jueves, 30 de diciembre de 2021

Enrique IV de Trastámara (1425-1474), llamado El Impotente. La disfunción eréctil que facilitó la sucesión al trono de Castilla de su hermanastra Isabel la Católica

Enrique IV el Impotente

             Enrique IV de Castilla nació en Valladolid el 5 de enero de 1425. Era hijo de Juan II de Castilla y de la prima hermana de éste María de Aragón, hija del rey Juan II de Aragón, y hermano paterno de Isabel, que se proclamó reina a su muerte, y de Alfonso, que le disputó el trono en vida. Fue rey de Castilla durante un periodo de veinte años, desde 1454 hasta su muerte en 1474. Por algunos historiadores se le dio el apelativo de El Impotente debido a las continuas alusiones realizadas en vida sobre esta condición y la discutida paternidad de su hija Juana. También fue acusado de homosexual y voyerista, aunque en aquel entonces eran habituales estos calificativos entre nobles y reyes en un intento de desprestigiar a rivales y enemigos. Por ello es difícil desentrañar que parte fue realidad y que parte fueron rumores vertidos por sus numerosos y poderosos enemigos políticos, que aprovecharon la existencia de una posible enfermedad subyacente del monarca para erosionar su imagen y lograr cambiar la línea sucesoria.

            Fue uno de los monarcas más controvertidos del periodo inmediatamente anterior a la edad moderna. Su dificultad para procrear, sus numerosos conflictos con la nobleza y el hecho de que se rodeara de favoritos, a los que colmó de favores y prebendas, convirtieron a Enrique IV en un rey entre sombras que llegó a ser, incluso, desposeído temporalmente de su corona. Su prolongado reinado estuvo marcado por sus limitadas cualidades como regente y por la gran oposición que encontró dentro de las filas de la nobleza más poderosa de su reino, lo cual provocó un clima de inestabilidad política que desembocó en una sucesión de levantamientos armados de distintas facciones nobiliarias contra la autoridad del rey. No menos importante fue para Enrique IV mantener el difícil equilibrio entre los diferentes reinos hispánicos -Castilla, Aragón, Navarra y Portugal- que generaban permanentes tensiones y conflictos bélicos que apenas podían soslayarse con políticas de matrimonios entre las familias reales y de alianzas comunes para conseguir la ansiada victoria final sobre los musulmanes, reducidos en este momento histórico al reino nazarí de Granada, después de un largo y agotador proceso de reconquista.

            A su muerte se originó un conflicto sucesorio a la corona de Castilla entre su hermanastra Isabel y su hija Juana, ya que ésta se consideraba hija ilegítima del monarca y fruto de las relaciones adúlteras de su esposa Juana de Portugal, que acabaron alzando al trono a Isabel después de la victoria de sus partidarios en la guerra de Sucesión Castellana. Muchos cronistas se refieren a este periodo histórico como uno de los más calamitosos de todos los que Castilla sufrió a lo largo de su historia. Como explica el hispanista William S. Maltby “la supervivencia durante el reinado de Enrique IV dependía de expandir las rentas y el número de hombres a igual ritmo que el más rapaz de los compañeros”. No obstante, hoy en día los historiadores consideran que la mayoría de los textos del periodo exageraron los sucesos y gran parte de la leyenda negra sobre Enrique IV es fruto de una campaña contra su imagen auspiciada por la propaganda al servicio de los futuros Reyes Católicos. Incluso se admite que muchas de las reformas de orden administrativo, político o legislativo emprendidas por los reyes Isabel y Fernando habían sido ya iniciadas durante el reinado de Enrique IV. 

             Se atribuyó al monarca un carácter débil, retraído y abúlico, como también indeciso y pusilánime en la toma de decisiones. Mostró desde el primer momento deficiencias en su salud, consecuencia acaso de la marcada consanguinidad presente en la dinastía Trastámara. Los rumores sobre su impotencia sexual, más allá del interés de sus enemigos políticos por desprestigiarle y negar la paternidad de su hija Juana, parecen ser confirmados por varios médicos investigadores. Gregorio Marañón le definió como un enfermo “displásico eunucoide con reacción acromegálica” de carácter constitucional y probablemente hereditario, enfermedad que alteró el completo desarrollo sexual del rey conduciéndole a cierto grado de impotencia. Dada su contextura biológica, Marañón también veía factible, como sostenían las crónicas de sus detractores, que el monarca castellano pudiera tener tendencias homosexuales. Sin embargo, el urólogo Emilio Maganto considera que la causa del desorden hormonal era debida a un tumor hipofisario o a un síndrome de neoplasia endocrina múltiple tipo MEN I, pero descarta completamente la homosexualidad. Más allá de su orientación sexual, la enfermedad del monarca sin lugar a dudas alteró el curso de la historia ya que, incapaz de engendrar un heredero reconocido, su hermanastra Isabel se aprovechó de todo ello para alzarse con el trono de Castilla y, mediante su enlace con Fernando de Aragón, cambiar para siempre la historia de España.

 

Enrique IV como príncipe 

             Enrique sería jurado como príncipe heredero de Castilla y León el 12 de abril de 1425, tres meses después de su nacimiento. Por aquel entonces, Castilla se encontraba bajo el control del condestable de Castilla Álvaro de Luna, favorito de su padre Juan II, que intentó desde el primer momento supervisar la educación y las compañías del príncipe. Durante su primera infancia, Enrique permaneció en el Alcázar de Madrid bajo la tutela de su madre, que lo mantuvo muy apartado de su padre dadas las desavenencias existentes en el matrimonio. Un mes antes de cumplir los cinco años, Enrique se vio separado de ambos progenitores viviendo alejado de la corte y contando con la asistencia de un ayo, Pedro Fernández de Córdoba, distintos preceptores y diversos servidores. Se nombró como su preceptor principal al dominico fray Lope de Barrientos, que llegaría a ser obispo de Cuenca. Los criados y donceles fueron las principales compañías durante su primera adolescencia. En 1435 Juan Pacheco ingresa como doncel en la casa del príncipe y, desde entonces, establecería una estrecha relación con Enrique alcanzando, con el paso del tiempo, un protagonismo determinante en el devenir de su reinado. Frente al débil carácter del príncipe, Pacheco era inteligente, ambicioso, astuto y taimado por lo que consiguió influir de forma manifiesta sobre Enrique desde que se conocieron. 


Enrique IV el Impotente

Genealogía de Enrique IV. El rey era hijo de Juan II de Castilla y de María de Aragón. También era hermanastro de Isabel I la Católica y Alfonso, por segundo matrimonio de su padre con Isabel de Portugal


             Siendo aún príncipe comenzó a intervenir activamente en el complicado entramado político del reino de Castilla, siempre asesorado por Pacheco. El mal entendimiento entre sus padres se acentuaría a causa de las contiendas entre Álvaro de Luna y los infantes del reino de Aragón, hermanos de la reina. Enrique mostró inicialmente más adhesión a ella que a su padre. Sin embargo, la muerte de su madre y los consejos de Pacheco permitieron al obispo de Cuenca atraer al joven príncipe al bando de su padre contra los infantes de Aragón. Pacheco, que iba a obtener poderosas rentas y grandes señoríos, recomendó a Enrique que exigiera, como condición previa a su alianza, el reconocimiento de la sucesión que le correspondía y también que buscara la nulidad de su primer matrimonio con Blanca de Navarra, alegando impotencia sexual, para contraer nuevas nupcias con Juana de Portugal, con el fin de sustituir la amistad con Navarra por el reino de Portugal. 

             Durante la guerra civil castellana de 1437-1445, Enrique combatió del lado de Álvaro de Luna, quien contaba con el apoyo del rey Juan II. Participó en la decisiva y final batalla de Olmedo que supuso la derrota de la facción encabezada por los infantes de Aragón y, como resultado de la misma, recibió de su padre las ciudades de Logroño, Ciudad Rodrigo, Jaén y Cáceres, mientras que su consejero Juan Pacheco recibía el importante marquesado de Villena y algunas localidades de la frontera con el reino de Portugal, además de que su hermano Pedro Girón conseguía el maestrazgo de la Orden de Calatrava. Tras la victoria de Olmedo, con los cambios de estrategia política, Enrique se negó a seguir cooperando con Álvaro de Luna y trata de atraerse a los vencidos para formar su propio partido. El debilitamiento del poder del condestable de Castilla acabaría con su arresto y posterior ejecución en 1453, dejando allanado el camino para Enrique como una solución de futuro para la corona castellana. 

 

Comienzos de su reinado 

             Tras el fallecimiento de Juan II de Castilla, el 22 de julio de 1454, Enrique es proclamado rey de Castilla al día siguiente. En marzo del año 1455, Enrique IV convocó Cortes en Cuéllar con el objeto de transmitir a los estamentos del reino el nuevo programa político de la corona, que hacía concebir grandes esperanzas. Una de sus primeras preocupaciones fue establecer lazos con Portugal, que se materializó en 1455 casándose en segundas nupcias con Juana de Portugal y firmando la paz en abril del año siguiente con el rey Alfonso V de Portugal. Fijó poner término a las reclamaciones del rey Juan II de Navarra manteniendo su apoyo al príncipe de Viana por lo que renovó la tradicional alianza con Francia e hizo la paz con Aragón. Propuso la reconciliación con la nobleza, punto crucial si quería reinar en concordia con los demás estamentos del reino, por lo que concedió el perdón a varios nobles represaliados. Quiso asegurar y aumentar el control de la monarquía sobre las Cortes y, por extensión, sobre las ciudades y municipios englobados dentro del señorío regio. Buscó la consolidación de la plataforma económica del reino, reformando y controlando el cobro de rentas. También se abrió a nuevas relaciones mercantiles con Inglaterra, Flandes y Bretaña. Por último, Enrique inició una nueva ofensiva contra el reino nazarí de Granada que se materializó con varias campañas entre 1455 y 1458 a base de incursiones de castigo, evitando enfrentamientos campales, para provocar así un desgaste paulatino en las filas enemigas, pero este planteamiento despertó grandes críticas entre los nobles y el pueblo por el enorme esfuerzo económico que suponía y que, además, atribuían a cobardía lo que en realidad era un acierto de estrategia. 


Enrique IV el Impotente

             Desde el comienzo de su reinado sobresale la figura de Juan Pacheco, marqués de Villena, dispuesto a desempeñar en la corte el papel de favorito. Entre 1456 y 1461 puede hablarse de una acción de gobierno ejercido por Juan Pacheco, en colaboración con su hermano Pedro Girón. Más adelante, el rey quiso contrarrestar el poder de los dos hermanos procurando rodearse de simples hidalgos, nobles de títulos medios y legalistas, conformando a su alrededor una corte totalmente predispuesta y fiel a su persona. De todos estos personajes, destacaron por su relevancia Miguel Lucas de Iranzo, condestable del reino, el converso Diego Arias Ávila, como contador mayor del reino, y Beltrán de la Cueva. El nombramiento de estos nuevos consejeros no respondió suficientemente a las expectativas del rey, dificultando su labor la fuerte oposición de los hermanos Pacheco y Girón, de la nobleza y de los grandes prelados de la Iglesia castellana, temerosos de un nuevo intento de la monarquía de erosionar sus prebendas y privilegios. 

             En el año 1457, el marqués de Villena en su esfuerzo por mantenerse en lo más alto del poder, procuró desmontar la poderosa facción contra Enrique IV liderada por el arzobispo de Toledo, Alfonso de Carrillo, y el conde de Haro. Para ello forzó al rey a buscar una alianza con el príncipe Juan de Navarra firmando un pacto de colaboración por el que Enrique IV dejó de apoyar al hijo de éste, Carlos de Viana, en sus pretensiones al trono navarro, a cambio de que el príncipe se comprometiese a no apoyar a cualquier liga o confederación nobiliaria contra su persona. No obstante, una vez que Juan II fue proclamado como rey de Navarra y Aragón en 1958, rompió el pacto de amistad con el monarca castellano al considerar que ya que no necesitaba de su apoyo, adhiriéndose ahora a la oposición contra Enrique IV y su favorito Pacheco. El rey de Castilla reaccionó invadiendo Navarra en apoyo de Carlos de Viana, entonces en guerra contra su padre, consiguiendo en el campo de batalla un importante éxito militar. 


Enrique IV el Impotente
Juan Fernández Pacheco y Téllez Girón, marqués de Villena. Entró en relación con Enrique IV cuando aún era príncipe llegándose a convertir en su favorito y uno de los personajes más influyentes en el devenir de su reinado. Biblioteca Nacional de España, Madrid

             Mientras tanto, el desafío al poder real continuó por una parte de la nobleza y el alto clero castellano-leonés, encabezado por Alfonso de Carrillo, quienes acusaban al rey de malversación y uso indebido de los subsidios recibidos en las Cortes de Cuéllar, a lo que se sumó también los cargos de inmoral e irreligioso. También mostraban su descontento por la actitud de Enrique IV de colocar en sitios preferentes a sus partidarios y fieles colaboradores, siempre liderados por el marqués de Villena, contra el que se dirigieron los posteriores ataques de la oposición nobiliaria. En agosto del año 1461, Pacheco convenció a Enrique IV para que firmase una paz onerosa con la facción nobiliaria oponente viéndose obligado a permitir el acceso al Consejo Real de relevantes personalidades del partido rebelde. 

 

Nueva guerra civil. Proclamación de su hermanastro Alfonso como rey 

             Ante el nacimiento de su hija Juana, el rey convocó Cortes en Madrid que la juraron como princesa de Asturias. Enrique IV comienza a distanciarse de Juan Pacheco temeroso por el enorme poder en señoríos y rentas que había llegado a reunir, y por la superioridad en inteligencia y dotes políticas. En 1463, el valido es obligado a abandonar el poder directo buscando el rey el apoyo de otros nobles, como Pedro González de Mendoza, ocupando ahora el papel de favorito Beltrán de la Cueva que entra a formar parte del Consejo Real. Estos cambios van a desatar una nueva guerra civil en Castilla y León. Los opositores reactivaron la liga nobiliaria para eliminar la influencia de Beltrán de la Cueva, apartar a Juana de la sucesión y custodiar a los hermanos del rey para emplearlos como instrumentos políticos. Para conseguir estos fines se emprendió una campaña de deslegitimación del monarca, poniendo en duda la paternidad de su hija, que era atribuida a su nuevo favorito, de ahí que se refirieran a ella como Juana La Beltraneja. En mayo de 1464, el defenestrado marqués de Villena, junto con Alfonso de Carrillo y su hermano Pedro Girón, convocaron a los nobles en Alcalá de Henares para constituir una nueva coalición contra el monarca con el objeto de pedir la protección de los hermanastros del rey, Alfonso e Isabel, que eran considerados legítimos sucesores del reino. A la liga se le fueron incorporando grandes linajes nobiliarios, por lo que Enrique IV se vio obligado a negociar con los rebeldes acatando el llamado Manifiesto de Burgos, de septiembre de 1464, por el que el rey se compromete a la entrega del infante Alfonso al que nombraba su sucesor como príncipe de Asturias, la renuncia de Beltrán de la Cueva al maestrazgo de Santiago y, algo sumamente importante, al nombramiento de jueces por ambas partes para que emitiesen sentencia sobre todas las cuestiones pendientes. 


Enrique IV el Impotente
Beltrán de la Cueva. Favorito de Enrique IV al que sus detractares atribuyen la paternidad adúltera de su discutida hija Juana, a la que apodaron la Beltraneja. Imagen idealizada de Augusto de Burgos (1853)

             Posteriormente, en la Sentencia de Medina del Campo de enero de 1465, que contaba con el apoyo de Juan II de Aragón, se firma un acuerdo que incluye una exhaustiva serie de medidas de gobierno como la organización de las Cortes, el respeto y defensa de los derechos de los nobles, medidas contra musulmanes y judíos conversos para evitar su ascenso a puestos de relevancia en la corte, libertad plena para las ciudades a la hora de la elección de sus propios procuradores en Cortes así como el control de las ferias y los nombramientos de cargos eclesiásticos. Enrique IV, debilitado políticamente, acabó por claudicar ante las peticiones de la nobleza, reconociendo a su hermanastro Alfonso como príncipe heredero a la corona, que entonces contaba con doce años de edad, y que fuese educado por Juan Pacheco, renunciando, por tanto, al reconocimiento de su hija como heredera legítima al trono. También se acordó constituir una comisión arbitral designada entre los nobles y el rey para decidir la futura gobernación del reino, con lo que se reducía el poder del monarca a la mera ejecución de las decisiones que se tomasen en ese Consejo. Juan Pacheco recuperó su poder, Beltrán de la Cueva fue alejado de la corte y a Alfonso le fue adjudicado el maestrazgo de Santiago. 

             Sin resignarse por este humillante acuerdo, Enrique IV decidió combatir a los rebeldes solicitando ayuda al Reino de Portugal y dando premura a las negociaciones matrimoniales entre Alfonso V de Portugal y su hermanastra, la princesa Isabel. La posterior anulación de la Sentencia de Medina del Campo por parte de Enrique IV dio comienzo a un nuevo capítulo de la guerra civil. No obstante, los nobles adheridos al monarca fueron pasándose progresivamente al bando opositor. El 5 de junio del año 1465, los rebeldes hicieron un ceremonial en Ávila deponiendo a Enrique IV como rey, que era representado grotescamente por un muñeco, y decidiendo nombrar como nuevo monarca a su hermanastro como rey Alfonso XII. En esta ceremonia, conocida como la Farsa de Ávila, figuraban como instigadores, aparte del marqués de Villena y el arzobispo de Toledo, nobles de todos los grandes linajes del reino como Álvaro de Zúñiga, conde de Plasencia, Rodrigo Pimentel, conde de Benavente, Diego López de Zúñiga y otros tantos. 


Enrique IV el Impotente

             Enrique IV pudo reaccionar gracias al apoyo de la Hermandad General, de algunos nobles poderosos, como los Mendoza y los Alba, y contando a su favor con la mayoría de las ciudades y la pequeña nobleza, lo cual le permitió levantar un ejército que derrotó en varios enfrentamientos al bando de los nobles rebeldes. La cruenta guerra civil entre ambos hermanos y sus respectivos partidarios se prolongó durante unos tres años, en donde las acciones militares se intercalan con las negociaciones en las que Enrique IV buscaba ganarse a sus adversarios mediante concesiones. En 1467, tenía lugar la segunda batalla de Olmedo, de la que Enrique IV salió fortalecido. Sin embargo, acabó perdiendo la ciudad de Segovia, sede del tesoro real, y una nueva tentativa de acuerdo lo llevó a entregar a su esposa Juana como rehén. 

 

Matrimonios de Enrique IV 

             El rey contrajo matrimonio en dos ocasiones. 

             Primera esposa. Blanca de Navarra

             El 16 de septiembre de 1440, cuando el príncipe contaba con quince años de edad, se desposó con su prima la infanta Blanca de Navarra, un año mayor que él, hija de Blanca I de Navarra y de Juan II de Aragón. Este matrimonio había sido acordado en la Concordia de Toledo de 1436 y tenía como finalidad estrechar los vínculos entre los que apoyaban a los infantes de Aragón. La dote de la novia incluía territorios y villas previamente navarros pero ganados por el bando castellano durante la guerra, de tal forma que los castellanos entregaban lo que luego recibirían en calidad de dote. 

             Desde el principio los rumores sobre una posible disfunción sexual del soberano fueron cobrando fuerza ya que, al parecer, en la noche de bodas el rey fue incapaz de copular con la reina. La Crónica de Juan II refleja que “la boda se hizo quedando la princesa tal cual nació, de que todos ovieron grande enojo”. Mandatarios y cortesanos constataron ante notario y testigos, tal como dictaban las leyes de Castilla, la no consumación del matrimonio ante la exhibición de la sábana al día siguiente de la boda. Algunos autores han intentado justificar estos hechos por la juventud de los contrayentes y a la presión ejercida sobre ellos por los fedatarios públicos para atestiguar la legitimidad de la consumación. Ángela Vallvey asegura que, en realidad, Enrique era un joven sexualmente inmaduro cuando fue obligado a casarse con la princesa Blanca de Navarra, seguramente con mayor formación. La historiadora, además, señala que “Enrique IV era una adolescente introvertido y tímido. Probablemente un malcriado, a cuyo difícil temperamento tuvo que sumar pronto una controvertida sexualidad que no era fácil canalizar para un personaje como él, obligado a tener hijos por el bien de la corona …. Así que la pobre Blanca de Navarra no tuvo nada que hacer la noche de su boda. Su luna de miel no existió ni en su imaginación”. 


Enrique IV el Impotente

Blanca II de Navarra. Primera esposa de Enrique VI. Este matrimonio fue declarado nulo en 1453, trece años después del desposorio, atribuyéndose que no pudo ser consumado por disfunción eréctil del rey a consecuencia de un maleficio


             Con el discurrir de los años, y como la reina no se quedaba embarazada, los rumores sobre su disfunción sexual se fueron incrementando y cada vez se tornaron más osados, ya que algunos aseguraban que el trastorno del rey era debido a que detestaba la relación sexual con mujeres. La falta de heredero a la corona pronto se convirtió en un asunto de estado. Para vencer esta dificultad, el monarca recurrió a todo tipo de soluciones, aparte de los auxilios espirituales y devotas oraciones y ofrendas, con la administración de ungüentos, brebajes y pócimas, con presuntos efectos vigorizantes de la virilidad, en algunas ocasiones enviados por sus embajadores de Italia. También se decidió la contratación de los mejores médicos europeos quienes, incluso, no dudaron en recomendarle las posturas coitales más apropiadas para conseguir la concepción. Pero la crónica más fantástica revelada es que el monarca llegó a organizar una expedición a África en busca del cuerno de un unicornio al se atribuían en la época increíbles poderes afrodisíacos. 

             Pasados trece años de matrimonio sin existir descendencia, se abre un proceso el 2 mayo de 1453 por el cual el administrador apostólico de Segovia, Luis Vázquez de Acuña, declara nulo el matrimonio de Enrique y Blanca, atribuyéndose que no pudo ser consumado por impotencia sexual de Enrique a consecuencia de un maleficio. Este oscuro proceso es considerado por algunos historiadores como un amaño que buscaba establecer nuevas alianzas mediante otro matrimonio, sustituyendo la amistad con Navarra por la de Portugal, según los cambiantes intereses políticos del momento. Para conseguir la anulación, Enrique alegó que había sido incapaz de consumar el matrimonio a pesar de haberlo intentado durante más de tres años, que era el periodo mínimo exigido por la Iglesia. En la sentencia de anulación se promulgó la impotencia solamente afectaba a sus relaciones con la reina Blanca, pero no con otras mujeres. Para demostrar esta aseveración varias prostitutas de Segovia testificaron haber tenido relaciones sexuales plenamente satisfactorias con Enrique. No obstante, resulta controvertido la inclusión en el proceso del testimonio de unas meretrices ya que, de acuerdo con las leyes de aquel tiempo, no estaban legitimadas para testificar. También atestiguaron dos matronas “expertas in opere nuptiale" declarando que la princesa "estaba virgen incorrupta, como había nacido". El papa Nicolás V corroboró la sentencia de anulación en diciembre de ese mismo año, en la bula Romanus Pontifex, y proporcionó la dispensa pontificia para un nuevo matrimonio. 

             El cronista Alonso de Palencia, uno de los mayores detractores de Enrique IV, acusó al monarca de despreciar a Blanca en los últimos años de su matrimonio con el “más extremado aborrecimiento” y a mostrarse indiferente ante las “estrecheces” que ésta estaba pasando. Incluso llegó a insinuar que intentó que su mujer cometiese adulterio para así poder tener la tan ansiada descendencia. Sin embargo, Blanca no mostró oposición a la sentencia de anulación e incluso en 1462 llegó a renunciar a sus derechos al trono de Navarra a favor de Enrique, al que invocaría como protector, en contra de su propio padre, Juan II de Aragón. Poco tiempo después, el 2 de diciembre de 1464, Blanca fallece con 40 años, con la sospecha de posible envenenamiento, durante el cautiverio ordenado por su padre en Orthez (Francia). 

             Segunda esposa. Juana de Portugal

             En marzo de 1453, antes de firmarse la nulidad con Blanca, ya hay constancia de que se negociaba el nuevo matrimonio de Enrique con su también prima Juana de Portugal, de 16 años, hermana del rey Alfonso V de Portugal, en el contexto de una política de aproximación al reino luso. La infanta portuguesa tenía una singular belleza, era inteligente, alegre y culta, pero con una conducta que se estimaba demasiado frívola y casquivana. Las primeras capitulaciones matrimoniales se firmaron en diciembre de 1453, aunque las negociaciones fueron largas, concluyendo en febrero de 1455 motivado, en parte, porque el fallecimiento de su padre Juan II el año anterior convirtió a Enrique en rey. 

             Juana no aportó dote al matrimonio y no devolvería lo recibido en tanto el matrimonio no se hiciese efectivo. Enrique IV había hecho depositar en un banco de Medina del Campo 100.000 florines de oro, indemnización prevista para el caso en que el enlace hubiera de ser disuelto o declarado nulo. Lo largo de las negociaciones y estas concesiones podrían interpretarse como una debilidad de Enrique por los rumores acerca de su posible disfunción sexual. Para que se autorizase el enlace era indispensable una doble dispensa pontificia, sobre la sentencia y sobre el parentesco. No obstante, la boda se celebró en mayo de 1455 en Córdoba, pero sin acta notarial ni una bula concreta que autorizara la boda entre los contrayentes, como era uso y costumbre, lo que sería luego utilizado por sus enemigos para declarar el matrimonio nulo de pleno derecho. Además, Enrique ordenó suspender la ley sobre la presencia en la cámara real de un notario y de exhibir la sábana en la primera noche de bodas, por lo que muchos cortesanos alegaron que no se podía considerar que el matrimonio hubiese sido consumado. Sobre este asunto, Mosén Diego de Valera, cronista de los Reyes Católicos, señala que “e a la noche el rey e la reyna durmieron en una cama, e la reina quedó tan entera como venía, de que no pequeño enojo se recibió de todos". 


Enrique IV el Impotente

Juana de Portugal. Segunda esposa de Enrique IV. De este matrimonio nació Juana, después de siete años de desposorio, quien desde el principio planteó problemas de legitimidad por ser considerado fruto de relaciones adúlteras de la reina. Retrato posiblemente realista dibujado por António de Holanda que está incluido en la obra Genealogía dos Reis de Portugal (1530-1534). Biblioteca Británica, Londres


             Pasaba el tiempo sin que se anunciara descendencia alguna. En la corte iban acrecentándose las sospechas sobre una cierta impotencia sexual del rey, que éste trató de acallar manteniendo escandalosas relaciones con otras mujeres. Entretanto, la reina Juana anuncia su embarazo, después de siete años de matrimonio, produciéndose el nacimiento de una niña el 28 de febrero de 1462, llamada Juana como su madre, y cuya paternidad se vio cuestionada desde el primer momento. Entre continuos rumores de adulterio, al año siguiente del nacimiento de Juana, la reina anunció que estaba de nuevo embarazada pero, en esta ocasión, tras un accidente acaba abortando un feto varón cuando se encontraba en el sexto mes de embarazo. 

             Como ya se ha referido, la paternidad de la infanta Juana fue atribuida a Beltrán de la Cueva. Este consejero real, proveniente de una familia noble menor, había logrado ascender rápidamente en la corte, consolidándose como una de las personas de mayor confianza del rey. Su fulgurante carrera política desató las envidias y rencores de numerosos cortesanos y nobles, por lo que pronto empezaron a difundirse rumores en su contra, no sólo porque su buen aspecto físico podría haber despertado la pasión homofílica del rey, sino porque la propia reina Juana era su principal valedora. Los historiadores que admiten la posibilidad de la ilegitimidad de su hija Juana afirman que más que un caso de infidelidad pudo ser un adulterio consentido, ya que la principal obsesión de Enrique IV era obtener su ansiado heredero, sin que algunos autores descarten completamente que pudiera deberse a una conducta voyerista por parte del rey. En este sentido, el cronista Palencia escribe que “el rey don Enrique siendo impotente, por mostrar aver generación, consintió a la reina doña Juana, su mujer, que uviese ayuntamiento de otro varón, y de tal manera lo comenzó que mas avia menester freno que espuelas, según mas largamente en su lugar se dirá. Y ansí fue la reina preñada, y como quiera que por muchos, se dubdase, la publica fama fue ser don Beltrán de la Cueva, conde de Ledesma, el qual el rey prefería a todos los que cerca del estavan y mas residía con la reina”. 

             En relación al conflicto de guerra civil castellana, Enrique IV se vio obligado a recluir a su esposa Juana como rehén en el castillo de Alaejos bajo la supervisión del arzobispo de Sevilla Alonso de Fonseca y Ulloa. Durante la reclusión tuvo una relación adúltera con el sobrino del arzobispo, Pedro de Castilla y Fonseca, de la cual tuvo dos hijos gemelos, Pedro y Andrés de Castilla y Portugal, lo que vino a suponer un aumento del desprestigio del rey. Tras huir de Alaejos con su amante, Juana vivió después en Trijueque con la familia de los Mendoza y, posteriormente, en el convento de San Francisco de Madrid, falleciendo en esta ciudad el 13 de junio de 1475 a los treinta y seis años de edad. 

 

Conflicto por la sucesión. El reconocimiento de Isabel como reina 

             Los últimos años del reinado de Enrique IV estuvieron dominados por el problema sucesorio. El 5 de julio de 1468 muere inesperadamente Alfonso XII después de tres años de reinado. Para los que no aceptaban a la infanta Juana como heredera, la sucesión le correspondía entonces a Isabel, la hermanastra de Enrique IV. No obstante, Isabel rechazó inicialmente tomar el título regio por lo que Enrique, ante la conducta de la princesa, se avino a negociar. Pacheco y Fonseca, para evitar el conflicto, propusieron al rey que reconociese a Isabel como heredera, debiendo contraer matrimonio con Alfonso V de Portugal y, al mismo tiempo, debía concertarse el enlace entre Juana con el hijo heredero de éste. Con ello se conseguía el objetivo de que ambas infantas pudieran reinar, una después de la otra. En 1468, Enrique e Isabel firmaron un acuerdo, el llamado Pacto de los Toros de Guisando, por el que se declaraba heredera a Isabel, reservándose el derecho de acordar su matrimonio, y también se emplazaba a la nobleza a renovar su lealtad al rey. La razón esgrimida para dejar a la infanta Juana en un segundo plano no era su condición de hija ilegítima, sino la dudosa legalidad del matrimonio de Enrique con su madre y el mal comportamiento reciente de ésta, a la que se acusa de infidelidad durante su cautiverio. Enrique debía divorciarse de su esposa, según el tratado, pero no llega a iniciar los trámites. 


Enrique IV el Impotente

             El marqués de Villena también incumplió el compromiso de que las Cortes juraran a Isabel. Pero la princesa tampoco se mostró débil y sumisa, negándose a casarse con Alfonso V y hasta con otros dos candidatos que le propusieron. Finalmente, Isabel toma la decisión personal de contraer matrimonio con el príncipe Fernando, su primo segundo e hijo del rey de Aragón. La boda se celebra en secreto en Valladolid, el 19 de octubre de 1469, falsificando una dispensa papal que presuntamente avalaba el matrimonio por existencia de consanguineidad. El enlace se produce sin el consentimiento expreso de Enrique IV quien, con enorme disgusto, decide anular lo pactado en Guisando y proclama inmediatamente después a su hija Juana como heredera legítima, que recobra el rango de princesa. La facción nobiliaria se desinhibió del problema dinástico planteado, sin entrar en liza directa en defensa de una u otra candidata. El reino cayó en la anarquía y el rey dejó de gobernar pactando como un noble más. Con el paso del tiempo, Isabel y Fernando iban cosechando más adhesiones como garantes del restablecimiento del orden. En noviembre de 1473, Andrés Cabrera, mayordomo del rey y alcaide del alcázar de Segovia, consiguió organizar un encuentro de reconciliación entre el rey y su hermanastra para evitar que Juan Pacheco se hiciera con el control del tesoro del alcázar. La entrevista, aunque estuvo envuelta en un clima de cordialidad, no condujo a ningún acuerdo coincidiendo con la indisposición del rey entre acusaciones de posible envenenamiento. 


Enrique IV el Impotente

Isabel I de Castilla la Católica. La hermanastra de Enrique IV ascendió al trono de Castilla después de su victoria en la Guerra de Sucesión Castellana (1475-1479) contra Juana la Beltraneja. Supuesto retrato de la reina en un fragmento de la pintura La Virgen de la mosca pintado entre 1520-1525 de autor desconocido. Colegiata de Santa María La Mayor, Toro (Zamora)


             Mientras que Isabel decide permanecer en Segovia, el rey se desplaza a Madrid bajo la custodia de Juan Pacheco. El marqués de Villena muere en octubre de 1474 y poco después, el 11 de diciembre del mismo año, muere también Enrique IV a la edad de cuarenta y nueve años. Al día siguiente del fallecimiento del rey, sin que aparezca testamento alguno, Isabel se declara reina de Castilla en un marco de enfrentamientos entre sus partidarios y los de Juana que anunciaba una inminente guerra civil. La hija de Enrique contaba con el apoyo del rey de Portugal que aspiraba a su mano, pero Isabel, aparte del apoyo del reino de Aragón, tenía mucha mayor popularidad y contaba con el respaldo de la baja nobleza, el clero y las milicias. El conflicto desembocó en la llamada Guerra de Sucesión Castellana, acontecida entre 1475 y 1479, que llegó a cobrar dimensión internacional por la intervención de Francia y Portugal. Después de los triunfos de los partidarios de Isabel en Toro y Albuera, la guerra concluye en 1479 con la firma del Tratado de Alcáçovas, que reconocía a Isabel y Fernando como Reyes de Castilla y obligaba a Juana a renunciar a sus derechos al trono y permanecer en Portugal hasta su muerte. Los nuevos reyes proyectaban fusionar las coronas de Castilla y Aragón y construir un nuevo Estado marcándose como objetivo la expulsión definitiva de los musulmanes de Granada. 

 

Perfil físico y psicológico del rey 

             En el aspecto físico, Enrique IV fue un hombre excesivamente alto, desgarbado, de cabeza muy voluminosa, piel blanca y cabello rubio. Durante la exhumación del cadáver en octubre de 1946, inmediatamente después del descubrimiento de su tumba, se procedió al estudio de la momia bajo la supervisión de Gregorio Marañón. Se observó que el esqueleto del monarca se mantenía armado, después de más de cuatro siglos desde su fallecimiento, por el forro de la piel apergaminada. La cabeza estaba espontáneamente desprendida del tronco. La estatura era bastante alta para la época, medía 1,70 metros, pero estimando que la momificación completa disminuye la talla y si a esto se une el desprendimiento de alguna vértebra cervical, puede calcularse en más de 1,80 metros su estatura en vida. Tenía una cabeza grande con una frente amplia, dientes robustos pero de mala implantación, cuencas orbitarias separadas y prognatismo. El tórax y la cadera eran anchos, alcanzando ambas los 50 centímetros de diámetro superior, que son equivalentes a las de cualquier varón robusto vivo. Las manos eran exageradamente grandes con dedos largos y recios, y los miembros inferiores eran notoriamente largos en proporción al tronco y convergentes a la altura de los muslos presentando también un pie valgo. La deformación de uno de sus pies explicaría, según el propio Marañón, la torpeza de movimientos del monarca al andar, como ha sido descrito reiteradamente. 


Enrique IV el Impotente
Cabeza momificada de Enrique IV. Después del descubrimiento casual de la momia del rey en el Monasterio de Guadalupe (Cáceres), se procedió a su exhumación en 1946 para estudio bajo la presencia de Gregorio Marañón

             Después del examen minucioso de los restos, Marañón advirtió la perfecta concordancia entre los datos observados y las descripciones físicas que nos hicieron llegar los cronistas y viajeros contemporáneos sobre la figura viva del último rey de la casa de Trastámara. Diego Enríquez del Castillo, cronista del rey y afecto a su causa, le describe físicamente como una “persona de larga estatura, espeso en el cuerpo y de fuertes miembros. Tenía las manos grandes, los dedos largos y recios. El aspecto feroz, casi a semejanza de león, cuyo acatamiento ponía temor a los que mirava. Las narices rromas y muy llanas, no que ansí nasçiese más porque en su niñez rreçivió lysión en ellas. Los ojos garzos y a los párpados encarnizados; donde ponía la vista mucho le durava el mirar. La cabeça grande y redonda, la frente ancha, las çejas altas, las syenes sumidas, las quixadas luengas, tendidas a la parte de abajo. Los dientes espesos y trespellados, los cabellos rruvios, la barba crecida y pocas veces afeytada; la tez de la cara entre rojo y moreno, las carnes muy blancas. Las piernas luengas y bien entalladas, los pies delicados”. Por el contrario, Alonso de Palencia, cronista favorable a los Reyes Católicos y gran difamador de su figura, le describe con mayor dureza ya que “bien se pintaban en su rostro estas aficiones a la rusticidad silvestre. Sus ojos feroces, de un color que ya por sí demostraba crueldad, siempre inquietos en el mirar, revelaban con su movilidad excesiva la suspicacia o la amenaza. La nariz deforme, aplastada, rota en su mitad a consecuencia de una caída que sufrió en la niñez, le daba gran semejanza con el mono; ninguna gracia prestaban a la boca sus delgados labios; afeaban el rostro los anchos pómulos, y la barba, larga y saliente, hacia parecer cóncavo el perfil de la cara, cual si se hubiese arrancado algo de su centro … La blancura de la tez, con lo rubio de los cabellos, borraba las líneas del semblante … Era de elevada estatura”. 

             En cuanto a sus rasgos psicológicos, distintos autores consideran al monarca como pusilánime, tímido, abúlico, misántropo y fácilmente sugestionable. Precisamente, la misantropía fue uno de los rasgos mejor definidos de su personalidad, como ha sido destacado por historiadores como Lucas-Dubreton o Luis Suárez. Es de destacar su comportamiento ciclotímico, alternando fases de entusiasmo con fases de desánimo, que generaba desconcierto entre los cortesanos que le rodeaban. También se le ha atribuido una actitud poco determinante, disoluta, insegura, pasiva y vacilante. Los cronistas de la época le definen como una persona de carácter confiado, desinteresado, caritativo, respetuoso, bondadoso y generoso, sin mostrarse rencoroso, maledicente ni vengativo. De temperamento humilde y retraído con tendencia a la sensibilidad, melancolía y abulia. Poco dado al boato y la opulencia propia de la realeza. Le gustaba vestir de forma sencilla sin engalanarse con distintivos reales o militares. Conocía bien el latín, tenía gran dote para la música y buena disposición para el canto haciéndose acompañar con un laúd. Sentía gran afición por la caza, estar en la compañía de animales y frecuentar bosques y lugares deshabitados, siendo sus lugares predilectos El Pardo en Madrid y Balsaín en Segovia. Respetuoso con los humildes, caritativo con los enfermos, enemigo de las algarabías y confiado con sus colaboradores. Promotor y protector de iglesias y monasterios. Sin embargo, era descuidado con su aspecto personal, poco dado a la relación social, no consentía que le besasen las manos, no gustaba mostrarse públicamente a sus súbitos ni a dedicar tiempo para tratar los asuntos de estado. Comía con desorden, pero sin glotonería ni tomaba bebidas alcohólicas. Era criticado como filoislamista por tener entre su séquito una guardia personal musulmana, en contra de las costumbres cristianas, y también por su apetencia en vestirse con atuendos al estilo morisco. 


Enrique IV el Impotente
Enrique IV. Este es el retrato que se considera más fiable del monarca. Aparece en un manuscrito del viajero alemán Jörg von Ehingen, que lo visitó en 1457 cuando el rey tenía 32 años. Códice depositado en Biblioteca Real de Stuttgart, 1467

             Más que un rey incompetente y depravado, como han querido presentarlo muchos de sus detractores, fue un monarca bondadoso y muy desgraciado, víctima de ingratitudes, blanco de deslealtades, tal vez el menos indigno de cuantos tomaron parte en su dramático reinado. El médico historiador Luis Comenge describe a Enrique IV como "un monarca de carácter indolente, benévolo, pacífico, dadivoso, de pocos bríos y apocado de ánimo. Debido a su falta de entereza y a la repugnancia que sentía por los derramamientos de sangre, fue su reinado un semillero de revueltas e insurrecciones instigadas por aventureros y ambiciosos; era por fin el rey de los que apetecen la tiranía de la voluntad ajena". Sometido a continuas presiones por sus enemigos políticos y con permanentes conflictos dentro de su familia, resulta fácil comprender que el monarca dijese con amarga melancolía que “desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo me espera la tierra”. 

             Para Emilio Maganto, muchos de los trastornos psicológicos del rey pueden derivarse de una posible acromegalia y de la disfunción eréctil, como puedan ser la pérdida de autoestima, la misantropía, la abulia o la ciclotimia. El psiquiatra José Manuel González Infante, en su tesis doctoral sobre el perfil psicopatológico del rey, concluye que Enrique IV presentó con frecuencia comportamientos reactivos significativamente anormales frente a las experiencias vividas debido a un trastorno de la personalidad que afectaba a los ámbitos de la constitución, temperamento y carácter, y que se expresaba clínicamente como un trastorno específico de la personalidad por evitación, y también como un trastorno depresivo crónico de intensidad leve o moderada y algunos episodios depresivos de intensidad elevada. 

 

La disfunción eréctil y la posible homosexualidad del rey 

             A Enrique IV se le ha atribuido padecer de impotencia sexual y de ser homosexual. También se le ha acusado de forzar las relaciones extramatrimoniales a su segunda esposa para conseguir un heredero a la corona. Al día de hoy, estas aseveraciones no han podido ser completamente confirmadas ni desmentidas. Las opiniones de los cronistas de su época se dividieron y lo mismo sucede en la actualidad con los historiadores que han investigado su figura. Por otra parte, no resulta fácil discernir cuánto hay de cierto y de falso en las crónicas referidas al rey pues, dependiendo si los cronistas son de su parte o están al servicio de sus enemigos políticos, tendremos comentarios contrapuestos según atiendan a los intereses de cada uno. Hernando del Pulgar, cronista de los Reyes Católicos, aprueba los escritos contra Enrique IV que le acusan “diciendo que no era hábile para reynar, y que era hombre efeminado, y que había dado de su voluntad la Reyna su muger á su privado Beltran de la Cueva, á quien hizo Duque de Alburquerque, cuya hija afirmaban que era aquella Doña Juana”. 

             Los cronistas también hacen referencia a la existencia de relaciones adúlteras del rey con varias damas de la corte, entre las que se cuentan Catalina de Sandoval, Beatriz de Vergara y Guiomar de Castro pero que, lejos de fortalecer su imagen de virilidad, actuarán en su contra al afirmar que el rey era incapaz de completar la relación sexual. El mismo Pulgar afirma que del rey “ni menos se halló que hubiese ayuntamiento en todas sus edades pasadas con ninguna otra mujer, puesto que amó estrechamente a muchas, así dueñas como doncellas, de diversas edades y estados, con quienes había secretos ayuntamientos; y las tuvo de continuo en casa, y estuvo con ellas solo, en lugares apartados, y muchas veces las hacía dormir con él en su cama, las cuales confesaron que jamás pudo haber con ellas cópula carnal. Y de esta impotencia del rey no solo daban testimonio la reyna doña Blanca, su mujer, que por tantos años estuvo con él casada, sino todas las mujeres con quienes tuvo estrecha comunicación, más aún los físicos y las mujeres y personas que desde niño tuvieron cargo de su crianza”. Por el contrario, el médico personal de Enrique IV, Juan Fernández de Soria, durante el juicio de anulación del matrimonio con la primera esposa del rey, testifica en favor del monarca asegurando encontrar su salud “sin conocer defecto alguno hasta los doce años, que perdió la fuerza por una ocasión, causa de que no uviese corrompido a la princesa Doña Blanca de Navarra, su primera mujer, ni a otras; pero que después avía recobrado su potencia perdida … y concluyo afirmando que doña Juana era verdadera hija del rey y de la reina”. Por otra parte, Enrique IV siempre reconoció a Juana como hija suya, incluso bajo juramento, y como bien señala el cronista Castillo “el rey jamás la denegó por su hija, antes en público y en secreto siempre afirmó ser suya, e la tuvo por tal”. Asimismo, la reina Juana, a la muerte de Enrique IV, sostuvo los derechos sucesorios de su hija declarando bajo juramento que era “hija legítima y natural del Rey mi señor y mía, y que por tal la reputé y traté y tuve siempre, y la tengo y reputo ahora”. 


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Enrique IV. Retrato del libro Efigies y firmas de los reyes de España (Madrid, 1963)


             Algunos historiadores contemporáneos, como Paz y Meliá, son fervientes defensores de la existencia de impotencia sexual en el rey y de la ilegitimidad de Juana basándose en la abundante documentación y testimonios que así lo atestiguan. No obstante, la mayoría de los historiadores más actuales tienden a cuestionar la veracidad de las afirmaciones de los cronistas por considerarlos como parte interesada en la defensa de la legitimidad a la corona para Isabel La Católica en contra de Juana La Beltraneja, que era cuestionada como hija legítima del rey. Ya a finales del siglo XVI, el padre Juan de Mariana pone en duda la impotencia sexual del rey señalando que esta aseveración era fruto de una malicia propagandística llevada a cabo por los Reyes Católicos. Más recientemente, historiadores como J. B. Sitges, Julio Puyol, Jaime Vicens, Luis Comenge, Luis Suárez, María Isabel del Val o Paloma Sánchez-Garnica, marcando la pauta de quienes buscan demostrar que Isabel no tenía derecho al trono, afirman que la impotencia sexual de Enrique IV era parcial y, por tanto, su hija Juana tiene la mayor probabilidad de ser legítima. 

             Algunos historiadores defensores de la legitimidad de su hija Juana mantienen que el embarazo de la reina había sido conseguido mediante una precoz técnica de inseminación artificial utilizando una cánula de oro ideada por el médico judío Samaya Lubel, que estaba al servicio de la Casa Real desde 1455. Estos hechos están recogidos en un manuscrito del médico humanista alemán Hieronymus Münzer que escribió con motivo de un viaje realizado por los reinos peninsulares entre los años 1494 y 1495 por indicación del emperador Maximiliano, llegando a ser recibido oficialmente por los Reyes Católicos. Sobre el rey Enrique IV escribe que “tenía un miembro viril que en su origen era delgado y pequeño, pero luego hacia el extremo se alargaba y era grande, de manera que no podía enderezarlo. Unos médicos hicieron una cánula de oro que se colocó a la reina en la vulva, para ver si a través de ella podía recibir el semen; sin embargo no pudo. Hicieron como un ordeño de su miembro viril y salió esperma, pero acuoso y estéril”. Parece que el método fue repetido en varias ocasiones. Este intento de inseminación se haya también recogido en un manuscrito que Paz y Meliá localizó en la Biblioteca Nacional. Con ello parece quedar demostrado la capacidad del rey de tener eyaculación, aunque con una pobre calidad del eyaculado y precisando de maniobra de masturbación. 


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Carátula del libro "Itinerarium siue peregrinatio excellentissimi viri artium ac vtriusque medicine doctoris Hieronimi Monetarii de Feltkirchen ciuis Nurembergensis" escrito por el alemán Hieronymus Münzer con motivo de un viaje realizado entre 1494 y 1945 por distintos países incluyendo los reinos hispánicos. En el manuscrito se hace mención al uso una técnica de inseminación artificial, mediante una cánula de oro, para inocular semen del rey Enrique IV a su esposa Juana de Portugal. Copia en códice de Hartmann Schedel (ca. 1500). Biblioteca Estatal de Baviera, Munich


             Las crónicas vertidas por sus detractores señalan que Enrique IV, desde bien joven, dio muestra de una supuesta homosexualidad. Pulgar escribe que "durante estos años de la mocedad se entregó el príncipe a abusos y deleites de los que hizo hábito... de donde le vino la flaqueza de su ánimo y disminución de su persona .... esos deleites que la mocedad suele demandar y la honestidad debe negar”, palabras que para el cronista Palencia hacen alusión a una clara tendencia homosexual del monarca ya desde la infancia, aunque parece más verosímil interpretarlas como un hábito de onanismo. Se afirmaba también que a su carácter débil, retraído e indeciso se le sumaba una apetencia por mantener relaciones amorosas con sirvientes y guardias moros de palacio. También se llegó a implicar a cortesanos y nobles, como Hernán Gómez de Cáceres, como posibles amantes del rey. Se llegó incluso a decir que fue su consejero, Juan Pacheco, quien le inició en estas prácticas sodomíticas en su adolescencia. En las coplas anónimas de Mingo Revulgo, escritas hacia 1464 y que hacen un retrato satírico de Enrique IV, se hace referencia a su presunta homosexualidad de una forma alusiva y hermética. En las coplas del Vita Christi, datadas de 1468, se hace también alusión a su impotencia ya que la princesa Blanca de Navarra “quedará tan de la preñez del infante qual queda la vidriera quando en ella reverbera el sol y passa adelante”, y sobre su posible homosexualidad insinúan que “lo del vicio carnal entera digámoslo en ora mala no basta lo natural que lo contra natural traen en la boca por gala ¡ O Rey ¡, los que te estrañan tu fama con su carcoma pues que los ayres no dañan y los ángeles t'enseñan quémala como a Sodoma”. Palencia no duda en calificarlo como homosexual, pero también hace esta misma consideración del padre del rey, Juan II de Castilla, de Álvaro de Luna y de otros personajes notables de la corte, lo que hace suponer que eran frecuentes en aquella época estos alegatos en campañas de desprestigio por intereses políticos partidistas. Los historiadores más actuales son más reticentes a aceptar la pretendida homosexualidad del rey. Marañón llega a la conclusión de que no está terminantemente probada, pero “es verosímil su tendencia homosexual, fuese o no acompañada de la práctica”. En cambio, Maganto es más reacio descartando esta posibilidad por falta de pruebas suficientes. 

 

Hipótesis sobre las posibles enfermedades padecidas por el rey 

             Sobre las enfermedades que pudieron afectar a Enrique IV, ni siquiera hoy en día ha sido posible determinar cuál o cuáles fueron los trastornos que al parecer sufrió desde la pubertad. Las referencias de los cronistas sobre las descripciones físicas y psicológicas del monarca y el estudio del cadáver de Enrique IV realizado en 1946, que se encontraba en un aceptable estado de conservación, han servido de base para intentar establecer un diagnóstico. Otras fuentes de información son las cuentas del boticario real Ferrán López, en las que anotó los medicamentos suministrados al rey entre 1462 y 1464, y también el recetario del doctor Gómez García de Salamanca, recogido en el documento titulado “Reçeptas que fizo el doctor Gómez para el muy alto e muy esclareçido rey don Enrrique el Quarto”, en donde se incluyen varios remedios para tratar las múltiples dolencias del monarca como paperas, romadizo (catarro), sarna, gota, noli me tangere (úlceras malignas), cefaleas, dolor dentario, dolor de oídos, molestias estomacales, mal de ijada (cólico renal), hemorroides, comezón, lagrimeo y otras. Las dolencias que más se aluden en el recetario hacen referencia a problemas estomacales, la gota, el cólico renal, dolencias en el bazo y los dolores dentarios. Resultan interesantes también las prescripciones dietéticas que se indican en la receta para “retener las orinas” pues al parecer el rey padecía de incontinencia urinaria. Se desconoce si el monarca siguió fielmente las prescripciones de sus médicos, ya que el cronista Palencia refiere que el rey "no hacía caso de los médicos, escogiéndolos ineptos o consentidores de sus antojos. Cuando caía enfermo apelaba a purgas y vomitivos, despreciando las demás prescripciones de la Medicina". 

             Para algunos autores, las molestias estomacales, el cólico renal, la gota y los problemas dentales pudieran estas relacionados con los desórdenes alimentarios del monarca glosados por los cronistas. Al respecto, Castillo señala que "su comer más fue desorden que glotiana, por dende su conplisyón antiguamente se corronpió, y ansí padesçía más de la yjada y a tiempos dolor de muelas … sangrábase a menudo". Más concretamente Pulgar refiere que el rey “era doliente de la yjada y de piedra”. Palencia insiste en que Enrique IV "era incontinente en las comidas, y en esto, como en todas sus costumbres, obedecía a su capricho y jamás a los dictados de la razón". En las coplas de Mingo Revulgo se hace referencia a que “la continencia tempera quita pesares, que come muy concertado reventó por los ijares del comer desordenado". El doctor Galíndez de Carvajal comenta también su abuso por la comida ya que "con dificultad entendía en cosas ajenas de su delectación, porque el apetito le señoreava la razón”. Para Maganto, ese apetito voraz puede deberse a que padecía de acromegalia, síntoma que aparece frecuentemente en esta patología, sobre todo en la edad juvenil; y respecto a la litiasis urinaria considera al hiperparatiroidismo su causa más probable, como veremos más adelante. En el recetario del Dr. García de Salamanca también se incluye un remedio para el tratamiento de las “llagas vergonçosas, en espeçial para las que naçen de fuera”, lo que para Fernando Serrano pone en entredicho la impotencia sexual del rey ya que la prescripción de una receta “para tratar las llagas vergonçosas parece excluir definitivamente la inhibición sexual que se le ha atribuido hasta hace poco tiempo … porque corresponden, de modo inespecífico, a diversas enfermedades de transmisión sexual … y … por tanto, su presencia apunta claramente a la existencia de relaciones sexuales e incluso una cierta promiscuidad".


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Sello Real de Enrique IV de Castilla (1454-1474). Museo Arqueológico Nacional, Madrid

 

             Para el psiquiatra González Infante el comportamiento sexual del rey sería la expresión clínica de una impotencia psicógena y, por tanto, no sería necesaria la existencia de una enfermedad orgánica como factor causal. Basa este diagnóstico en la propia biografía del monarca que se gesta en el aprendizaje mórbido durante su niñez, separado de su madre cuando apenas contaba cinco años y con esporádicos encuentros con su padre, con lo que su experiencia infantil estaría ausente del cariño de sus padres, rodeado de personas de rango social inferior a la nobleza y alejado de los asuntos cortesanos, una educación poco acorde con el papel que de adulto tenía que desempeñar. Su esposa Blanca, posiblemente más madura y mejor concienciada con su alta posición, pudo involuntariamente inhibir su pobre iniciativa incrementando su timidez. En consecuencia, no resultaría nada extraño que una personalidad evitativa como la de Enrique IV reaccionara, entre otras muchas formas de conducta, con una impotencia psicógena selectiva. 

             No obstante, la mayoría de los médicos investigadores defienden que la disfunción sexual que padecía Enrique IV era secundaria a una enfermedad endocrina de inicio temprano. Como apunta José Botella, los diagnósticos médicos realizados con carácter retrospectivo y fundamentados en la información recogida en los escritos antiguos también deben ser aceptados con cautela por lo sesgada e imprecisa que puede resultar su interpretación. Fue Gregorio Marañón el primero en establecer un diagnóstico que plasmó en el libro “Ensayo biológico sobre Enrique IV de Castilla y su tiempo” publicado en 1930, y que según la nomenclatura de su época etiquetó la enfermedad el rey como una “displasia eunucoide con reacción acromegálica”, de carácter constitucional y hereditario, que explicaría tanto sus rasgos físicos como los trastornos psicológicos y de la personalidad del rey. Marañón afirmaba que en algunos casos de eunucoidismo la hipófisis reacciona a la falta o disminución grave de la secreción sexual, combinándose los síntomas del eunucoidismo con los de la acromegalia. Según él, en estos casos la morfología displásica eunucoide adquiere los rasgos de la hiperfunción hipofisaria o acromegalia. Los pacientes con eunucoidismo tienen deficiencia en la secreción de hormonas masculinas (hipogonadismo) y se caracterizan físicamente por tener talla enormemente alta, vello corporal escaso o ausente, deficiente desarrollo muscular, infantilismo de genitales externos, testículos normalmente atróficos y son frecuentes los síntomas de disfunción eréctil y disminución de la líbido. En el comportamiento psicológico estos pacientes tienen tendencia al aislamiento y a la soledad, cierto rechazo a la compañía de mujeres, son tímidos, muestran un carácter débil y fácilmente manipulable, su voz es atiplada para el canto y gustan por la música. Muchos de estos rasgos están reflejados en las crónicas sobre el rey. Según el endocrinólogo madrileño, era posible reconocer durante la juventud del rey cierto carácter "esquizoide con timidez sexual" y se inclina a creer que la impotencia sexual, que está presente en dicha enfermedad, pudo no ser absoluta y "engendrada sobre condiciones orgánicas y exacerbada por influjos psicológicos" pero que “todos estos trastornos no invalidan la absoluta posibilidad de que fuera capaz de relaciones sexuales aisladas y eficaces con su segunda mujer doña Juana ni que, por lo tanto, pudiera ser el padre de la Beltraneja”. 


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Firma autógrafa de Enrique IV

             Daniel Eisenberg discrepa abiertamente del diagnóstico de Marañón rechazando el supuesto eunucoidismo por la existencia de rasgos claramente masculinos en el rey, como una abundante barba, según el relato de los cronistas. Eisenberg aceptaba como probable diagnóstico la acromegalia, disturbio endocrino causado por una hipersecreción de las hormonas pituitarias proveniente de un tumor o cualquier alteración de la misma hipófisis, de lo que resulta una pérdida de la potencia sexual. W. J. Irvine y Angus MacKay consideran que no hay pruebas contundentes a favor de la acromegalia por la ausencia de datos clínicos necesarios para su confirmación. Según estos autores se necesitaría una nueva exhumación para realizar un estudio radiológico que determine el tamaño de la fosa pituitaria y la condición de los senos frontales. Consideran que la afección más probable padecida por el monarca fue un eunucoidismo seguido de acromegalia, sin descartar que padeciera dos tipos sucesivos de endocrinopatía o incluso una enfermedad endocrina múltiple de carácter hereditario. 

             Emilio Maganto, en base a los conocimientos actuales, señala que el rey fue "un enfermo en el más amplio sentido del término, con una enfermedad crónica grave, progresiva, casi invalidante y padecida desde la juventud, la acromegalia, lo que le originó un enorme cortejo de síntomas, de entre los cuales los urológicos y los psicológicos tuvieron una gran preponderancia a lo largo de su vida". En su opinión, Enrique IV padeció desde la infancia una acromegalia originada por un tumor hipofisario hipersecretor de hormona del crecimiento y prolactina lo que justificaría la impotencia desde su juventud y otros síntomas claramente referidos en las crónicas. Para Maganto, el tumor hipofisario que afectaba al rey desde su juventud siguió creciendo a lo largo de su vida. Los síntomas característicos de este trastorno como la estatura elevada, la facies acromegálica, la obesidad y el crecimiento excesivo de manos y pies estaban presentes en el monarca, como también la impotencia, el apetito voraz, las alteraciones visuales y olfativas, la hipertricosis, la fatigabilidad, la debilidad muscular y la movilidad limitada de articulaciones, incluido el signo del túnel carpiano. Los trastornos psicológicos y de la personalidad descritos en las crónicas como la misantropía, la abulia, la indolencia, la disforia o la ciclotimia son más concordantes con la acromegalia que con el eunucoidismo aunque la impotencia pueda jugar un importante papel en algunas de las alteraciones psíquicas de estos pacientes. 


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Cuartillo de vellón acuñado en Jaén durante el reinado de Enrique IV de Castilla

             El urólogo madrileño tampoco descarta que Enrique IV pudiera estar afectado por un síndrome de neoplasia endocrina múltiple tipo MEN I o síndrome de Wermer, patología de transmisión familiar de forma autosómica dominante por defecto localizado en el cromosoma 11q13, que se asocia hiperplasia o tumor de paratiroides, pancreático e hipofisario, aunque no todos los individuos portadores de gen van a desarrollar necesariamente todos los componentes del síndrome. La hiperplasia o tumor paratiroideo origina hipercalcemia, litiasis renal y úlcera péptica. El tumor de páncreas desarrolla un síndrome de Zollinger-Ellison o una diabetes. Finalmente, el tumor de hipófisis provoca impotencia e infertilidad o bien una acromegalia. Cuando el tumor hipofisario alcanza un gran tamaño origina por compresión local defectos del campo visual, alteraciones olfativas y manifestaciones de hipopituitarismo. Como señalan las crónicas, el rey padeció desde su juventud muchos de estos síntomas y también litiasis renal y posiblemente úlcera péptica, ya que tuvo trastornos gastrointestinales como vómitos, cámaras y grandes dolores gástricos lo que, junto a otras causas, pudo tener relación con su fallecimiento. 

             Para Maganto, Enrique IV fue un singular paciente urológico que padeció de litiasis renal recurrente, incontinencia de orina, una presunta anomalía peneana, impotencia sexual y casi seguro infertilidad, si bien algunas de estas afecciones uro-andrológicas estaban inmersas dentro de la endocrinopatía que padeció el monarca, posiblemente un tumor hipofisario. La litiasis renal pudo ser secundaria a un hiperparatiroidismo por hiperplasia o tumor paratiroideo. La impotencia, con toda seguridad completa, por la acromegalia que la produce en más del 80% de los casos por elevación de la hormona del crecimiento y la prolactina. La infertilidad sería consecuencia del hipogonadismo a que conlleva el tumor hipofisario, el cual se observa en el 70% de los varones con acromegalia o prolactinoma. Se ha especulado también que el monarca pudiese tener una malformación genital basándose en la descripción que Münzer hace en su manuscrito del viaje realizado a finales del siglo XV. Para Marañón se correspondería con un hipospadias, según él muy frecuente en eunucoides. Maganto está de acuerdo en este posible diagnóstico, aunque también considera otras posibilidades como una curvatura congénita del pene, una atresia o hipoplasia parcial de los cuerpos cavernosos e incluso una enfermedad de Le Peyronie. No obstante, no existen fuentes documentales suficientes para admitir la existencia real de una malformación peneana. 

 

Hallazgo de la momia de Enrique IV y polémica sobre la causa de su muerte 

             Por la documentación de la época se sabía que Enrique IV había sido inhumado en el monasterio jerónimo de Guadalupe en Cáceres, pero todos los intentos de encontrar sus restos habían resultado infructuosos. La misma existencia de las esculturas funerarias orantes de Enrique IV y su madre en los laterales del retablo del altar mayor de la iglesia de Guadalupe, esculpidas entre 1615 y 1618 por Giraldo de Merlo, hacía pensar que debía encontrarse en este lugar, pero no era así. Fue por casualidad, en el año 1945, cuando el estudiante de Historia Manuel Cordero descubrió su tumba, que se hallaba efectivamente en el retablo del altar mayor pero justamente detrás donde se ubica el cuadro de La Anunciación de Vicente Carduncho. En este espacio existía una galería que contenía dos ataúdes, en pésimo estado de conservación, donde yacían sendas momias. El joven estudiante enseguida dio cuenta del descubrimiento a su profesor Miguel Ángel Ortí, entonces director del Museo Provincial de Cáceres, quien, ante la posibilidad de que las momias correspondiesen a Enrique IV y a su madre la reina María de Aragón, dio aviso a la Real Academia de la Historia que acabó confirmando la identidad de los cadáveres. Finalmente, el 19 de octubre de 1946, se procedió a la exhumación y estudio de las momias y de los ropajes con que fueron enterradas ante la presencia de Gregorio Marañón. 


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Escultura funeraria orante de Enrique IV en el Altar Mayor del Real Monasterio de Santa María de Guadalupe (Cáceres). En este lugar no se hallaban los restos del rey. Obra de Giraldo de Merlo datada entre 1615 1618

 

            El 28 de marzo de 1947, Marañón elaboró, junto con el también académico Manuel Gómez Moreno, un meticuloso informe de la exhumación donde se hace saber que “quitada la tabla medio-relieve que se encuentra debajo del cuadro de La Anunciación, en el lado del Evangelio del Altar Mayor, quedó al descubierto una galería con bóveda de medio cañón y arco apuntado, donde había dos cajas de madera, lisas, del siglo XVII. En una de ellas se hallaban los restos momificados pero muy destruidos de la reina María, envueltos en un sudario de lino, cuya momia no ofrecía materia de estudio. En la otra caja, los restos de Enrique IV, envueltos en un damasco brocado del siglo XV, sudario de lino, restos de ropa de terciopelo, calzas o borceguíes. Se procedió a la medición antropológica de la momia y examen de las telas”. De las vestimentas quedaban sólo las mangas de la túnica, que era de terciopelo morado liso, así como fragmentos casi deshechos de lienzo basto, residuos de la camisa u otras prendas interiores. Se hallaron, bien conservadas, unas polainas de cuero recio, de color oscuro y completamente lisas, que llegaban por delante hasta encima de las rodillas y por detrás hasta las corvas. 

             Existe controversia respecto al factor causal que desencadenó la muerte del monarca. El doctor Galíndez de Carvajal da noticia que el rey se sintió indispuesto mientras asistía a un banquete celebrado en Segovia, en compañía de los Reyes Católicos, el día 6 de enero de 1474, a unos once meses antes de su fallecimiento, señalando que se “sintió mal de dolor de costado, de tal son que fue necesario irse a reposar a su palacio, donde por algunos días estuvo bien trabaxado, pero hechas algunas procesiones y rogarias en la ciudad y en los monasterios por su salud, paresció aver mejoría en su persona sin sentir dolor alguno, aunque siempre le quedaron reliquias de cámaras y gómitos y echar sangre en la orina hasta que murió.” En los días que antecedieron a la muerte del rey nuevamente sufrió un fuerte cólico renal, escribiendo Castillo que "dióle un grave dolor de costado e tan agudo que ningún de reposo ni sosiego le dejaba tener; en tanto grado que luego le fue creciendo y nunca menguando. Duróle aquel dolor por espacio de diez oras. Entonces los físicos dixeron a los señores que allí estaban ... que le suplicaran le hiciesen luego confesar e ordenar su alma, porque tenía tres oras de vida". 


Enrique IV el Impotente

Altar Mayor del Monasterio de Guadalupe (Cáceres). Las momias de Enrique IV y su madre, la reina María de Aragón, fueron descubiertas casualmente detrás del cuadro de La Anunciación de Vicente Carduncho (círculo marcado)


             La versión oficial de la muerte fue “un flujo de sangre”, sin aclarar su naturaleza ni su origen. Señala Palencia que “nada aprovechó el repentino y abundante flujo sanguíneo; antes, en el espacio de dos días, le hizo perder todas sus fuerzas, y desde el primero la extremada debilidad le volvió deforme”. Desde días antes de su final, refiere Castillo que Enrique IV había vuelto a padecer "vómitos y cámaras, que se aliviaron con purgas, no recetadas esta vez por él mismo, como era su hábito, sino por los médicos, empeorando después el dolor de costado rabioso". Por estos comentarios podemos deducir que el “flujo de sangre” sería una exacerbación de la hematuria que no le había abandonado desde el convite de Segovia como afirmaba el cronista. En el manuscrito de la Biblioteca Nacional, redactado por el monje Jerónimo de la Cruz, se describen los últimos momentos del monarca afirmando que "su estado empeoraba, estaba flaco y muy débil, los vómitos y grandes dolores gástricos comenzaron de nuevo. El domingo once de diciembre, los médicos decidieron purgarle como era frecuente en aquella época, tras lo cual se sintió más aliviado y hasta pudo comer algunas vituallas. Durmió una hora y media con mucho sosiego, despertándose con un agudo dolor de costado que no cesó en el término de diez horas. Vomitaba y echaba sangre por la orina". Parece ser que, poco antes de su muerte, su cuerpo experimentó cambios repentinos como la hinchazón generalizada con deformidad del cuerpo. Según el cronista Varela "se tornó tan disforme, que era maravilloso de ver". Palencia afirma igualmente que "desde el primer día la extremada debilidad le volvió disforme". 

            Maganto considera como causa principal de la muerte una insuficiencia renal por uropatía obstructiva secundaria a litiasis renal recurrente, responsables del cólico renal, hematurias y anasarca, junto a la sintomatología digestiva concomitante, vómitos, dolor gástrico y cámaras, y todo ello agravado por la toxicidad inducida por administración reiterada de analgésicos durante las fases de intenso dolor que sufría. Tampoco puede descartarse la posibilidad de un envenenamiento como causa de la muerte del rey. Esta sospecha ya se desprende de un Manifiesto de 1475, firmado por Juana la Beltraneja, donde acusa a su tía y madrina Isabel la Católica, no ya de usurpadora, sino de inductora de envenenar a su hermanastro para acelerar su ascenso al trono “por cobdicia desordenada de reynar”, junto a Fernando de Aragón, quienes “acordaron, e trataron ellos, e otros por ellos, e fueron e fabla e consejo de lo facen dar … ponçoña de que después falleció”. Juana tampoco perdona a Isabel su matrimonio con Fernando porque “se casó e celebró matrimonio con el dicho Rey de Sicilia seyendo parientes en grado prohibido, sin tener dispensación apostólica”, calificando a los Reyes Católicos de “mala e siniestra intención” por el hecho de “negar ser yo fija del dicho Rey mi señor”. El Manifiesto iba más lejos con las acusaciones de asesinato, hasta el punto de afirmar que se sabía de las órdenes para envenenar a Enrique IV con antelación de “siete u ocho meses antes, que el dicho Rey mi señor falleciesse, a algunos Caualleros, en algunas partes destos mes reynos, afirmándoles e certificándoles que sabían cierto que auia de morir antes del día de Navidad e que non podía escapar”. En realidad, no existen pruebas sobre estas acusaciones ni de la implicación directa de Isabel, aunque Marañón no descarta la posibilidad de que la muerte pudo ser causada por “un envenenamiento; tal vez el arsénico, el más usado por entonces, en cuya fase final hay una intensa gastroenteritis sanguinolenta y anasarca”, tal como describen los cronistas. 


Enrique IV el Impotente

Los Reyes Católicos. La reina Isabel I fue acusada por Juana la Beltraneja de usurparle el trono por negarle su legitimidad como hija de Enrique IV y además por estar involucrada en el pretendido envenenamiento de su padre. Retrato anónimo de la boda pintado en el siglo XV. Convento de las Agustinas. Madrigal de las Altas Torres (Ávila)


             Es evidente que el Manifiesto de Juana no puede ser admitido como prueba irrefutable del posible ensañamiento, puesto que se trata de una declaración de parte y, por lo tanto, carente de toda objetividad. Es posible que solamente sea una baza política más de las utilizadas en la cruenta guerra desatada entre los partidarios de una y otra candidata en la disputa del trono. Derrotada Juana, su tía Isabel la obligó a renunciar a sus títulos de Castilla y acabó relegada en un convento de las Clarisas en Coimbra (Portugal) y, aunque salió del noviciado, nunca volvería a Castilla. Murió en 1530, mientras estaba recluida en Lisboa, siendo enterrada en el Monasterio de Baratoja, de donde desaparecieron sus restos debido al cruento terremoto sucedido en la capital lisboeta en 1755 y, con ello, se perdió la oportunidad para siempre de poder contrastar su ADN con el de Enrique IV para poder despejar las eternas dudas sobre su legitimidad.

 

 

Bibliografía recomendada 

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Cómo citar este artículo:

Lancina Martín JA. Enrique IV de Trastámara (1425-1474), llamado El Impotente. La disfunción eréctil que facilitó la sucesión al trono de Castilla de su hermanastra Isabel la Católica [Internet]. Doctor Alberto Lancina Martín. Urología e Historia de la Medicina. 2021 [citado el]. Disponible en: http://drlancina.blogspot.com/2021/12/enrique-iv-de-trastamara-1425-1474.html

 

2 comentarios:

  1. Me encuanto mucho su información me ayudo mucho para poder realizar un proyecto espero y pueda seguir publicando mas contenido en su pagina web en Guadalajara

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  2. Wendy, me complace que la lectura de la publicación te fuera útil.

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