
Escóiquiz y en el duque de San Carlos, transformándose el otrora partido
napolitano en el partido fernandino. Aunque buena parte de los
nobles que apoyaban al príncipe pretendían únicamente la caída de Godoy, las
ambiciones de Fernando se dirigían a conseguir el trono. Debido a una delación,
el complot fue descubierto y Fernando fue juzgado y condenado en lo que se
conoce como el proceso de El Escorial. Para conseguir el perdón de su
padre, el príncipe acabó por delatar a todos sus cómplices.
En marzo de 1808, con las tropas
francesas asentadas en España dudosamente respaldadas por el Tratado de Fontainebleau,
Godoy planeó trasladar a la familia real al palacio de Aranjuez por razones de
seguridad, con la posibilidad de un posterior traslado a América si la
intervención francesa así lo requiriese. El pueblo, harto de la política
errática del valido, aprovechó la ocasión para asaltar el palacio instigado por
los partidarios de Fernando. Aunque Carlos IV pudo salvar la vida de su
favorito, se vio obligado a abdicar en favor de su hijo en lo que fue conocido
como el motín de Aranjuez. Por primera vez en la historia de España, un
rey era desplazado del trono por las maquinaciones de su propio hijo con la
colaboración de una revuelta popular. Fernando entró triunfante en la corte de
Madrid donde fue aclamado por el pueblo que también celebraba la caída de
Godoy, pero las tropas francesas ocupaban ya completamente la capital y se
consideraban dueñas de la situación.
Las
abdicaciones de Bayona
Napoleón consideró nula la renuncia
al trono del padre de Fernando porque se había hecho bajo coacción. Su propia
madre le había pedido al emperador que lo fusilase por lo que le había hecho a
Godoy, a ella y a su esposo. A su vez, Napoleón obligó a Carlos IV a cederle
sus derechos al trono a cambio de asilo en Francia para él, su esposa y su
favorito Godoy. Finalmente, Napoleón otorgó los derechos a la corona de España
a su hermano mayor, quien reinaría con el nombre de José I Bonaparte.
Fernando, mientras tanto, quedaría
recluido en el castillo francés de Valençay, junto a su hermano Carlos María
Isidro y su tío Antonio Pascual, permaneciendo en este lugar durante unos seis
años coincidiendo con el final de la guerra. En realidad, se trataba más bien
de una prisión disimulada donde el futuro rey contaba con todo tipo de
comodidades y libertad de acción. Durante su confinamiento en el castillo
recibía clases de baile y música, salía a montar a caballo o a pescar y
organizaba bailes y cenas, disponiendo de una buena biblioteca y de servidumbre
para atender sus necesidades. Fernando no solo hizo intento alguno de huir
durante el tiempo de cautiverio, sino que llegó a denunciar a un barón irlandés
enviado por el gobierno británico para facilitarle la fuga.
Admitiendo el poderío de Napoleón,
Fernando sostuvo una posición servil con el emperador en defensa de sus
intereses, al que incluso solicitó ser su hijo adoptivo, manifestándole por
carta que “mi mayor deseo es ser hijo adoptivo de S. M. el emperador nuestro
soberano. Yo me creo merecedor de esta adopción que verdaderamente haría la
felicidad de mi vida, tanto por mi amor y afecto a la sagrada persona de S. M.,
como por mi sumisión y entera obediencia a sus intenciones y deseos”.
Napoleón, por contra, despreciaba la actuación del monarca español escribiendo
desde su destierro de Santa Elena que “no cesaba Fernando de pedirme una
esposa de mi elección: me escribía espontáneamente para cumplimentarme siempre
que yo conseguía alguna victoria; expidió proclamas a los españoles para que se
sometiesen, y reconoció a José, lo que quizás se habrá considerado hijo de la
fuerza, sin serlo; pero además me pidió su gran banda, me ofreció a su hermano
don Carlos para mandar los regimientos españoles que iban a Rusia, cosas todas
que de ningún modo tenía precisión de hacer”. Napoleón acaba lamentándose
de haberlo retenido en Francia ya que “tenía que haberlo dejado en libertad
para que sus partidarios supiesen cómo era y se desengañaran”.
Regreso a
España y abolición de la Constitución de 1812
El éxito de las campañas de guerra
concluye con la derrota de los franceses y la expulsión de José Bonaparte a
comienzos de 1813. Por el Tratado de Valençay del 11 de diciembre de
1813 Napoleón reconoció a Fernando VII como rey, quedando liberado y regresando
a España el 13 de marzo del año siguiente. Desde el primer momento se opuso a
acatar la Constitución de 1812, que tenía una marcada inclinación liberal y
reformista. El rey se adhirió al llamado Manifiesto de los Persas, una
proclama emitida por diputados de tendencia absolutista que propugnaba la
supresión de la cámara gaditana. El 17 de abril, el general Elío puso sus
tropas a disposición del rey para recobrar sus derechos y restaurar el Antiguo
Régimen, en lo que constituyó el primer pronunciamiento militar de la historia
de España. El 4 de mayo, Fernando VII promulgó un decreto que restablecía la
monarquía absoluta y declaraba nula y sin efecto toda la obra de las Cortes de
Cádiz manifestando que “mi real ánimo es no solamente no jurar ni acceder a
dicha Constitución, ni a decreto alguno de las Cortes [...] sino el de declarar
sin efecto, ahora ni en tiempo alguno, como si no hubiesen pasado jamás tales
actos y se quitasen de en medio del tiempo, y sin obligación en mis pueblos y
súbditos de cualquier clase y condición a cumplirlos ni guardarlos”. Con la
disolución de las Cortes y la detención de los miembros de la Regencia, los
ministros y los partidarios de la soberanía nacional se dio por terminado un
proceso reformador que pretendía modernizar a España.
Etapas de su reinado
Fernando VIII (1814). Pintura de Vicente López Portaña, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid |
En enero de 1820 se produjo la
sublevación de fuerzas expedicionarias destinadas a combatir la insurrección de
las colonias americanas que estaban dirigidas por el teniente coronel Rafael de
Riego. Continuaron nuevas sublevaciones en distintos puntos del reino que
acabaron por obligar a Fernando VII a jurar la Constitución de Cádiz el 10 de
marzo en donde pronunció la célebre frase “marchemos francamente, y yo el
primero, por la senda constitucional”. Con ello da comienzo el Trienio
Liberal (1820-1823) que fue producto más bien de la debilidad de un régimen
en decadencia que la fuerza de los liberales. Durante el Trienio se
propusieron medidas en contra del absolutismo y se suprimieron la Inquisición y
los señoríos. No obstante, el monarca no aceptaba realmente la nueva situación
y conspiraba en la sombra para restablecer el absolutismo. Buscando el apoyo de
las potencias europeas para que interviniesen en España contra los liberales,
finalmente consiguió que en Francia se constituyera un ejército, bajo los
auspicios de la Santa Alianza, llamado los Cien Mil Hijos de San Luis
que consiguió restablecer la monarquía absoluta siendo suprimidas las medidas
liberales adoptadas durante el Trienio.
El período que sigue, llamado Década
Ominosa (1823-1833), se caracteriza por una durísima represión contra los
liberales, acompañada del cierre de periódicos y universidades. Las intentonas
liberales para recuperar el poder fracasan una y otra vez. Tampoco tienen éxito
las conspiraciones de los sectores más conservadores del régimen, partidarios
del infante Carlos María Isidro, que se oponían férreamente a las tibias
reformas que se iban produciendo. Durante este periodo también se consumó la
pérdida de la mayor parte de los territorios americanos con lo que se dio por
liquidado el otrora poderoso Imperio español.
Firma autógrafa del rey Fernando VII |
Aunque el reinado de Fernando VII
fue inoperante para resolver las necesidades reales que tenía España, hay que
reconocerle algunas aportaciones positivas como fue la abolición de una
Inquisición ya anacrónica, la creación de la Bolsa de Madrid, la instauración
del Consejo de Ministros y la confección del primer presupuesto estatal.
Fomentó actividades artísticas y científicas y la mejora de la enseñanza
primaria y secundaria, al contrario que la universitaria considerada como
hervidero de liberalismo. Se creó el Museo de Ciencias Naturales y el Jardín
Botánico de Madrid, y fue restaurado el Observatorio Astronómico. También se
fundó el Conservatorio de Artes y fue inaugurado el Museo del Prado en 1819
aportando el rey un buen número de pinturas pertenecientes a la monarquía
española.
Promulgación de la Pragmática Sanción
Desde este momento, el principal
objetivo del rey era asegurar la sucesión para su hija Isabel. A consecuencia
del agravamiento de su enfermedad, decidió delegar la regencia en su esposa
María Cristina debido a la corta edad de su hija. Isabel sería jurada como
heredera de la corona 20 de junio de 1833, como futura reina Isabel II, y el
monarca fallecería el 29 de septiembre de ese mismo año. La regente María Cristina, para combatir la
oposición de los partidarios del infante don Carlos, inicia un acercamiento
hacia los liberales concediendo una amplia amnistía para aquellos que estaban
exiliados y decantándose claramente a favor del cambio a políticas liberales. Los
favorables a la sucesión de Carlos María Isidro, que le consideraban como el
legítimo heredero, intentaron sin éxito hacerse con el poder a la muerte de
Fernando. Estos hechos dieron lugar a la aparición del carlismo, un movimiento
reaccionario que se sublevó contra el poder establecido y que daría lugar a
varios enfrentamientos bélicos conocidos como las guerras carlistas.
Rasgos biológicos y psicológicos de Fernando VII
El aspecto físico del monarca no era especialmente agradable, ni siquiera los esfuerzos de los pintores al retratarlo -Francisco de Goya, Vicente López Portaña o José Madrazo- consiguen disimular su fealdad. Su primera esposa, María Antonia de Nápoles, pudo comprobar como el príncipe era aún más feo de lo que ya se reflejaba en los retratos. Su madre, la reina María Carolina de Nápoles, llegó a escribir que "mi hija lloró de desesperación al verlo por primera vez. Su aspecto era horrible. De toscas facciones, pesaba más de cien kilos, su voz era aflautada, y su carácter, de una insoportable apatía". La estatura del rey rondaba los 165 centímetros y en las pinturas aparece representado con una creciente obesidad debido a su conocida glotonería, pudiendo observarse un labio superior deprimido, maxilar inferior prognatado, frente prominente, nariz desproporcionadamente grande y ojos pequeños y estrábicos que en opinión de La Parra “lo asemejan al síndrome descrito por Crouzon”.
Respecto a su carácter, poseía una
normal inteligencia, con buena dosis de astucia, pero con tendencia a
manifestarse cobarde y en extremo egoísta. El marqués de Villa Urrutia afirma
que “desde pequeño, el rey mostró ser insensible al cariño de sus padres o
cualquier otra persona, cruel y taimado; (…) y fue cobarde, vengativo,
despiadado, ingrato, desleal, mentiroso, mujeriego y cazurro... y en fin,
desprovisto de cualquier aptitud para ser rey”. Un periodista extranjero
dijo haberse sentido muy impresionado del rey por “la mezcla de
inteligencia, altanería y debilidad de su mirada”. Un oficial francés que
también le trató en persona intuyó “su carácter duro e incluso brutal detrás
de esa fisonomía nada simpática”.
Contrariamente a esta imagen
negativa del rey, sus súbditos lo consideraban como un hombre valiente que se
enfrentaba al tirano Napoleón negándose a renunciar a su corona durante los
seis años de su cautiverio. Esta falsa actitud heroica parecía corresponderse
con la del pueblo español que se batía en armas contra los invasores franceses.
Pero lo que el pueblo realmente ignoraba era que Fernando estaba entregado
totalmente a la voluntad de Napoleón al que felicitaba por cada una de sus
victorias, incluso las que conseguía en España. Esta imagen perduró durante
buena parte de su reinado, aunque su popularidad fue perdiendo fuerza con el
paso del tiempo.
Entre sus virtudes cabe destacar la
sencillez y campechanía, aunque a menudo rozando lo meramente soez y chabacano.
Era más predispuesto al contacto popular y las costumbres sencillas que a la
rigidez del protocolo cortesano. No tenía especiales inquietudes intelectuales
ni gran formación cultural mostrando inclinación por las manualidades, la
música, la pintura y la tauromaquia. Llegó a convertirse en un buen jugador de
billar, pero su principal afición fue la lectura y adquirir libros hasta formar
una importante biblioteca. También tenía la costumbre de escribir en su diario,
con una caligrafía muy cuidada, para describir con detalle los viajes que
realizaba.
Dentro del anecdotario que rodea al
monarca cabe destacar que llegó a pronunciar la conocida frase “Vísteme
despacio, que tengo prisa”, dirigida a su ayudante de cámara, por la
premura que tenía para asistir a una reunión del gabinete. Por otra parte, el
rey solía jugar al billar con miembros de su camarilla, y éstos procuraban
favorecerle haciendo que las bolas quedasen en inmejorable situación para que
el monarca pudiese hacer sucesivas carambolas, dando lugar al proverbio “Así
se las ponían a Fernando VII”. Asimismo, el rey parecía no tener una
opinión demasiado considerada respecto de la mujer ya que, con motivo de su
visita a la Exposición Pública de Industria Española en 1818, cuando los
fabricantes de telas le mostraron su género pidiendo medidas proteccionistas,
el monarca exclamó “¡Bah! Todas estas son cosas de mujeres”.
Fernando VII se hizo retratar por
Goya portando falsas condecoraciones y atributos reales, que al parecer fueron
prestados por el actor cómico Isidoro Máiquez del baúl de su atrezo, debido a
que los franceses habían expoliado los originales de la corona. Su falta de
sensibilidad por el patrimonio artístico quedó reflejada cuando José Bonaparte,
huyendo de España una vez finalizada la guerra, cargó en su equipaje más de
cien obras de grandes maestros de la pintura española que pudieron ser
neutralizadas por el general inglés Wellington. Informando éste a Fernando VII
de lo acontecido y pidiéndole instrucciones de adonde conducir tan valiosas
pinturas, el monarca decidió cederle toda la colección a modo de agradecimiento
por su colaboración durante la guerra. Precisamente estas obras conforman el
núcleo actual del Museo de Wellington en Aspley House.
Encontrándose el rey gravemente
enfermo, en enero de 1825, mandó llamar al prestigioso médico Pedro Castelló
Ginestá, que entonces se encontraba en prisión por su activismo liberal,
consiguiendo que se produjera su recuperación. En agradecimiento, Fernando VII
le pidió que se quedase en palacio y volviese a ejercer de médico de cámara.
Castelló le puso ciertas condiciones para aceptar; en primer lugar debía
respetar su ideología liberal y además debía conceder el indulto a los médicos
que permanecían encarcelados por su defensa de la Constitución de 1812. A pesar
de sus reticencias, el rey accedió a cumplir todas sus peticiones para
conseguir su aceptación.
La macrofalosomía del rey
Su afición por la comida le condujo
a una creciente obesidad -en 1821 presaba 103 Kg- como se pone de manifiesto en
los sucesivos retratos realizados al monarca donde además se puede observar su
progresivo deterioro físico y prematuro envejecimiento. Sufría de gota que
estaba favorecida por el alto consumo de carnes que hacía el rey. Sería posible
que también padeciese de hipertensión arterial, diabetes mellitus y/o
dislipemia, ya que frecuentemente se asocian a la obesidad y a la gota, en lo
que constituye el llamado síndrome metabólico. Además, era un gran fumador de
cigarros lo que le ocasionaba halitosis. Todos estos hábitos y padecimientos
son conocidos factores de riesgo cardiovascular que bien pudieran haberse
manifestado en el monarca como enfermedad. Sin embargo, la disfunción orgánica
del rey más referida en la historiografía ha sido su macrofalosomía.
Fernando VII (1833). Pintura de Luis de la Cruz y Ríos, Banco de España de Madrid |
La macrofalosomía, llamado también
macropene, es aquella condición anatómica consistente en una longitud excesiva
del miembro viril que sobrepasa ampliamente el promedio. Su causa puede ser
secundaria a una enfermedad endocrina como la hiperplasia suprarrenal congénita
o la acromegalia, o también por edema crónico y elefantiasis, donde existe una
obstrucción del sistema linfático que provoca un agrandamiento progresivo de
los genitales. En todas estas causas, la macrosomía genital se asocia a una
variedad de síntomas y además el pene puede seguir creciendo en edad adulta. No
parece que el monarca estuviera afectado por ninguna de estas enfermedades y,
por tanto, debiera considerarse como una deformidad anatómica primaria y
aislada sin significado patológico propiamente.
Se considera al varón como
macrofalosómico cuando el pene mide más de 12 centímetros en estado flácido y
más de 22 centímetros en erección, condición que puede ocurrir hasta en el 3%
de los varones. Existen algunos pocos casos documentados con longitudes
superiores a 25 centímetros en flacidez y 35 centímetros en erección. La
macrofalosomía no suele suponer un problema para una vida sexual satisfactoria,
ni para el hombre ni para su pareja, aunque en ocasiones puede tener algunas
repercusiones negativas. El coito puede resultar insatisfactorio en el hombre
por la falta de una completa penetración y en la mujer por la incomodidad y el
dolor que la penetración puede producirle. Algunos varones pueden tener
erecciones no suficientemente rígidas y, además, pueden ser difíciles de
mantener en el tiempo debido al gran volumen sanguíneo requerido para rellenar
los cuerpos cavernosos durante la erección. No existe un tratamiento corrector
plenamente validado para esta condición, ni quirúrgico ni farmacológico, para
conseguir una reducción adecuada de la longitud del pene. Las recomendaciones
médicas se limitan a aconsejar posicionamientos mejor tolerados en la pareja
para realizar el coito y tratando de evitar penetraciones demasiado profundas y
enérgicas, de modo que la relación sexual sea menos molesta y más complaciente.
En algunos casos puede ser útil la colocación de aros en la base del pene que
sirvan a modo de tope para impedir una penetración completa y así evitar
dolorimiento en la mujer.
Las esposas de El Rey
Fernando VII contrajo matrimonio en cuatro ocasiones y con cada una de sus esposas surgieron problemas derivados de las disfunciones sexuales debido a la macrofalosomía del rey.
Recreación de la alcoba de Fernando VII en el Palacio Real de Madrid |
Primera esposa. María Antonia de
Nápoles
En 1802 se casó con su prima María
Antonia de Nápoles, cuando el entonces príncipe tenía dieciocho años de edad.
La princesa tenía una gran formación cultural, era muy aficionada a la lectura
y a la música y dominaba varios idiomas. La boda se concertó por intereses
políticos para reforzar la alianza con la corona napolitana. María Antonia,
desde el primer momento, se alineó con los intereses conspiratorios de su
esposo para conseguir la corona cuanto antes, manteniendo una postura hostil
contra su suegra, la reina María Luisa de Parma, que a su vez le tenía una
manifiesta antipatía llegando incluso a impedirle moverse libremente por el
palacio o a elegir su vestuario. En una carta dirigida a Godoy define a su
nuera como “una víbora venenosa, un animalucho sin sangre y lleno de hiel,
rana medio muerta, serpiente diabólica, escupitajo de su madre”.
Cuando los novios se vieron por
primera vez, ninguno de los dos se sintió especialmente atraído. Fernando
encontró a María Antonia delicada y demasiado baja de estatura. Por su parte,
la joven napolitana sintió rechazo por su fealdad llegando a escribir que “os
acordaréis de que el embajador nos decía que era buen mozo, muy despierto y
amable, […] quedé espantada al ver que era todo lo contrario”. No tenía una
mejor impresión del carácter del príncipe cuando también escribió que “es un
infeliz al que no han educado; es bueno pero no tiene instrucción ni talento
natural, ni tampoco viveza: es mi antípoda y yo no lo quiero nada”.
Una vez casados, las primeras
experiencias sexuales de la pareja fueron muy decepcionantes. El joven Fernando
carecía de formación alguna en materia sexual y ello derivó en una frustrante
noche de bodas. La princesa, desilusionada por el comportamiento de su esposo,
mantuvo frecuentes contactos epistolares con su madre, la
reina María Carolina de Nápoles, expresándole todo tipo de quejas: “Aquí
no hay nada que me atraiga, pues el príncipe no hace que nada cambie a mejor.
Siempre está sin hacer nada, yendo y viniendo por la casa y sin querer oír nada
sensato, siempre frío, sin emprender algo agradable, ni una diversión”.
También le contaba que pasaban los meses y Fernando aún no había consumado el
matrimonio. Por su parte, la reina de Nápoles comenta en una carta dirigida al
embajador de Nápoles que "mi hija es completamente desgraciada. Un
marido tonto, ocioso, mentiroso, envilecido, solapado y ni siquiera hombre
físicamente". Pocos días después volvía a escribir que el príncipe
"es un tonto, que ni caza ni pesca; no se mueve del cuarto de su
infeliz mujer, no se ocupa de nada, ni es siquiera animalmente su marido"
y en una carta posterior sigue insistiendo en que "el marido no es todavía
marido y no parece tener deseo ni capacidad de serlo, lo cual me inquieta mucho".
Efectivamente, siete meses después
de la boda, el matrimonio todavía no se había consumado y ya empezaba a causar
mofa en todas las cortes europeas por lo que su padre, el rey Carlos IV,
decidió intervenir instruyéndole en todo lo necesario sobre las prácticas
sexuales. Fue en este momento cuando comenzó a conocerse que Fernando tenía un
pene de tamaño desmesurado. Cuando pasados estos meses se produjo la deseada
consumación, la reina madre María Carolina escribió “¡por fin ya es marido!”.
Para el historiador La Parra “al parecer, lo que realmente desazonó a María
Antonia y, por ende, a su madre, fue la carencia afectiva del príncipe y su
impotencia sexual. Fernando era un joven inmaduro, afectado de macrogenitosomía
… (con) aparición tardía de los caracteres sexuales secundarios; no se afeitó
hasta seis meses después de la boda. Su acusada timidez y su abulia, que tanto
molestaron a su esposa, le incapacitaron para hacer frente a una situación para
él imprevista”. Paradójicamente, Fernando acabó convirtiéndose en un adicto
al sexo y María Antonia, que tanto se había quejado de su inoperancia sexual,
llegó a detestarlo por su falta de mesura y, posiblemente, por las molestias
que le provocaba el macropene de su esposo. La princesa llegó a tener dos
abortos y falleció de tuberculosis a la edad de veintiún años, después de poco
más de tres años de matrimonio, sin dejar descendencia real.
Segunda esposa. María Isabel de Braganza
El ya rey Fernando VII se casó en
1816 con su sobrina María Isabel de Braganza, princesa de Portugal. Este
matrimonio tenía como finalidad diplomática restaurar las deterioradas
relaciones con la monarquía lusa. Educada en un ambiente relativamente modesto
y distendido en Brasil, en donde la familia real portuguesa se había exiliado
debido a la invasión napoleónica, María Isabel no disponía de una dote
apropiada y carecía de pertenencias lujosas como cabía esperar en una dama de
la realeza. Su carácter afable y sencillo chocó con el intrigante ambiente
cortesano de Madrid. La reina no era muy agraciada físicamente y tampoco fue
muy bien recibida por el pueblo llano a la que enseguida dedicó el pasquín
"Fea, pobre y portuguesa: Chúpate esa!". No obstante, María
Isabel mostró afición por la cultura y el arte. Propició que la Academia de San
Fernando impartiese clases también a las mujeres, y apoyó decididamente la
iniciativa de su esposo de reunir las obras de arte que poseía la corona
española para crear un museo, lo que derivó en la fundación del Museo del
Prado.
El rey, durante el periodo de diez
años pasados desde de la muerte de su primera esposa, había mantenido una vida
sexual promiscua con visitas asiduas a los burdeles de la capital de la corte. El
desposorio con María Isabel no pareció cambiar sustancialmente su
comportamiento, viéndose sometida a constantes humillaciones y desprecios por
su esposo que no mostraba el menor interés por tener encuentros sexuales con
ella.
María Isabel de Braganza como fundadora del Museo del Prado (1829). En el cuadro, la reina señala, a través de la ventana, el edificio del recién creado Museo del Prado del que tanto contribuyó a su fundación. Pintura de Bernardo López Piquer, Museo del Prado de Madrid |
La reina tuvo una hija, María
Isabel Luisa, que solo puedo vivir unos cuatro meses. Poco después quedó
nuevamente embarazada. Este segundo parto fue extremadamente laborioso al punto
de que los médicos que atendían a la reina decidieron practicarle una cesárea in
articulo mortis con el funesto resultado del fallecimiento de la reina y de
la hija que esperaba. El marqués de Villa Urrutia escribió al respecto de este
acontecimiento que “al extraer la niña que llevaba en su seno y que nació
sin vida, lanzó la madre tal grito, que manifestaba que no había muerto aún,
como creían los médicos, los cuales hicieron de ella una espantosa carnicería”.
El historiador Modesto Lafuente también corrobora estos hechos afirmando que la
reina “murió de un ataque de alferecía (síncope)” y que "hallándose
en avanzado estado de gestación y suponiéndola muerta, los médicos
procedieron a extraer el feto, momento en el que la infortunada madre profirió
un agudo grito de dolor que demostraba que todavía estaba viva". Así
fallecía María Isabel, a la edad de veintiún años y después de solo dos años de
matrimonio sin dejar descendencia alguna.
Tercera esposa. María Josefa
Amalia de Sajonia
El rey se casó por tercera vez en
1819 con María Josefa Amalia de Sajonia, hija de su prima Carolina de
Borbón-Parma. La reina había quedado huérfana de madre a los tres meses de edad
y entonces su padre decidió enviarla a un convento a orillas del río Elba, del
que solo saldría para contraer matrimonio. Recibió una instrucción esmerada en
un ambiente marcadamente religioso. Tenía una gran afición por la poesía e
incluso se atrevió a escribir unos poemas.
La mística educación que había
recibido la reina en el convento y su inexperiencia -contaba solo 15 años de
edad en el momento del matrimonio- entraba en contraposición con su esposo casi
veinte años mayor que ella, con una dilatada e intensa vida sexual, de
comportamiento tosco y zafio, carácter malhumorado e irritable, de aspecto
obeso y extrema fealdad y además con un pene deformado y de considerables
dimensiones, todo lo cual provocaba el rechazo más decidido de la reina para
mantener relaciones íntimas con el monarca. Tampoco ayudaba mucho que la joven
hablara solo en alemán, idioma que el monarca desconocía en absoluto.
La primera noche de bodas resultó
en un total fracaso y una experiencia pavorosa para la reina. La situación fue
agravada, además, porque no se había cumplido el protocolo habitual de que la
princesa de sangre ya casada y más cercana en categoría al rey explicase a la
novia lo que habría de suceder en esa noche. Esta función le correspondía en
aquel momento a la cuñada del rey, María Teresa de Braganza, pero declinó del
cumplimiento de este deber con la excusa de la muerte reciente de su hermana
María Isabel, que había sido segunda esposa de Fernando VII. El contemporáneo
Prosper Mérimée describe lo sucedido aquella primera noche de la pareja de la
siguiente manera: “Resultó que la reina fue puesta en el lecho sin ninguna
preparación. Entra Su Majestad. Figúrese a un hombre gordo con aspecto de
sátiro, morenísimo, con el labio inferior colgándole … miembro viril (…) gordo
y (…) largo. Ante esta horrible vista, la reina creyó desvanecerse, y fue mucho
peor cuando Su Majestad Católica comenzó a toquetearla sin miramientos, (…) así
que la reina se escapa de la cama y corre por la habitación dando grandes
gritos. El rey la persigue; pero, como ella era joven y ágil, y el rey es
gordo, pesado y gotoso, el monarca se caía de narices, tropezaba con los
suelos. En resumen, el rey encontró ese juego muy tonto y montó en espantosa
cólera”.
Mueble de aseo o retrete de Fernando VII (1830). Realizado por Ángel Maeso González ebanista de los Talleres Reales, Museo del Prado de Madrid |
Tras esta traumática experiencia
inicial, María Josefa se negó de forma reiterada a tener relaciones sexuales
con el rey lo que motivó la mismísima intervención del papa Pío VII que le
envió una carta personal en la que afirmaba que el débito conyugal no era
contrario a la moral católica y, más bien al contrario, era preconizado por la
Iglesia para conseguir la procreación. La reina fallecería de una grave
enfermedad febril a la edad de veinticinco años, después de poco más de nueve
años de matrimonio, sin que tuviera ninguna descendencia a pesar de sus
esfuerzos por quedar engendrada implorando a la divina providencia y
recurriendo a remedios y creencias populares.
Cuarta esposa. María Cristina de Borbón Dos Sicilias
Finalmente, en 1829, Fernando VII
se casó por cuarta y última vez con otra de sus sobrinas, María Cristina de
Borbón Dos Sicilias. El rey, ya con 45 años y sin descendencia después de tres
matrimonios previos, comenzaba a convertirse en un problema de estado por la
falta de un heredero a la corona. No era momento de perder más tiempo para que,
por fin, el monarca consiguiera el ansiado heredero.
María Cristina, conocedora del
problema que representaba la deformidad genital de Fernando y consciente de la
necesidad de quedar embarazada cuanto antes, pidió consejo a los médicos de
cámara para buscar soluciones. Los galenos acabaron presentándole un ingenioso
artilugio que creían podría ayudar a resolver el problema. Consistía en una
almohadilla de forma circular de tres o cuatro centímetros de espesor,
perforada en su parte central por donde el rey debía introducir su miembro
antes de copular; con ello se conseguía acortar la longitud del pene de manera
que la relación resultase menos dificultosa. No sabremos hasta qué punto está
solución fue efectiva, pero lo cierto es que la reina quedó encinta prontamente
dando a luz a su hija Isabel en 1830, la futura reina de España, y a su hija
Luisa Fernanda en 1832.
Mientras tanto, el monarca, después
de una larga y penosa enfermedad muere en 1833 pasados casi cuatro años de
matrimonio con María Cristina. Su hija y heredera al trono, Isabel, tenía
entonces solo tres años, por lo que actuó como regente del Reino, según el
testamento otorgado por el rey, durante los siguientes siete años. María
Cristina se vio obligada a ceder la regencia al general Baldomero Espartero y
se vio obligada a exiliarse. Desde su exilio parisino intrigó contra el nuevo
gobierno hasta su derrocamiento con el posterior nombramiento de su hija como
la reina Isabel II mientras contaba con 13 años de edad. La sucesión de la hija
de Fernando VII motivó una frontal reacción en contra de los partidarios de su
hermano Carlos María Isidro de Borbón, que le consideran como el auténtico sucesor
y se oponían a la promulgación de la Pragmática Sanción de 1830. Con ello se
dio origen a las guerras carlistas que finalizaron con el Abrazo de Vergara
en 1839 manteniéndose Isabel II como reina.
Fernando VII y María Cristina paseando por los jardines del Palacio de Aranjuez (1830). Pintura de Luis de la Cruz y Ríos, Museo de Bellas Artes de Asturias de Oviedo |
Bibliografía recomendada
- Artola M. La España de Fernando VII. Tomo XXVI de la Historia de España de Menéndez Pidal. Madrid: Espasa-Calpe; 1968.
- Artola, Miguel. La España de Fernando VII. Madrid: Espasa Calpe; 1999.
- Arzadun J.. Fernando VII y su tiempo. Madrid: Summa; 1942.
Cómo citar este artículo:
Lancina Martín JA. Fernando VII de Borbón, el rey deseado que acabó siendo el rey felón. Su macrofalosomía motivó disfunciones conyugales con sus cuatro esposas [Internet]. Doctor Alberto Lancina Martín. Urología e Historia de la Medicina. 2021 [citado el]. Disponible en: https://drlancina.blogspot.com/2021/06/fernando-vii-de-borbon-el-rey-deseado.html
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