La lucha contra la viruela ha sido una constante de la historia a lo largo de los siglos. El carácter contagioso de esta enfermedad vírica causante de pandemias recurrentes, de distribución universal y con alto riesgo de mortalidad y de dejar secuelas muy incapacitantes hizo que fuera una de las enfermedades más temidas de las que ha padecido la humanidad por lo que se denominó “el ángel de la muerte”. Desde la más remota antigüedad se trató de prevenirla mediante la administración a personas sanas de fluidos procedentes de pústulas o costras de enfermos infectados. Este proceso, conocido como variolización, aunque tenía eficacia en muchos casos, no estaba exento de desarrollar la enfermedad en su forma grave e incluso la muerte. Un paso decisivo fue dado por Edward Jenner quien en 1796 consiguió las primeras inmunizaciones por inoculación de linfa procedente de las pústulas de la viruela contraída por las vacas que ocasionaba una forma clínica muy benigna de la enfermedad quedando las personas inoculadas inmunizadas para siempre al contagio de la viruela humana. Desde este momento se comenzó en Europa e inmediatamente después al resto del mundo la vacunación a gran escala siguiendo el método de Jenner.
En España pronto llegaría la vacuna comenzándose las primeras vacunaciones contra la viruela en el año 1800. Para entonces, en el vasto imperio español también se producían continuos brotes de la enfermedad que diezmaban a la población. La Corona española no era indiferente a esta situación y, más bien al contrario, se mostraba muy receptiva para resolver las continuas demandas de los gobernantes de los territorios de ultramar. Después de un proceso de deliberación del Consejo de Indias asesorado por los médicos de Cámara, el monarca español Carlos IV aprueba un ambicioso y complejo proyecto para llevar la vacuna hasta la América hispánica y Filipinas, que será conocido por el nombre de Real Expedición Filantrópica de la Vacuna (REFV), una misión que precisará ser mantenida durante un período de ocho años y medio, de noviembre de 1803 a mayo de 1812, para alcanzar los objetivos propuestos. El proyecto persigue que la vacuna se distribuya por todos los territorios a la mayor población posible, se administre de forma totalmente gratuita a cargo del erario público y tenga carácter universal sin distinciones de raza, sexo ni condición económica ni social.